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El precio de una identidad

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En el mundo, la comunidad emo es fácil de identificar por sus códigos, pero no todos los jóvenes que imitan esa moda asumen la filosofía misantrópica que rige su identidad

«Si los ves solos o en grupos, golpéalos. Si crees que son muchos para una sola persona, llama a algunos amigos. Si te cansas de golpearlos descansa, no te preocupes, no irán a ningún lado».

Este mensaje camuflado en Internet bajo una dirección de aparente banalidad está dirigido contra la comunidad emo, la cual agrupa en diferentes partes del mundo a jóvenes que construyen y comparten códigos que nos permiten identificarlos como un grupo social con fisonomía propia.

En este sitio europeo se palpa el renacimiento del nacionalismo excluyente que arrastra consigo preocupaciones identitarias, y se erige sobre bases fundamentalistas y xenofóbicas.

Con el resurgimiento del neonazismo se difunde en Internet una campaña hostil contra las minorías, entre estas las llamadas tribus urbanas, dentro de las cuales se distinguen los punks, hippies, emos y otras. También los homosexuales, judíos y musulmanes son víctimas de ese odio difundido por la red de redes.

Se dice que millones de personas con acceso a Internet consumen los productos publicitarios dirigidos contra estos individuos. Algunos grupos neonazis aseguran que gracias a la web tienen un público que por su amplitud ni siquiera Hitler imaginó.

¿A quién van a matar?

Los adolescentes ponen a prueba su independencia, la tolerancia de los otros, sus necesidades propias, o la capacidad para rebelarse contra los valores de los padres, erradamente con actitudes como estas. Los emos son fáciles de identificar por su ropa ajustadísima, peinado engominado que cubre parte de la cara, piercings, zapatillas Converse o Vans, muñequeras a rayas, chapas y sudaderas con capucha. Pero no todos los que así se visten se consideran de ese grupo, ni comparten la misantropía que los distingue.

Se les califica de superficiales, esclavos de la moda y depresivos. Dicen que hacen del suicidio el rumbo expedito ante cualquier disyuntiva.

Pero, ¿cuánto hay de realidad y exageración sobre estos muchachos y muchachas? JR salió al encuentro de emos cubanos y encontró a seres con filias y fobias como todo ser humano. Se tropezó con unos que lo son y no lo parecen, y a otros que parecen, pero no lo son.

«Si cada vez que vamos a usar algo necesitamos ir a sus orígenes, perderíamos mucho tiempo. Buscar causas a todo no es práctico, es mejor dejarlo para las cosas más profundas. Pienso que la vestimenta no es lo más importante para catalogar a una persona», dice Yasmany Estévez, un joven estudiante de Informática que viste como dictaminan los códigos de los emos.

«Hasta me gusta la música que escuchan —rock clásico, punk, música house, electrónica, Sabina, Serrat, Jarabe de Palo y Estopa— pero no comparto sus espacios», sostiene Alejandro Martínez, estudiante de idioma francés.

«A mi novia y a mí nos fastidiaría hacer lo mismo casi siempre, como suelen hacer las parejas emos. No me imagino mirarle la cara a mi compañera y ver casi el reflejo de la mía, con una cuota de depresión incluida», asegura Yoser Miranda, estudiante de Ingeniería.

Oír música que diga constantemente «¡Mátate!; no vivas en este mundo de basura» me abrumaría, comenta Yumara López, enfermera capitalina, quien considera que tenemos bastante con todo lo que sucede en el mundo, «y la solución no debe ser enquistarnos y mirar la vida pasivamente, sino con entusiasmo, como hacemos los jóvenes cubanos».

Soy bastante independiente para andar en muchedumbre como andan los emos, góticos, raperos y otros grupos, contra los que no siento aversión, incluso con algunos comparto la moda y por eso me confunden con ellos, afirma esta muchacha.

Ramiro Quevedo, estudiante universitario que reside en Nuevo Vedado, reconoce vestirse parecido a los emos, pero no acepta que lo clasifiquen como tal, ni digan que este grupo social implantó la moda que a muchos jóvenes les gusta.

«La gente está mal informada sobre esa tendencia; no es solo vestirse como ellos y hacerse un pelado superraro. Es algo más. Estos muchachos se ponen medias de rayas en los brazos, y lo varones se ponen cosas de niñas en el pelo con color rosado. Aquí he visto pocos y me los encuentro solo en el parque de la calle G, en el Vedado».

Ramiro detalla que el que de verdad es emo aparenta ser gay, y no es que tengan necesariamente esa tendencia, pero se visten de manera homosexual y sus ademanes desganados irradian actitudes evasivas y totalmente enajenantes.

«Una mujer emo se ve bonita y sexy. Los ojos delineados le dan un toque, pero en los hombres eso crea rechazo. Jamás pensé que esa tendencia se introdujera aquí, porque el machismo es intolerante con ciertos modos de conducta.

Ramiro estima que, no obstante la filosofía de este grupo, debemos respetarlos y contribuir a matizar ese mundo gris en el que insisten permanecer, y que «construyen» adoptando conductas poco socializadoras.

«Tu sabes lo que es un varón con los ojos delineados y lacitos en la cabeza. Son aceptados plenamente solo por los integrantes del grupo, porque se muestran escépticos y excéntricos», remarca Adriana, una estudiante de Periodismo.

La joven considera que los que se proclaman emos no dañan a terceros, pero es muy degradante para ellos mismos alimentar cánones que no se avienen al carácter jovial y tan arriba de los jóvenes en la Isla.

«Es un modo de ser importado, el cual no sabemos cómo surgió y llegó. Pienso que algunos de ellos también desconocen las raíces de esa tendencia», dice Osvaldo Toledo, médico de profesión, quien sugiere que el resto de los jóvenes influyan sobre algunas concepciones erráticas de estos muchachos de apariencia hermética, tales como autoagredirse y la introversión.

«Si Mahoma no va a la montaña, la montaña debe ir a Mahoma. Esos muchachones son nuestros, como lo son los trabajadores sociales, los instructores de arte, tú hijo y el mío», concluye el galeno.

¡Eureka!

Hablamos de incomprensiones en la casa, la escuela o el trabajo, dice Laura. «De quienes rompemos con algunas normas se habla hasta por los codos, pero no todo lo que se dice es cierto», espeta con tono enérgico Laura Lezcano, quien se acepta emo y agrega que «a mucha honra».

Considera superficial estigmatizarlos con la adicción al suicidio, la droga y la anarquía; porque algunos jóvenes como ellos, en otros lugares del mundo, se droguen y rompan con las normas sociales.

«En Cuba los hay así, pero no son mayoría. Con los que me reúno aman la vida y le encuentran siempre algo bello, para seguir disfrutándola sin buscarse problemas.

«Nos apartamos del bullicio para conversar de lo que nos agrada. Se habla de incomprensiones en la casa, la escuela o el trabajo. Comentamos sobre los muñequitos Mangas que vemos. A veces lloramos mientras descargamos con la guitarra, y nos cortamos para sentirnos vivos, porque somos emocionales. Eso es lo que más nos une y no lo negamos: somos bastante depresivos».

Una versión similar a la de Laura la encontramos el domingo anterior en el mismo parque de G. Un muchacho que omitió sus apellidos, pero se presentó como José, estudiante de tecnológico, nos mostró lo más retrógrado de ese grupo social. «Tenemos que ser deprimidos, muy deprimidos para sentirnos a gusto entre nosotros».

Con los ojos humedecidos, la voz entrecortada y aparente vergüenza, confesó que la muerte de su abuela recientemente fue el detonante para mostrar «el lado más auténtico del verdadero emo».

Tres cicatrices frescas se vieron en una de sus muñecas cuando liberó sus manos de un par de guantillas a rayas áureas y rosadas.

«Sustituir un dolor por otro produce alivio».

Al contar su historia de vida ni un solo verbo se conjugó en futuro. Luego de tanta insistencia logramos que confesara algunas de sus expectativas: «Que me crezca el pelo pronto y el dolor por mi abuela desaparezca».

Nos contó que algunas páginas de Internet lo motivaron con esa tendencia, asumida en nuestro país principalmente por adolescentes capitalinos.

Adolescencia e identidad

Mientras minorías como los emos son satanizados en diversas partes del mundo, sobre todo en Europa, la madre del nacionalismo excluyente, en la Isla nacen preocupaciones por su comportamiento durante el proceso de apropiación de una identificación grupal, que les permita bienestar.

La doctora Carolina de la Torre, en su libro Las identidades: Una mirada desde la Psicología, fija su interés en muchachos como José, el emo de actitud autoagresiva. Considera que los adolescentes, más que otro grupo, son capaces de construir sobreidentificaciones con grupos musicales, religiosos y políticos.

En el mismo texto Carolina explica que muchas veces los adolescentes no se sustentan más que en el deseo de poner a prueba su independencia, la tolerancia de los otros, sus necesidades propias, o la capacidad para rebelarse contra los valores de los padres.

Para que los emos nuestros sean tratados juiciosamente en el hogar, la escuela y en cada espacio social, el libro de la doctora De la Torre puede ser muy provechoso, pues considera que no en balde se ha considerado que los conflictos básicos de los adolescentes tienen que ver con la búsqueda de identidad.

Para lograr la armonía con nuestros muchachos, la especialista nos recuerda que ese período de la vida es considerado por algunos estudiosos como una moratoria psicológica, que permite al sujeto ciertas experimentaciones sin tener que pagar las consecuencias.

La experta en identidad y trabajo grupal, que atesora más de 40 años de experiencia en su labor, recomienda ser muy cuidadosos con los adolescentes, pues suele ser fatal la represión e imposición de sus valores, costumbres y representaciones.

Emos del caimán tranquilo

Muchas de las cosas que distinguen a estos jóvenes son estereotipadas por Internet y las películas, reconoce Tomás Hernández, un emo confeso.

Este muchacho, que se desempeña como contador en el Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP), se esmeró en explicarnos los comportamientos comunes y diferencias entre los emos cubanos y los del resto del mundo.

Según nos comentó, los primeros, que no fueron precisamente cubanos, dejaron un legado que algunos de sus sucesores han seguido al pie de la letra, transformándose en personas aisladas y privadas del uso de la razón.

«La mayoría de los nuestros ven esos cánones como innecesarios. No somos los emos de Rusia, de quienes sabemos bastante porque hay un sitio en Internet que les pertenece. Tampoco los de España, ni de Colombia... Somos cubanos y aunque tenemos problemas no es para tanto. No hay necesidad de apelar al suicidio como salida».

El joven nos cuenta que vivió en el extranjero, y aunque jamás fue víctima de actos violentos, la incertidumbre que experimentó donde residió acrecentó su tendencia depresiva, razón que lo obligó a regresar antes de que sus padres cumplieran la misión para la cual habían viajado.

«Aquí me siento seguro y las depresiones las rebaso con mis amigos, jugando fútbol, leyendo novelas fantásticas, jugando en la computadora y superándome mucho; porque tengo demasiado compromiso como estudiante de dos idiomas e Historia del Arte».

Tomás diserta sobre la cultura emo con soltura. Dice que surgió como un estilo musical derivado del punk hardcore americano. No sabe exactamente cuándo esos patrones se introdujeron en la Isla, pero aclara que desde 2004, cuando tenía 15 años, se sumó a un grupo y entre todos «construyeron» un espacio para atenuar las depresiones.

«Ya llevo tres o cuatro meses sin ir al parque de la calle G. Volví con mi novia y preferimos un ambiente íntimo para relacionarnos. El tiempo que me queda lo empleo en hacer las tareas de la universidad».

Pese a distanciarse del ambiente grupal, Tomás se considera emo y asegura que su hermano, cuatro años menor que él, seguirá sus pasos. «El emo nace, no se hace. Esa es una filosofía de la que no discrepo. Es como el creyente que no va a la iglesia y sigue manteniendo su fe».

Al preguntarle sobre sus creencias, categóricamente se descarta agnóstico como el resto de los muchachos de este grupo social, aunque aclara que ser incrédulo no es condición necesaria para unirse a ellos.

Pura vestimenta

A la Universidad de La Habana llegamos tras la pista de esos muchachos que son mirados con agudeza por los demás jóvenes. Sergio Díaz (El Chino), estudiante de Contabilidad, nos ayudó a contactar con algunos que tuvieran esa apariencia.

«Yo los conozco bien. Son chéveres. Algunos se tiñen el pelo de negro y los de pelo rizado se lo planchan para hacerse “el bistec”, que es como llaman al peinado que usan».

¡Mira una emo! Fíjate en su ropa, las camisetas llevan casi siempre un motivo contracorriente, satánico o raro, dice El Chino señalando a una compañera que se aproxima, y quien al escucharlo aclara que de ese grupo social solo le gusta la apariencia. «Pero de emotional nada. Siempre bien arriba».

Advierten que la joven, por la forma en que se viste, debe tener buen poder adquisitivo, algo que Michael Mejías, estudiante de Derecho, no considera imprescindible para mantener dignamente la fachada de un emo.

«Conozco gente que no tiene más que pastillita de pollo y agua en el refrigerador y se lanzan con unos Vans de 60 dólares, y todas la bisutería que identifica a esta tendencia, aunque expriman a su madre».

Muchos de nosotros tenemos solo pinta de emo, reitera Michael, quien califica la moda que sigue el grupo como muy cómoda, cuyo estereotipo llega por todos lados, y al cubano, como no le gusta quedarse atrás, hace hasta lo imposible por tener lo mismo que publicitan las páginas en Internet.

«Si quieren llenar las agendas sobre los emos vayan a Nuevo Vedado; allí sí hay, aunque a veces son como los borrachos, que no reconocen serlo. Pero al menos por la vestimenta lo son», afirma Alejandro Sánchez, otro futuro abogado, que califica de superficiales a quienes siguen a pie juntilla los caprichos de la moda.

«Soy una mezcla. Voy donde me sienta bien. Me relaciono con varios grupos sin involucrarme demasiado con ninguno. Me pueden tildar de emo, por lo que aparento, y no me ofenden, pues ni siquiera conozco a uno solo que sea reaccionario. A los que me refiero no oyen emo-core, la música que identifica a los emos, sino a Pablo FG; por eso hay quienes dicen que no son auténticos».

Tampoco Iván Valdés se considera parte del grupo, pese a que El Chino le recuerda que solo hace un par de días que se quitó «el bistec» y que siempre muestra los calzones, como suelen hacer los emos.

«Esto es criar fama. Es verdad que antes me daban las tres de la madrugada con mis amigos en un parque de G hablando un montón de boberías y “dándole chucho a la gente”. Ahora con los compromisos que tengo con la universidad no me alcanza el tiempo para ser un esclavo de esa costumbre».

Iván estima que la adicción al grupo suele disolverse en la medida en que se encuentran motivaciones de mayor envergadura. Eso les ocurrirá a los adolescentes que actualmente están perdiendo un poco el tiempo en encuentros banales. Cree que la misma vida les cambiará la dinámica.

«También llega el momento en que necesitamos estar seguros de nuestra identidad personal, que como sabemos es irrepetible. Hace pocos días, cuando me vi con el pelo idéntico al de todos me pregunté quién era. Me sentí una clonación, aunque mis compañeros digan para mortificarme que esa decisión fue una típica crisis existencial».

Los emos originales, añade Eduardo Gutiérrez, tratan de lograr la confusión entre muchachas y muchachos al vestirse casi igual. Presumen de eso. Iván se ve varonil y sé que reggetonea, juega dominó y se socializa sin temores con otros grupos. Eso sería para un emo auténtico una violación de su código.

Con dinero y sin dinero...

«Los emos cuando no tienen dinero van para G, pero cuando el bolsillo llega a los cinco CUC paran en la Sala Atril, y allí se pasan la noche cambiando canciones en sus celulares y “especulando”», detalla Freddy Sánchez, quien también tiene puntos comunes con los emos, por su manera de vestirse, pero no comparte íntegramente su filosofía.

«Ser emo extremista es una furia que dura lo que un merengue en la puerta de un colegio», opina Fidel Vicente Godoy, estudiante de Geografía en la Universidad de La Habana.

«Son muchachitos de pre y tecnológico los que con más fuerza se consideran emos, y eso se debe a las crisis de la adolescencia. Cuando sobrepasan esa edad, quizá siguen vistiéndose como tales, pero el mismo proceso de madurez les cambia los puntos de vista que estimulan la depresión y otros dilemas existencialistas».

Fidel Vicente dice que escucha emo-core, pero que de deprimido no tiene un ápice. «Esa música constantemente es una plegaria, cuya letra alude al suicidio, la soledad y el abandono. No me afecta escucharla: me levanta».

Asegura conocer adolescentes de entre 15 y 18 años que consumen la música de Bless The Fall, Underoath y From First to Cast y solo por eso se definen emo y se creen poseedores de una identidad propia.

«No es reprobable que quieran imitar o apropiarse de una cultura como esa; lo inconcebible es que en la búsqueda de reconocimiento, a veces cometen tonterías. Conozco tres jóvenes de ambos sexos que por nimiedades han apelado a la autodestrucción solo por ser notables y súper-emos».

El profesor Eduardo Rodríguez subraya que los emos se introdujeron en la Isla a través de videos, en los cuales se mofan de sus costumbres. Teme que ese precedente puede crearles algún complejo de inferioridad a los que son más dogmáticos con los estereotipos de esa tendencia, por lo que sugiere que sean tratados con respeto, como se hace con otras minorías en nuestro país.

«El curso pasado tuve alumnos con esa tendencia. Eran buenos estudiantes. Aunque ellos prefieren el emo-core, les hablaba del punk y compartíamos esa predilección con total armonía.

«A algunos de estos jóvenes les falta comprensión en el hogar o están sobreprotegidos, por lo que padres y maestros debemos apoyar a estos muchachos que en una edad muy difícil como la adolescencia buscan reafirmar la autoestima».

Convergencias

Los estudiantes de la Universidad de La Habana cuando junto a nosotros interpretaban este fenómeno social, decían que de la timba y la rumba no se salva ni el más estirado de los mortales, entre ellos los que se afilian en algún momento a determinados grupos y evaden la socialización.

Coincidieron en que el mestizaje, la cubanía y la sandunga que tenemos por naturaleza son más poderosos que cualquier tendencia, como la de los mickey, rastas, reparteros, emos y tantas otras que conviven con todo lo que emana de nuestra identidad como nación.

Estos jóvenes inteligentes, serviciales y jaraneros, que alegraron sobremanera nuestra investigación, sugirieron que la fórmula para salvar casi todo son los amigos, los libros y las responsabilidades.

Dijeron una verdad muy grande: En esta Isla pueden confluir todas las subculturas, que la Globalización le inserte, pues al final nos acomodamos y vivimos en paz, pese a las diferencias.

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