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Diario de muerte y bondad

Martes 9 de abril de 2013. Horas de la madrugada. Angelito, un trabajador de la funeraria habanera de Santa Catalina y Juan Bruno Zayas, hizo honor a su nombre. Al descubrir el doble saco fuertemente amarrado que aprisionaba aquellos lamentos, se apuró a abrirlo con una navaja.

«Lo habían molido a golpes, tenía la nariz y la boca rota y solo podía mover su cabeza», cuenta Annia. Con cuidado, Angelito lo sacó de la asfixiante bolsa y lo depositó en la acera. Comenzaría una cadena de afecto que no se detuvo hasta el fatal desenlace.

«Ese día —evoca Annia— muchas personas se solidarizaron con el sufrimiento del perro, no faltó quien le pusiera agua y un poco de comida y todo el que pasaba se horrorizaba con que alguien hubiera cometido un acto de tanta crueldad».

Miércoles 10. Cayó un aguacero torrencial. «Mairene, una vecina de la cuadra y su hija Claudia llamaron a la veterinaria Suset M. Díaz Castillo, que junto a ellas y a una pareja joven que pasaba por el lugar, trataron de encontrarle abrigo al animalito», recuerda la remitente.

Ángela, la madre de Annia, pidió que lo llevaran al portal de la casa de ambas. Allí la doctora Suset lo secó y lo acomodó lo mejor posible, pues la columna del animal estaba bastante inflamada por la paliza.

Jueves 11. Ángela llama a la Sociedad Protectora de Plantas y Animales (Aniplant) y les pide apoyo. «La atiende la compañera María Eugenia y le dice que la presidenta Nora no está, pero que sería informada de todo».

Viernes 12. María Eugenia regresa la llamada a Ángela. Le asegura que ese día irían la presidenta de Aniplant y un veterinario a evaluar al perro y ver qué ayuda podían brindar con medicinas y alimentos.

Lunes 15. Al insistir con Aniplant, rememora Annia, desde la institución comunican que «la presidenta había tenido que viajar con urgencia al extranjero».

Todavía se está esperando el apoyo de la institución. Pero en verdad no hizo falta. Los cuidados de la doctora Suset fueron espléndidos. También los de Ángela, que limpió y alimentó al grandulón malherido y trató de paliar con caricias los quejidos de dolor.

Los vecinos de la cuadra soportaron con generosidad, durante largos días y noches, los ladridos de angustia del animal y le trajeron ropas viejas para abrigarlo y las medicinas que prescribía la doctora y no se podían conseguir...

«El interés de personas como Manuel y otra señora cuyo nombre desconozco y que contribuyeron con alimentos a la causa; de Yaser y Yuly, la pareja joven que ayudó a traerlo y casi todos los días pasaban a saber de él; la ayuda de Claudia y Mairene…», seguirán conmoviendo el recuerdo de esta capitalina.

Martes 16. Por desgracia, no pudieron salvarlo. Eran tantos los golpes que tras una semana de lucha, la muerte arrancó el último aullido.

***

Lunes 8 de abril (horas de la noche). Manos con menos sensibilidad que las garras de una fiera, dejan dentro de un doble saco bien acordonado a un can grande, maltrecho por los golpetazos, para que termine de morir.

Martes 16 de julio. Annia Ogallés Polanco comparte con todos cómo en Juan Bruno Zayas No. 310, entre Santa Catalina y San Mariano, Víbora, 10 de Octubre, muchas manos —humanas— pusieron nombre al perro agonizante: Campeón.

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