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Trastabillar en Trasval

Marlenis Suárez Góngora (Edificio 29B, apartamento 15, Las Coloradas, Holguín) visitó recientemente la flamante tienda Trasval, en la céntrica calle Galiano de la capital: un emporio comercial que impresiona por su modernidad y dimensiones. Pero allí esta cubana no encontró la amabilidad y excelencia que supone un sitio tan especial.

«Grande fue mi desilusión al sentir el trato poco amable de no pocos trabajadores de la instalación, señala. Al solicitar información sobre un producto me encontré con una pésima atención y desconocimiento de lo que venden. A quien pregunté, me dijo que esa no era su área, que no sabía. ¿Acaso no los capacitan para dominar la tienda? ¿Será mucho pedir que incorporasen a la rutina algunas frases de cortesía?»

En otra área, en la cual hizo varias preguntas, Marlenis percibió la incomodidad del vendedor. Y cuando se retiraba, logró escuchar que el empleado se quejaba de cómo preguntan los clientes. «¿Es que esa no es su labor, atenderme con amabilidad y marketing, incitándome a llevar el producto?», cuestiona la clienta.

Asegura Marlenis que ha escuchado similares comentarios respecto al trato al cliente en esa tienda, y se pregunta si este pueblo se merece eso.

Sin embargo, cuando casi se iba disgustada de Trasval, «un rayito de luz, o mejor un sol de sincera cortesía me iluminó: el ascensorista, un muchacho joven, dio las buenas tardes, pidió prioridad para embarazadas y ancianos. Y en el descenso ofreció llevar mi pesada cesta. Como colofón, como si llevase él solo todas las buenas costumbres de otros, nos deseó las buenas tardes».

Zoo...ilógico

Susana Aymnerich (calle 4 número 505, entre 21 y 23, apartamento 7, Vedado, Ciudad de la Habana) sintió de golpe tristeza cuando recientemente visitó, junto a una nieta y dos bisnietos, el viejo y entrañable Parque Zoológico de 26. Recordó aquel Zoológico que visitaba con sus hijos, cuando eran pequeños. Y este de ahora no se le parecía en mucho.

La impresión de Susana inevitablemente pasa por la comparación, cuando señala que «la situación de los animales es deprimente, pues los pocos que ya existen, se ven hambrientos y sedientos. Las lagunitas donde están algunos patos y la de los cocodrilos están llenas de basura, papeles, latas, botellas. Y es una nata verde, donde apenas se ven los cocodrilos.

«En varios lugares había una fetidez insoportable. El parque de diversiones tiene casi todos los aparatos rotos, la vegetación abandonada, y hay jaulas que han perdido los herrajes, ya sin animales».

Lo que no falta, según Susana, es la venta de chucherías, dos payasos haciendo «payasadas» a costa de los niños, venta de pollo frito y arroz frito a la intemperie, «en aquel lugar donde faltan el orden y la higiene».

El colmo, para Susana, es que, según reza un cartel, los extranjeros deben pagar dos CUC para entrar. «A mí realmente me daría vergüenza que un extranjero lo visite, sabiendo que es un lugar fundamentalmente para la educación y recreación de los niños».

Susana afirma que, cubana al fin, ella es capaz de comprender muchas dificultades económicas que está atravesando el país, pero hay allí una situación tan grande de abandono, que con un poco de voluntad podrían mejorarse muchas cosas. «De no ser así, recalca, es preferible no mantenerlo abierto».

El costo de un error

Irays Balier Ortega (Calle Segunda número 19, batey Simón Bolívar, Yaguajay, Sancti Spíritus) está pagando muy duro el mal trabajo ajeno. Sí, en el 2008 se hizo el censo de los refrigeradores que faltaban por sustituir allí, como parte de la Revolución Energética. Y en el 2009, cuando llegaron los equipos, resulta que aparecía como que su «frío» había sido cambiado. El trabajador social que había llenado su planilla, se había equivocado...

El problema es que ahora le dijeron que no tiene derecho al cambio, tanto en el municipio como en la provincia. «¿Será posible? El mal trabajo de algunos deja mucho que desear», concluye.

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