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Ciertos «patiñeros» con las frazadas

El pasado 26 de mayo, cuando aún ningún otro medio de información lo había tratado, esta columna se hizo eco de la inquietud de la lectora Sonia López Laza, acerca del agónico desabastecimiento de frazadas de piso en los últimos tiempos, tanto en el mercado en CUP como en CUC; al punto de que ese producto imprescindible para la higiene familiar se cotizaba a 40 pesos en el mercado ilegal.

Ninguna respuesta hemos recibido hasta hoy. Pero, al menos, el Noticiero Nacional de Televisión y el periódico Trabajadores pudieron entrevistar días atrás a funcionarios de los Ministerios de Comercio Interior y la Industria Ligera, quienes explicaron que el desabastecimiento tenía que ver con déficits y atrasos productivos en las fábricas existentes en el país.

En los últimos días, la frazada de piso reapareció en el comercio capitalino. Varios lectores llamaron por teléfono a este redactor —con la agilidad que les falta a ciertos funcionarios— para dar fe de que, por ejemplo, ya en la Tienda por Departamentos

Plaza Carlos III, de la capital, se vendía el producto. Incluso, los testimoniantes voluntarios ensalzaban el esfuerzo de los trabajadores de esa unidad para atender la demanda en ocho puntos de la tienda al mismo tiempo, según se informaba por el audio local de la misma.

Era de esperar que, ante la ausencia sostenida de las frazadas en el mercado, de primer momento se abalanzaran los consumidores sobre el producto. Si se hubiera fijado al menos un límite de cantidad per cápita a vender hasta tanto no se solucionara el desabastecimiento, no habría el acaparamiento descomunal que se ha estado registrando en estos días.

La doctora Aleyda Pérez Rojas (Rosa E. No. 555, entre Matías Infanzón y Juana Abreu, Luyanó, La Habana), cuenta que días atrás, ella y su esposo salían de presenciar la graduación de preuniversitario de su hija en el teatro Lázaro Peña, en Centro Habana. Y se cruzaron con un señor, que llevaba un bulto grande de frazadas de piso.

Hacia la tienda de Carlos III se dirigieron. Efectivamente, en uno de los puntos hicieron la cola. Y como se vendía lo que pidiera cada quien, justo la persona que iba delante de Aleyda, cuando llegó su turno, pidió nada más y menos que cien frazadas. Aleyda no alcanzó ni una.

Con razón, la consumidora alerta de que en casos como estos, cuando reaparece un producto tan necesario como la frazada de piso, que llevaba tiempo ausente, debe venderse en ese momento con cierta moderación, racionando la cantidad por comprador, para así lograr satisfacer a un mayor número de personas.

Conclusiones: de estos episodios de las frazadas de piso, las autoridades del comercio minorista en el país, tanto en una moneda u otra, deben sacar lecciones, que son tan viejas como la regla de 3 de la matemática.

Primero, es censurable la conducta de quienes acaparan para luego revender a precios especulativos; pero la fórmula para evitarlo es mantener una oferta estable del producto en el mercado, a lo largo y ancho del país. Y cuando, por cualquier razón, se afecte el abastecimiento de un surtido determinado, aparte de informar a tiempo a la ciudadanía, deben instrumentarse medidas o variantes de emergencia en el comercio, limitando la cantidad a vender por persona, hasta tanto se restablezca la oferta normalmente.

Es elemental, como decía Sherlock Holmes al querido Watson. Sin embargo, en las entidades del comercio minorista prevalecen criterios de que la venta liberada lo dice la palabra; no se puede coartar con obsoletos criterios de racionamiento. Suena muy bonito y racional, en un comercio minorista establemente abastecido, en un país con una oferta por encima de la demanda; pero no en un mercado tan impredecible y amenazado por tantas incertidumbres como el cubano.

¿Por qué no se «baldean» tales problemáticas con los propios consumidores, esa población que padece primero la escasez y luego el consiguiente disparo de los precios en el mercado negro?

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