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Temblar sin miedo

Tras un año en el que movimientos sísmicos acapararon titulares, muchas han sido las preguntas resultantes: ¿Tiembla más la Tierra que antes? ¿Son los recientes seísmos más preocupantes para Cuba?...

Autor:

Iris Oropesa Mecías

Se va el 2016 con grandes acontecimientos que, como es usual, conmovieron al planeta. Y entre conflictos, acuerdos, crisis y empeños, los sismos acapararon también titulares. El temblor en Ecuador, que se cobrara más de 650 vidas el pasado abril; o los también fatales seísmos en Italia, Taiwán, Indonesia... hasta el más reciente acontecido en Papúa Guinea, de nada menos que 7.8 puntos en la escala Richter, han hecho resurgir tanto preguntas lógicas sobre el fenómeno como especulaciones con un tufillo pesimista y sin base científica.

Así, no han faltado los anuncios apocalípticos de supuestas decadencias geológicas del planeta que aseguran que la actividad sísmica va en repunte ascendente, o los que relacionan movimientos muy lejanos entre sí basados en la cercanía temporal de varios temblores. Y hay quien argumenta que el movimiento del eje terrestre como resultado de un terremoto es una especie de señal del muy temido «fin».

Que hablen los sismólogos

En lugar de ceder a las tentaciones de fatalismo, los especialistas explican que la rapidez con que hoy día se difunde la noticia de un sismo genera inquietudes muchas veces exageradas.

La explicación de por qué en ocasiones la Tierra se mueve debajo de nuestros pies nos faltó durante mucho tiempo, pero hoy es necesario conocerla bien, a fin de no creer en las especulaciones que tanto daño pueden hacer en especial a la mentalidad de un país insular.

Hasta las luces del siglo XVIII leyendas sobre dioses enfurecidos que pateaban el suelo solían llenar colorídamente el vacío científico. Con Alexander von Humboldt, descubrimos al fin que los movimientos en fallas geológicas eran la verdadera causa de los seísmos.

Hace aproximadamente cien millones de años, Pangea, una única masa de tierra continental, se fragmentó en siete grandes capas tectónicas, o sea, en secciones de corteza terrestre, tanto continentales como subacuáticas. Estas placas resultantes son las actuales, y se nombran de acuerdo al lugar dónde se encuentran: África, Antártica, Eurasia, Indo-australiana, Norteamericana, del Pacífico y Sudamericana; además de otras más pequeñas.

Con la teoría de las Placas Tectónicas, formulada hacia los años 70 del siglo pasado, se añadió que estas secciones de corteza terrestre se mueven constante y lentamente —como las uñas en los seres humanos— sobre la materia líquida que compone el interior del planeta, la astenosfera. Se comprendió que los temblores se producen, en esencia, cuando la energía en la astenosfera se acumula a niveles que superan la solidez de la capa exterior —litosfera—, y causa una fractura súbita entre las placas tectónicas. La propagación de esa energía en forma de ondas sísmicas, al llegar a la superficie, se percibe como un temblor.

Los sismólogos han logrado no solo conocer en detalle este proceso, y clasificar cada tipo de temblor, sino que además pueden llegar a calcular una media de movimientos sísmicos anuales, y hasta hoy, tanto la tendencia promedio en esos cálculos como la manera en que se generan los sismos siguen los patrones conocidos.

De modo que es posible afirmar que no se producen más terremotos que antes. Como asegurara el director de la Red Sísmica Nacional de Ecuador, Emilio Carreño, al diario El tiempo, lo que verdaderamente ocurre es que la rapidez de la información y la mejora de las técnicas de detección provoca una apariencia de aumento. Ahora, por ejemplo, detectamos los movimientos que se producen en cualquier región del planeta en cuestión de minutos, mientras hace unos años se necesitaba al menos un día para conocer la noticia alrededor del mundo.

Si a esto añadimos que tanto el eje terrestre como las costas continentales se mueven en decenas de ocasiones debido a diferentes fenómenos naturales en el planeta —no solo sismos, sino también, por ejemplo, deshielo polar— podremos reafirmar que muchos titulares sensacionalistas y el exceso de (des)información suelen augurar caminos poco precisos.

Cuba entre cinturones y anillos

En el año que despedimos, el Centro Nacional de Investigaciones Sismológicas registró cerca de 30 movimientos sísmicos en el oriente cubano. Lógicamente, las dudas en cuanto al nivel de riesgo de esta zona nacional se disparan, pero la comprensión de la peligrosidad en esta área pasa necesariamente por el conocimiento de las zonas de riesgo mundiales.

El lugar donde dos placas tectónicas se unen, la falla o fosa, es el sitio más vulnerable donde la mayoría de los temblores ocurren, y donde se forman los volcanes.

Las principales zonas sísmicas del mundo coinciden, por tanto, con estas áreas.

Las principales áreas de fallas en el planeta, donde se encuentran los límites de varias placas a la vez, conforman los llamados cinturones sísmicos del mundo:

El cinturón de Fuego del Pacífico (Circumpacífico), el cinturón Transasiático (Himalaya, Irán, Turquía, Mar Mediterráneo, Sur de España) y el cinturón situado en el centro del Océano Atlántico. Este, precisamente, es el que incluye a Cuba.

La unión de estos cinturones constituye finalmente el llamado anillo de fuego del planeta, que el centro de datos de la NASA mapea y actualiza frecuentemente para mantener bien situados los sitios de mayor peligro.

Nuestra región caribeña se encuentra situada en medio del cinturón del Atlántico y todas sus naciones, excepto Bahamas y Guyana, se hallan en las fallas entre la placa de Norteamérica y la del Caribe. Foto: Blog Cultura Subterránea

Específicamente entre las ciudades orientales cubanas, Santiago de Cuba es la de mayor peligro sísmico en el país, principalmente por su cercanía con el sistema de falla transformante Bartlett-Caimán.

Para actualizarse sobre temas de peligro regional, el encuentro Experiencias y Desafíos para la Reducción de Riesgo Sísmico en el Caribe reúne periódicamente a especialistas de la rama, mientras que en Cuba el Cenais es la entidad científica encargada de monitorear los movimientos telúricos en conexión con redes sismológicas internacionales, y de generar políticas de conciencia y preparación.

Como en su momento comenzamos a aprender el ABC de los huracanes, deberemos dominar dignamente, de la mano de los especialistas, la pelea cubana contra los sismos. Pero eso sí, sin temor a falsos demonios.

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