Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Apostillas

Mucho se ha escrito de la toma de La Habana por los ingleses, en 1762. Poco se menciona, sin embargo, que justamente un siglo antes Santiago de Cuba fue ocupada por tropas británicas.

Jamaica, posesión española, cayó en manos de Gran Bretaña y poco pudo hacer España para recuperarla. Vanos a la larga resultaron los intentos en ese sentido de centenares de españoles que, acaudillados por Francisco Proenza y Cristóbal de Isasi, permanecieron en la isla invadida y llevaron a cabo contra el ocupante una guerra de guerrillas. Fueron derrotados y las autoridades coloniales en Cuba llegaron a la conclusión de que sería muy riesgoso persistir en sus propósitos de reconquistar el territorio perdido.

Gran Bretaña estaba envalentonada con su victoria y quizá para castigar aquellos intentos de reconquista, o por la mera cercanía de ambas islas, decidió que tropas destacadas en Jamaica desembarcaran en Santiago de Cuba, saquearan totalmente la localidad y se apoderaran de todo el cobre y azúcar que encontraran.

Una flota de 18 velas, dotada de 900 hombres, realizó su alijo en la desembocadura del arroyo de Aguadores, en el atardecer del 18 de octubre de 1662. Era una tropa de soldados aguerridos y que superaba ampliamente a la guarnición de la villa, conformada por unos 200 hombres. Anonadado por la superioridad del adversario, el jefe de la plaza, capitán Pedro Morales, fue de error en error. Primero, aconsejó a las familias que se refugiasen en las haciendas comarcanas, escondiendo o llevando consigo sus bienes de más valor. Y luego, abandonando el castillejo, salió a campo abierto a enfrentarse a los ingleses, mejor equipados y armados.

No tardó en sobrevenir el desastre. La reducida guarnición del castillo evacuó su posición y los hombres mandados por Morales se dispersaron de manera desordenada. Intentaron reagruparse en El Caney y la Sierra Maestra y contraatacar, pero los ingleses se dieron inusitada prisa en reducir la villa a cenizas.

Capitán a guerra

A partir del 7 de octubre 1607 hubo dos gobiernos en Cuba. Fue en esa fecha que se expidió la Real Cédula que disponía la formación de dos jurisdicciones, una en La Habana y otra en Santiago de Cuba. Había sido esa villa la residencia de la autoridad suprema de la Isla, pero ese privilegio le fue arrebatado y La Habana se consolidó como el centro del poder.

A comienzos del siglo XVII ganó fuerza la idea de dividir el mando político de la Colonia. Aducían los partidarios del proyecto que así serían más fáciles la vigilancia y el control de todo el territorio, en tanto que sus adversarios expresaban que esa división de poderes equivalía a fomentar competencias perpetuas en un medio en el que las desavenencias eran frecuentes aun bajo un solo mando.

Consultados al respecto, las máximas autoridades de La Habana y Santiago se mostraron contrarias a la división y así lo dijeron en sus respectivos memoriales al Consejo Real y Supremo de las Indias. Pero el tribunal de Santo Domingo, que les llevaba siempre la contraria a los gobernadores de la Isla, hizo prevalecer su criterio: habría dos gobiernos.

Las opiniones encontradas hicieron que el asunto se elevara a la Junta de Guerra de Indias, que debía conciliar y armonizar los criterios opuestos. Habría, en efecto, dos gobiernos, con sus respectivas cabeceras. En el ramo de la guerra, Santiago de Cuba se supeditaría a La Habana, pero en lo administrativo cada una de las dos jurisdicciones se desenvolvería por su cuenta y cada una se entendería directamente con Madrid. En lo judicial, ambas quedarían bajo la tutela de la audiencia de Santo Domingo. Restaba el problema de la nomenclatura. El de La Habana, se reservaría el título de Gobernador y Capitán General de Cuba. El otro, se llamaría Gobernador y Capitán a Guerra.

El Águila negra

En el gobierno de Francisco Dionisio Vives y pese a su aparato de vigilancia y espionaje se organizó la llamada conspiración de la Gran Legión del Águila Negra con el fin de acelerar la independencia de la Isla. Tenía su cuna en México y la patrocinaba una sociedad secreta encabezada por Guadalupe Victoria, presidente de ese país.

Esa conspiración fue descubierta. La develó uno de los mismos conspiradores, José Julián Solís. Lo detuvieron agentes de la Comisión Militar Ejecutiva y Permanente, y desde el momento de su detención dijo todo lo que sabía acerca de un movimiento que se concibió y avanzó en la reserva y el mayor sigilo.

Dio a conocer Solís los propósitos y labores acometidas dentro del plan. Su constitución y los nombres de los conspiradores principales en La Habana, Matanzas, Camagüey y Santiago de Cuba. Reveló que el origen de la conspiración databa de 1828 y la forma en que los implicados se comunicaban y llevaban a cabo sus reuniones. Dijo también que Manuel Abreu tenía un depósito de armas en su hacienda de Guanajay y que sería él quien recibiría las indicaciones para iniciar el golpe revolucionario.

A partir de la delación fueron numerosas las detenciones. Se condenó a la horca a algunos de los conspiradores —sentencias conmutadas luego— y largas penas de prisión cayeron sobre ellos. El delator fue también condenado.

Saqueo de Sancti Spíritus

Duros y asoladores fueron los golpes que asestaron a Cuba el corso y la piratería. Pero en la segunda mitad del siglo XVII, en opinión de algunos historiadores, el asedio fue verdaderamente horrible, pese a que España tenía ajustadas y celebradas las paces con Francia y Gran Bretaña. Dueñas eran esas potencias europeas del Mar Caribe y se hallaban en posición de magníficas bases para preparar y consumar sus correrías, sin que las protestas de España alcanzaran atención alguna.

Víctima de filibusteros franceses fue la villa de Sancti Spíritus, el 26 de diciembre de 1665. Celebraban los espirituanos todavía la navidad cuando la paz de sus ánimos y el regocijo natural de las fiestas se evaporaron ante la noticia de la proximidad de 300 filibusteros acaudillados por Pierre Le Grand. Fue tal la sorpresa que los vecinos apenas pudieron reaccionar, pese a que la población contaba en esos momentos con más de 250 hombres de armas y muchos esclavos capaces de combatir.

Fue un verdadero desastre. Los franceses incendiaron 33 casas —pocas más existían en la primitiva villa— y las restantes quedaron saqueadas y destrozadas. El gobernador de la Isla, maestre de campo Francisco Dávila Orejón Gastón, en una comunicación al monarca español reprochó lo que llamó el descuido de los espirituanos que, en la distensión de los festejos, dejaron sin vigías las entradas de la villa, pero no fue remiso a enviarles peones y el socorro necesario para la reconstrucción de la localidad.

En la mira de Bismarck

En 1870 el jefe del gobierno prusiano, Otón Eduardo Leopoldo Bismarck, se interesó en Cuba y entró en trato con ciertos políticos españoles para adquirirla. A ese efecto, agentes suyos visitaron la Isla a fin de calcular lo que podía valer y constatar si los cubanos estarían dispuestos a someterse a la nueva dominación en un régimen semicolonial.

Desde hacía dos años la Isla peleaba por su independencia. En Alemania, el poder del Canciller se fortalecía con la unión de los estados que rodeaban a Prusia. Su política se hacía cada vez más agresiva en Europa. Y puso sus ojos en Cuba, por su ubicación geográfica, como forma de pesar en los destinos de América y expandir la influencia y el comercio germánicos en esta parte del mundo. No parecía preocuparle la reacción que su propósito pudiera despertar en el gobierno norteamericano. Calificaba la Doctrina de Monroe como una «insolencia extraordinaria», y confiaba en que el presidente Grant sería incapaz de oponerse, por su debilidad, a sus designios. Bismarck miraba con desprecio la excitación que su interés por nuestro país despertaba en Washington. Dice un historiador cubano: «Necesitaba él a Cuba, y acaso resultaría difícil contener su intrepidez conquistadora en tiempos en que se creía en actitud de variar a su antojo los destinos de gran parte del mundo».

Sus intenciones tuvieron aquí su propio valladar. Se le opusieron, por una parte, los españoles más recalcitrantes, enemigos acérrimos de cualquier cambio político en la Isla, a la que conceptuaban como parte integrante del territorio nacional hispánico y en obligación de vivir perpetuamente bajo las normas privativas de una plaza sitiada. Y se le opusieron los cubanos empeñados en ver libre a su patria.

Sanidad en el Ejército Libertador

Hacia 1896 las epidemias se propagaban en Cuba con igual intensidad que la guerra independentista. Enfermedades como la viruela, la fiebre amarilla y el paludismo proliferaban en las poblaciones y hacían estragos en el Ejército Libertador.

La magnitud del problema preocupó al Consejo de Gobierno de la República en Armas, que el 11 de octubre del año mencionado dedicó toda una sesión de trabajo a considerar las medidas indispensables para evitar la proliferación de la viruela entre los combatientes a partir del plan elaborado por dos médicos pertenecientes a las filas de la Revolución: los doctores Gustavo Pérez Abreu, que prestaba servicios en el Cuartel General del Ejército Libertador, y Eugenio Molinet, jefe de Sanidad del Tercer Cuerpo.

Los profesionales, en su plan, exponían los medios y modos de combatir la terrible enfermedad. Sugerían, en primer término, vigilar el movimiento de personas que pudiesen trasmitirla. Era esencial procurar que la gente procedente de zonas infectadas encontrase en su nuevo destino las mejores condiciones de aseo y salubridad. Recomendaban la creación urgente de un centro animal que suministrase toda la linfa requerida para una vacunación eficaz. Aun así, de presentarse un caso de viruela se procedería a aislar al enfermo y se quemarían todos los objetos de su uso, menos el armamento, que sería desinfectado convenientemente.

Molinet y Abreu propusieron a Camagüey como el lugar donde se aplicarían las medidas recomendadas. Pero el Consejo de Gobierno juzgó hacer extensivas las disposiciones de ambos médicos a todo el territorio de la República en Armas.

Fue un éxito la aplicación del plan. La sanidad en el Ejército Libertador fue un honor más para los cubanos que combatían por la independencia. Tan importante como vencer a los españoles con las armas era usar a tiempo los recursos de la ciencia para preservar la vida humana.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.