Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Las cargas de las descargas

Obtener programas informáticos gratuitos de Internet también puede esconder peligros para la seguridad de las redes

Autor:

Amaury E. del Valle

El desarrollo de las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones, entre tantas cosas que ha cambiado, también ha modificado la manera de expresarse de las personas e incluso el significado de determinadas palabras.

Aunque la Real Academia de la Lengua Española (RAE) en su edición 22, colocada en la web, todavía no las ha aceptado oficialmente como acepciones, ya muchos consideran que cuando las personas se refieren a términos como «buscar», de alguna forma están hablando del mundo virtual y específicamente de las búsquedas que se hacen en Internet a través de un «buscador», acepción para esta palabra que dicho sea de paso la RAE tampoco ha agregado.

Así sucede también con el término «descargar», referido a «bajar» de un sitio web determinado programa computacional, aplicación, utilidad, música, juego o cualquier otra creación que se contabilice en bytes, aunque los académicos de la lengua se hayan demorado en agregarles esos significados.

Si bien es lógico que la Academia vaya más lentamente que la realidad, aunque ya es hora que se actualice un poco más con respecto a la informática, cabría preguntarse si cuando se debata sobre ampliar el significado de la palabra «descargar» no cabría poner en blanco y negro alguna especie de alerta del tipo: «Manera de obtener un programa o aplicación informática de Internet que, si bien puede ser muy útil, puede esconder peligros para el usuario que la ejecute».

No soy un experto del lenguaje ni es tampoco el objetivo de este trabajo generar un debate sobre qué debe estar o no en los diccionarios, pero lo que sí deja pocas dudas es que las «descargas», desde programas hasta juegos, música o películas, se han vuelto un fenómeno común del cual se ven sus lados positivos, pero de cuyas consecuencias pocos se preocupan.

Decálogo del zombi

Un estudio realizado por diversas consultoras informáticas en el año 2009 reveló que aproximadamente el 64 por ciento de los juegos electrónicos que se descargan de Internet están infectados con malware o software dañinos.

La mayoría son spyware o programas-espía que obtienen informaciones del usuario como contraseñas de correo electrónico, números de tarjetas de crédito y acceso a datos bancarios, entre otros.

La explicación es sencilla: el creciente número de aficionados a los videojuegos on  line resulta muy tentador para los criminales, ya que ellos por lo general disponen de potentes computadoras siempre conectadas a la red, cuentas de juegos on line, además de ser asiduos «descargadores» de aplicaciones, entre estas trucos para obtener ventajas en los juegos, en los cuales es muy fácil enmascarar programas malignos.

Algo similar sucede en las redes de alta velocidad de intercambio de archivos entre usuarios, donde pululan los ciberdelicuentes en busca de incautos.

Muchas veces el objetivo no es la persona en sí misma, sino su computadora y su tiempo de conexión a Internet, los cuales son utilizados una vez penetrada la máquina como especie de zombis, muy útiles para efectuar ataques masivos a otros objetivos.

También es muy significativa la propagación de troyanos que descargan un ejecutable disfrazado de códec durante la reproducción de un fichero multimedia y abren el acceso a una red donde los usuarios, sin ser conscientes de ello, descargan ficheros infectados y los transmiten a otros.

Y no faltan los virus informáticos destinados a destruir información e inutilizar programas, fundamentalmente los antivirus, una técnica muy moderna de la cual forman parte los rootkits, que permiten ocultar a los antivirus y al usuario que el sistema está infectado, y propicia que el intruso pueda tener acceso a la computadora ajena durante largo tiempo.

Esa forma de actuar es especialmente adorada por los creadores de botnets o redes de miles de computadoras infestadas, que son utilizadas sin que sus dueños lo sepan para enviar correo basura, realizar ataques contra otros sitios, e incluso son vendidas o alquiladas por determinado tiempo a otros piratas informáticos, quienes las utilizan para sus propios fines.

La esencia de lo anterior está, como ya lo afirmamos en un trabajo anterior, en el carácter eminentemente criminal que ha adquirido la piratería informática, la cual se ha convertido en un negocio sucio multimillonario, donde operan verdaderas mafias.

Baste citar, a manera de ejemplo, que una de estas redes botnets, denominada «Srizbi», al ser descubierta por las autoridades, tenía un tamaño de aproximadamente 315 000 máquinas infectadas en todo el planeta.

La trampa de la trampa

Uno de los métodos predilectos de introducir programas malignos en las computadoras son los muy difundidos cracks o archivos que permiten descifrar los números de activación de programas, saltándose así las compra de las licencias legales de los mismos.

Por mucho que los creadores de software intentan neutralizar estos mecanismos espurios, los cracks siempre serán una jugosa tentación ante la posibilidad de ahorrarse el pago de las licencias.

Pero si como dice el refrán, quien hizo la ley también inventó la trampa, había que parafrasearlo un poco en este caso y decir que los piratas informáticos también han inventado la trampa de la trampa.

No por gusto pululan en Internet los sitios de descarga supuestamente «libre» y «gratuita» de multitud de programas, incluyendo por supuesto sus cracks, a los cuales acuden millones de personas en todo el mundo por disímiles causas, que no siempre son solo económicas.

Migrar y comercializar

Evitar en la medida de nuestras posibilidades los sitios de cracks/warez y demás; tratar de no descargar programas de cualquier lugar, sino preferiblemente del sitio web del autor y mantener los antivirus actualizados, así como los parches de seguridad, especialmente de los sistemas operativos, son algunas de las alternativas para al menos minimizar los daños que pueden hacernos las descargas espurias.

Hay otras que bien podrían adoptarse y que apenas se fomentan a nivel nacional, como es organizar «repositorios» de software o espacios virtuales donde se almacenen aplicaciones computacionales seguras a los cuales pueda accederse con confianza y facilidad.

Quedará siempre, es verdad, la limitante de la estrecha capacidad de conexión en muchos lugares, algo que han tratado de salvar los Joven Club de Computación y Electrónica, en cuyas instalaciones diseminadas por todo el país se pueden obtener variados software, especialmente aquellos programas «libres» de licencia.

Migrar a ese tipo de aplicaciones libres, especialmente las basadas en GNU/Linux, es también una alternativa muy recomendable, especialmente para un país asediado informáticamente como Cuba, aunque ese traslado de plataforma no avanza todo lo rápido que se quisiera.

Y no podría faltar tampoco el hecho de comercializar para el usuario individual a gran escala software útil, desde sistemas operativos hasta programas, algo que además de generar ingresos para el país, contribuiría a mejorar su seguridad informática y a socializar aún más las bondades de la informática.

Si ya se venden computadoras y accesorios computacionales de todo tipo en nuestras tiendas, se hace imprescindible también la comercialización de software a precios asequibles.

La comercialización de muchos productos informáticos de magnífica factura producidos en Cuba, entre los cuales hay algunos como software educativo, mucho más instructivo que los juegos electrónicos que se nos ofrecen «gratis» en Internet, se hace necesaria e inmediata, en aras de promover el talento nacional vinculado a esta actividad y evitar que algunos juegos mientras nos enseñan a disparar o matar, a su vez nos roban datos, informaciones o convierten nuestras máquinas, y de paso a nosotros mismos, en zombis.

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