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La amante de Lansky y otras respuestas

Varios lectores se dirigieron al periódico o abordaron a este escribidor en la calle con el interés de conocer dónde estaba situado exactamente el cabaré Sans Souci, el desaparecido centro nocturno al que dediqué las páginas correspondientes a los domingos 11 y 18 de agosto. Otros, no pocos por cierto, solicitaron que tratara de precisar cuándo ese establecimiento cerró sus puertas de manera definitiva; esto es, si su última función fue la del 31 de diciembre de 1958 o si sus espectáculos, como se infiere por anuncios aparecidos en la prensa, se prolongaron durante enero y febrero de 1959. No faltan los que con relación a la página titulada Barones de la mafia (5 de mayo, 2013) piden que cuente lo que haya podido averiguar sobre la amante cubana de Meyer Lansky, y son varios los que insisten en que complete la información sobre Amletto Battisti y Lora, propietario del hotel Sevilla, y Amadeo Barletta, propietario del periódico El Mundo y representante en Cuba de la General Motor, que ofrecí en Otros hombres de la mafia, aparecida la pasada semana, en la que no fui más explícito por falta de espacio.

Trataré hasta donde sea posible de complacerlos a todos.

Como me lo contaron

El Directorio Telefónico de La Habana correspondiente a 1958 consigna la dirección del cabaret Sans Souci. Dice: Carretera de Arroyo Arenas, kilómetro 15. También podría decirse: Avenida 51 entre 220 y 222. A la izquierda de la vía si se avanza desde La Habana. Pese a las transformaciones, el lugar llama todavía la atención por su portada de piedra, coronada por tejas españolas, donde se leía el nombre del establecimiento. Una vez cerrado el cabaré, se ha dado al lugar diferentes usos. En la esquina de 220 funciona un expendio de automóviles.

¿Cerró el cabaré de manera definitiva el último día de 1958? Es al menos lo que me dice ahora Regino Manuel López Rodríguez que, con 11 años de edad comenzó a trabajar en Sans Souci como botones —servidor, recadero, ordenanza—. Su padre era el electricista principal de la empresa, un puesto clave en una instalación de ese tipo, y la consideración que se tenía a su progenitor abrió al muchacho las puertas del lugar. Corría entonces el año de 1956 y Regino Manuel, a quien apodan Manolo, cumplió allí no pocas tareas con tal de conservar un empleo que, por su edad de entonces, no podía desempeñar de manera oficial. Al derrumbarse la dictadura tenía 13 años de edad.

Refiere que el 1ro. de enero, pasadas las tres de la mañana, se supo en Sans Souci de la fuga de Batista. Dice que al conocerse la noticia, altas figuras del Gobierno que allí esperaron el año, corrieron como vulgares viajeros a los que se les va el tren. A esa hora Manolo marchó a descansar a su casa junto con su padre. Regresarían al cabaré sobre las 12 del día, avisados de lo que había sucedido durante la madrugada o las primeras horas de la mañana. Ya de vuelta en el establecimiento vieron más de 20 máquinas tragaperras destrozadas en el área del parqueo.

Precisa que el casino no había sido saqueado ni el cabaré tampoco, pero como quienes antes habían irrumpido podrían volver, el padre y la madre de Manolo, que trabajaba también en Sans Souci, y seis o siete empleados más que se habían juntado un poco por azar, decidieron permanecer en el lugar para defenderlo si era preciso. Quiso el muchacho sumarse al grupo. Recuerda que su padre sacó una pistola calibre 45 y un revólver 38, que mantenía ocultos, para hacer uso de ellos en caso necesario.

El día 2 los improvisados custodios vieron cómo un automóvil atravesaba la portada del cabaré y avanzaba por una calle interior hasta detenerse frente al bar-cafetería El Popular. Expedía bebidas y alimentos ligeros y debía su nombre a que daba asiento a un casino de juego destinado en lo esencial a taxistas y choferes que podían ganar y, sobre todo, perder algún dinero mientras esperaban por sus patrones. Un casino destinado, de cualquier manera, a gente de pocos recursos. Una gran pared de cristal separaba el bar del casino.

Cinco o seis hombres armados con fusiles descendieron del automóvil y penetraron en el local de El Popular. Al ver la maniobra, los espontáneos guardianes se dirigieron también hacia el lugar. Al llegar allí, el Gallego, uno de los dependientes, atendía, muy nervioso, el pedido de gaseosas que hicieron los recién llegados y se disponía a prepararles los entrepanes que habían solicitado.

Hubo una confrontación entre los custodios y la gente del automóvil, empeñados en destrozar a tiros la vidriera. El padre de Manolo, con la pistola insinuándosele debajo de la camisa a la altura de la cintura, los llamó al orden y primó el buen tino cuando uno de los tripulantes del vehículo, un carpintero que conocía al padre de Manolo, de quien era vecino, dijo a los de su grupo que lo más oportuno era marcharse. Eso hicieron luego de comer sus emparedados en paz.

Santo Trafficante, precisa Manolo, no volvió más por Sans Souci. Tampoco Raúl González Jerez, propietario del Club 21 y a quien Trafficante llevó al cabaré como una especie de gerente. Tampoco volvió Tommy, el contador, un sujeto del que Manolo nunca supo si era cubano o norteamericano. Abandonado por sus ejecutivos, Sans Souci quedó al garete. Quisieron sus empleados mantenerlo a flote. Crearon una comisión que se entrevistó con el capitán Otero, jefe del cuartel de La Lisa. Estaban dispuestos a laborar sin recibir remuneración alguna hasta que el Gobierno se hiciera cargo del cabaré. Dice Manolo que todo parecía marchar de la mejor manera, pero que los músicos se negaron a trabajar si no recibían salario.

Una mujer «hecha a mano»

Es muy poca la información de que dispone el escribidor sobre Carmen, la amante cubana de Meyer Lansky. Alguien que la conoció dijo a un periodista norteamericano que era la mujer más bella que había visto en su vida. Tenía unos 20 años entonces, buenos modales y voz suave. De andar grácil. Su piel era aceitunada y el cabello, negro y crespo, se le escurría por la espalda hasta la cintura. Era el suyo un cuerpo bien proporcionado, con pechos rotundos y dedos largos. Un vello muy fino, apenas perceptible, le cubría totalmente los muslos y los brazos.

Lansky compartía con ella un piso alto en el Paseo del Prado, donde vivía además, la madre de Carmen. Un pasaje de Almendra, la novela de Mayra Montero, se desarrolla en ese apartamento. Lansky y Carmen se conocieron en El Encanto, la lujosa tienda por departamentos de Galiano y San Rafael. Aquella relación fue algo insólito en el cabecilla mafioso, que no se permitía esas libertades. Lansky mantuvo a Carmen en el ostracismo y la oscuridad más profundos, no solo porque le aterrorizaba que su esposa Teddy pudiera enterarse de aquel amor clandestino, sino porque siempre criticó en sus socios esos amoríos secretos, que calificaba como una debilidad.

Lansky salió de Cuba en enero de 1959, luego de la entrada en La Habana del Comandante en Jefe Fidel Castro. Volvió en marzo del mismo año para sacar a Carmen de la Isla. No la encontró. La muchacha «hecha a mano» se volatilizó, se esfumó. Nadie más volvió a saber de ella.

Ya en su vejez, Lansky hablaba de los 17 millones de dólares, en efectivo, que «por un pelito» no pudo sacar de La Habana en enero del 59, y que nunca pudo recuperar.

¿Los dejó guardados en el piso de Carmen, en el Paseo del Prado? ¿Desaparecieron con ella aquellos 17 millones?

Dinero bajo el tapete

Santo Trafficante estaba asociado con Amletto Battisti en el contrabando de narcóticos. Lansky simpatizaba con el propietario del hotel Sevilla. Utilizaba el Banco de Créditos e Inversiones, de Battisti, para blanquear dinero no declarado de los casinos de juego. Amadeo Barletta, propietario también de Tele Mundo —el canal 2 de la TV nacional— era dueño asimismo del banco Atlántico. Bancos que recibían, bajo cuerda, el dinero de los casinos y que mantenían nexos ocultos con un conjunto de compañías ficticias.

Dice un historiador: «El tipo de estructura financiera que Lansky, Trafficante y otros hampones norteamericanos necesitaban para llevar a cabo la expansión de su imperio criminal en Cuba… Los bancos que eran propiedad o estaban controlados por Battisti, Barletta y más adelante uno creado por el mismo presidente Batista revestían la mayor importancia para la mafia de La Habana. Ya se había empezado a recaudar mucho dinero de los hoteles, casinos, cabarés y otros negocios relacionados con el turismo, pero si todo salía de acuerdo con el plan, eso sería solo el comienzo».

Muchas de las empresas de Barletta estaban bajo el control de una misteriosa Santo Domingo Motors Company, cuyos propietarios eran desconocidos incluso para el Banco Nacional de Cuba, afirma Guillermo Jiménez en su libro Los propietarios de Cuba. 1958. Más del 50 por ciento del banco Atlántico era controlado por esa compañía, y el director general de la entidad, el banquero italiano Leonardo Masoni, vino expresamente de Milán a ocuparse en este de la representación de 1 150 acciones de propietarios italianos desconocidos. Barletta representaba la Santo Domingo Motors Company, pero no la controlaba. La controlaban capitales italianos enmascarados.

Battisti era —dice Guillermo Jiménez en su libro citado— el más poderoso de los banqueros de los juegos de azar y de los prestamistas o garroteros. A través de su banco hacía fuertes préstamos a los políticos. Controlaba una lotería particular. Desde su llegada a Cuba, en 1936, mantuvo vínculos estrechos con el entonces coronel Fulgencio Batista, y casi de inmediato, luego de su arribo, se hizo con la presidencia del Jockey Club y de la Compañía Cubano Uruguaya para el Fomento del Turismo, que operaba el hipódromo Oriental Park, de Marianao, donde tenía fuertes intereses en su casino de juego.

Trafficante decía que en Cuba los verdaderos mafiosos vestían uniformes militares y usaban carteras de ministros. La mafia utilizaba a los políticos cubanos, pero los despreciaba. Lansky no se cansaba de demostrar que no estaba en deuda con ellos; solo con Batista.

Una noche Lansky tenía cita con Battisti en el Sevilla. Llegó al hotel, descendió de su automóvil y, ya en el vestíbulo, se topó con Santiago Rey, ministro del Interior de la dictadura. Rey alargó la mano para saludar a Lansky, pero este lo miró con desdén y no se detuvo. El Ministro quedó con la mano en el aire mientras Lansky seguía su camino hacia el despacho de Battisti.

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