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Memorias de dos abuelos

Un longevo matrimonio cubano desempolva recuerdos de períodos eleccionarios anteriores a 1959, marcados por el fraude y la violencia El concejal de Jicarita, un gobernador inédito de 1944

Autor:

Juventud Rebelde

Hortensio y Silvina en la casa de su querido reparto Garrido, ubicada en calle Pasaje B, número 16. Foto: Omar Vera CAMAGÜEY.— «Yo siempre estaba con el corazón en la boca. Cuando conocí a Pablo ya tenía historia y todos sabían que era de anjá».

—Espérate un momento Silvina —interrumpió Hortensio— acuérdate bien que no eran historias.

—Bueno viejo, es un decir. Yo sé muy bien que tú eras bravo de verdad. Todavía me pongo nerviosa cuando recuerdo «la bronca» que tuviste con los doctores.

—Esos hipócritas señores de la alta sociedad no eran más que unos fraudulentos. Cada vez que recuerdo aquellas elecciones me pongo «verde». Todas, antes de Fidel, fueron iguales. A veces me daba miedo morir porque temía que me pusieran a votar después de muerto. Era más fácil votar siendo un muerto que estando vivo.

—¿Cómo fue la pelea con los doctores?

—Yo me postulaba para Delegado por el Partido Ortodoxo de Chibás y, en Manzanillo, donde nací, los doctores Uset y Ulises Estrada querían copar el colegio para dominar las elecciones. Aquello fue de película, pero no pudieron con nosotros; al final resulté electo, pero nos costó bronca, amenazas y buenos piñazos.

«Yo ni me molestaba en votar», afirma Silvina. ¿Para qué? Si todos esos presidentes ofrecían villas y castillas y después siéntate a esperar el interminable cuento de la “buena pipa”.

«Desde el 59 siempre voto, y cuando estoy muy cansada o la pierna me falla me mandan un pionero para que ejerza mi derecho. El viejo siempre va hasta el colegio. A ese no hay quien lo mantenga en la casa».

Los Miranda, así les llaman, viven desde 1959 en el reparto Garrido, uno de los más conocidos de la ciudad de Camagüey. Año tras año se les ve muy unidos hasta para extraer del baúl de sus recuerdos algunas anécdotas que atrapan al mejor de los cuenteros.

Y es que los protagonistas de esta historia son un par de ancianos que ya rebasan las nueve décadas de existencia. Él, Pablo Hortensio Miranda Oñates con 98 abriles cumplidos y ella, Silvina Reyes Espinosa con 104 primaveras, detienen sus pensamientos allá por los años 20 del siglo pasado.

«Nuestra unión fue cosa del destino», afirma Silvina y Hortensio la desmiente: «No, lo nuestro fue cosa de las locuras del amor que nos unieron para toda la vida».

¿Cuál de las dos afirmaciones será la correcta? Aún no lo sé, pero lo que sí está muy claro es que la feliz unión de estos abuelos sobrepasa, en un gran tramo, las Bodas de Oro.

Aquel amor, locura o destino, dio vida a tres hijos: Rubén (fallecido), Jorge y Hortensia, «los que han sido nuestro mayor regalo en estos 75 años de matrimonio», asienten con la cabeza.

Pero Hortensia no se da por vencida, pues sigue con la teoría de que su matrimonio fue cosa del destino: «Fíjate si fue así, que yo tenía comprado todo el ajuar para mi boda, que se celebraría pocas semanas después con mi novio, el primo Luis, cuando conocí en una visita, que ya ni recuerdo bien, a Pablo.

«Este encuentro hizo cambiar por completo el rumbo de mi vida, porque desde aquel día no dejé de pensar en él. Creo que me atreví de verdad. Figúrate que mamá no lo podía ver. Lo criticaba y hasta le puso un nombrete: “Cocote de calabaza”.

«A mí no me gustaban aquellas cosas de mi familia, ¿pero qué iba a hacer? Lo mío era no buscar problemas para poder estar a su lado».

En cambio Hortensio sigue riendo, por su triunfo ante el adinerado primito Luis y, además, por ganarle a la vida todas las peleas que se le interpusieron.

El hijo Jorge

En uno de los asientos, Jorge, el mediano de los tres descendientes del añejo matrimonio, responde muy atento a cada palabra, gesto o inquietud de sus padres.

De vez en cuando lo sorprenden con el reclamo de días exactos o de nombres familiares ya olvidados, pero allí, sin cansancio, está Jorge para ayudarlos.

«A pesar de la edad ellos están más que claros. Mamá y papá siempre nos contaron sus anécdotas. En sus largas vidas sobresale una que no olvidamos.

«Papá trabajó en la clandestinidad antes del triunfo de la Revolución. Claro, no fue hasta el 59 que nos enteramos. Él transportaba armas en el sancocho de los puercos y era mensajero. «Para la Huelga general del 9 de Abril tenía la misión de entregar un mensaje al dependiente Pañeña, de la joyería del pueblo, pero se equivocó y entregó la nota al dueño.

«Yo no sé cómo se las ingenió para salir de aquel atolladero, pero cuando regresó con los ojos muy asustados a casa, solo nos dijo: “Nadie sabe lo que vale la suerte de un hombre”».

Suerte que lo acompaña hasta hoy, pues él ni se enferma y tiene un estómago de tripa de pato.

«Mami por el contrario es más mesurada, pero peleona, y papi le sale huyendo. Mientras tanto los voy sobrellevando, pues la verdad es que mis viejos son de armas tomar y no entienden con nada.

«Lo último que me dijo papi fue que él viviría 150 años, y la vieja al escucharlo se rió, lo miró y le dijo bien bajito, “viviremos los dos 150 años”».

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