Lecturas
Participé en estos días en el Encuentro Internacional de Coleccionistas y Melómanos que, convocado por la Egrem, contó en su cuarta edición con la presencia de personalidades de países latinoamericanos y caribeños. Fue un evento dedicado al disco de vinilo que, dijeron los organizadores, no solo es un formato, sino un puente que conecta generaciones, historias y culturas. Una experiencia cargada de buena música en la que tocó al escribidor exponer sobre las victrolas y la industria discográfica, que en 1959 estaba totalmente en manos cubanas, daba de comer a unas 50 000 familias y exportaba el 50 por ciento de su producción a países de nuestra zona geográfica y también a África occidental, sin olvidar en su recuento a gente que, más allá de la música, hicieron una pasión del coleccionismo.
Aludí a María Josefa Ruiz de Carvajal, marquesa de Pinar del Río, María Luisa Gómez Mena, condesa de Revilla de Camargo y Joaquín Gumá, conde de Lagunillas. También a Julio Lobo, Oscar Cintas, Teté Bances, Francisco Prat Puig… y a Dulce María Loynaz, por supuesto.
Sin olvidar al chef Carlos Cristóbal Márquez, propietario del restaurante San Cristóbal, en San Rafael entre Lealtad y Campanario, poseedor de objetos que sobresalen tanto por su valor artístico como histórico y de una impresionante colección de relojes de pared. Y la tienda de antigüedades que la familia Serrano-Estepa mantiene en los sótanos de Flogar, en San Rafael y Galiano, cuyas exhibiciones son un regalo para los ojos.
En puridad, aunque no se asumieran como tales, los primeros coleccionistas que consigna la crónica cubana fueron los condes de Fernandina. Acogían en su palacio del Cerro una de las mejores colecciones de arte de la Cuba colonial, acopiada por el segundo conde y engrandecida por su hijo. Óleos de Goya, Lorraine y Murillo; una alegoría de Rubens sobre una plancha de bronce; el famoso cuadro de La Perricholi, amante de Amat, virrey español del Perú, pintado por el peruano Luis Montero, y varios lienzos del mexicano Páez, entre ellos uno de sus célebres Cristo, la conformaban.
Entre sus piezas se contaban además objetos provenientes de viejas dinastías imperiales chinas, gobelinos y abusones legítimos, costosísimas alfombras persas, finas porcelanas de Sevres, jarrones etruscos… El oro y el marfil estaban satos en aquella residencia de la Calzada del Cerro. La plata que en ella existía, tanto en cubiertos como en objetos de vajilla, podía rivalizar con la mejor del mundo, y sus monumentales bandejas y juegos de plata martillada procedían de las más acreditadas casas inglesas y francesas.
Muy valioso era asimismo el mobiliario de Boullé, confeccionado por los mejores fabricantes franceses. Las vajillas de los tres condes provocaban la admiración y la envidia de sus invitados. La del primero con escudo grande en el centro, la del segundo con armas más pequeñas, al centro también, y corona y manto de duque, atributos de la grandeza de España, y la del tercero con una G gótica bajo una corona ducal en el borde.
Hoy es difícil conocer todo lo que los Fernandina reunieron. Los inventarios que se levantaron cuando los tribunales incautaron sus bienes recogen muchos cuadros sin señalar a sus autores, y estatuas, cristales y muebles sin describirlos. El tercer conde acumuló deudas cuantiosas y todo lo que fue suyo fue a parar a manos del rico terrateniente Pedro Lacoste, su principal acreedor, aunque este le concedió un plazo de tres años para que recuperara el palacio. No pudo.
Leopoldo González de Carvajal Zaldúa, rico cosechero de tabaco, quería ser y no era. Pese a su dinero, que era mucho, la nobleza criolla le llamaba, con desprecio, el tabaquero, aunque Alfonso XII le concedió el marquesado de Pinar del Río.
Su hijo, el 2do. Marqués y 3er. Marqués de Avilés, fallece en Nueva York, donde había nacido. Su nieto Rafael José, 3er. Marqués de Pinar del Río y 4to. de Avilés, importante coleccionista de obras de arte, muere en Matanzas, en un accidente de tránsito, justo el día en que cumplía 41 años de edad. Es entonces que, en su nombre, la madre lega al Museo Nacional de Cuba 77 cuadros de pintura europea del período romántico que incluía una importante colección de obras del artista español Eugenio Lucas Velázquez. Es el llamado Legado Carvajal.
Muere asimismo María Josefa Ruiz de Carvajal, la 3ra. Marquesa. Fallecido su hijo, soltero y sin hijos, el título pasa, con los años, al nieto de una hermana del 1er. Marqués, residente en España. Ella por su parte, como acto de última voluntad, dispone que la casa donde vivió con su esposo y su hijo sea demolida. Fabuloso proyecto de un Vedado hoy desaparecido que el 3er. Marqués encargó a los arquitectos Leonardo Morales y José Mata. Se emplazaba en la manzana enmarcada por las calles 17, 19, A y B, con fachada principal sobre la primera de esas vías. Un espacio que ocupa el célebre agromercado de 19 y B.
Era María Josefa fanática de las sortijas y las tenía por montones. Sobre ellas, a su muerte, se volcaron sirvientes y vecinos. Había piezas muy valiosas y no pocas sortijas de quincalla que la marquesa había adquirido sencillamente porque le gustaban.
Julio Lobo, el hombre más rico de Cuba hasta 1959, estuvo desde niño obsesionado con Napoleón. Tenía solo ocho años de edad cuando en la escuela donde cursaba estudios ganó una medallita de bronce por la composición que escribió sobre el Gran Corso. Más que el político y el militar, Lobo admiraba en Bonaparte el hombre de orden y método capaz de proponerse la meta más ambiciosa y conseguirla. Buscaba objetos que habían tenido una relación directa con el Emperador y su familia, y llegó a poseer incluso una muela suya como parte de una colección cuantiosa que conservaba celosamente en su casa de 11 y 4, en El Vedado, y que no pocas veces le trajo problemas con sus hijas, no siempre dispuestas a convivir con aquellas reliquias.
Pocos supieron durante años lo que Lobo atesoraba; no sería hasta 1950 cuando empezó a dejar saber, poco a poco, lo que tenía, y se conoció su deseo de montar un museo. Hoy el Museo Napoleónico atesora una de las colecciones más completas relacionadas con Napoleón que existen fuera de Francia.
También Joaquín Gumá Herrera, Conde de Lagunillas, quiso mantener en su casa las 700 piezas —algunos dicen que 500— de arte grecoromano que poseía, hasta que se convenció de que en ningún sitio estarían mejor que en una institución especializada, y en 1955 las llevó al Museo Nacional en calidad de depósito permanente. Murió en La Habana, en 1980.
Francisco de Paula Coronado merece mención aparte. Coleccionó documentos y libros cubanos a lo largo de 60 años. A su muerte, se quiso que esa colección pasara a la Biblioteca Nacional. No había dinero para comprarla ni tampoco lo tenía la Sociedad Económica de Amigos del País, mientras que instituciones norteamericanas se interesaban en adquirirla. Intelectuales cubanos se mostraron reacios a que la colección saliera de la Isla y el bibliógrafo Mariano Sánchez consiguió que Paul Mendoza, propietario de Banco Hipotecario Mendoza y del centro comercial La Rampa —donde radican ahora las compañías de aviación— se interesara en el asunto y la adquiriera. En el Palacio de Aldama, propiedad también de Mendoza, la colección comenzó a ser restaurada, y allí estuvo hasta 1960, cuando pasó a la Universidad Central de Las Villas, donde se conserva.
Componen el fondo Coronado 78 496 documentos; 9 000 libros de entre los siglos XV y XIX; 8 000 folletos de entre los siglos XVIII y XX; 600 obras de teatro bufo, estrenadas y sin estrenar; 169 tomos encuadernados de manuscritos, más 14 cajas y 20 sobres; 436 periódicos seriados, mapas, grabados, papeles personales de Coronado.
La autora de Últimos días de una casa llegó a poseer una de las colecciones de abanicos más completas del mundo, la segunda en importancia después de las de los duques de Alba. Coleccionó además un centenar de muñecas de diferentes países con trajes típicos y unas 75 tazas de diversas manufacturas y naciones, entre ellas una que perteneció a la vajilla del acorazado Maine y que los buzos extrajeron del agua cuando rescataban los restos de la nave, explotada en el puerto habanero el 15 de febrero de 1989, como preludio de la guerra hispano-cubano-americana.
Pero esa faceta de Dulce María coleccionista la veremos el próximo domingo.