Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

A medio siglo de un bombardeo batistiano en el poblado de Manatí

Autor:

Juan Morales Agüero

El ataque se dirigió contra objetivos civiles y dejó numerosas víctimas, a quienes el pueblo no olvidará jamás

Manatí, Las Tunas.— El 2 de diciembre de 1958, los habitantes de este municipio despertaron bajo el estruendo de las bombas y el tableteo de las ametralladoras. Eran las ocho de la mañana cuando aviones B-26 con base en Camagüey comenzaron a arrojar su mortífera carga sobre instalaciones civiles. El ataque pretendía socorrer desesperadamente a la guarnición batistiana, sitiada dentro del cuartel por los rebeldes, que desde el 29 de noviembre habían tomado el poblado.

«La primera bomba lanzada cayó sobre el almacén de útiles del ingenio —recuerda Raúl Galguera, testigo de aquella tragedia—. Se desató allí un incendio colosal, sofocado a duras penas por los trabajadores. Luego el aparato agresor tomó como blanco el colegio de monjas “Manuel Enrique Rionda”, sobre cuyas instalaciones dirigió ráfagas de calibre 50. También el hotel se incendió y se desplomó por causa de los rockets. El mayor drama sobrevino con la bomba que detonó cerca del almacén de víveres, bajo cuyo andén se habían refugiado muchos vecinos del lugar. Dejó un saldo de nueve civiles muertos».

El destacamento guerrillero había entrado a Manatí tres días antes con el propósito de hacerse de un potente compresor. Lo necesitaba para la voladura del puente sobre el río Jobabo, acción dirigida a aislar el principal teatro de operaciones, que era la provincia de Oriente. Durante el tiempo en que sus hombres ocuparon el poblado, sitiaron el cuartel de la Guardia Rural, pero no consiguieron tomarlo, pues los soldados se habían atrincherado muy bien dentro del edificio, protegido por planchas de acero y sacos de arena.

La aviación batistiana continuó su irracional ametrallamiento. Como sus pilotos pensaban que bajo el almacén de comercio se ocultaba un emplazamiento del Ejército Rebelde, dirigieron hacia allí su ataque. Pero todos los que se guarecían en el lugar eran civiles. Ese día murieron bajo las bombas José Galguera, Benita Ocampo, Ricardo Peña, Víctor Tamayo, Escolástica Mejías, Naud Barret, María Méndez, Nieves Carmenate y Nereyda Mejías. Una verdadera carnicería.

Ante el acoso sostenido de los rebeldes, los guardias de la dictadura pidieron desesperadamente refuerzos. Les enviaron entonces varios aviones y un fuerte contingente de infantería al mando del capitán Gómez Camejo. La posibilidad real de que las tropas enemigas desencadenaran un baño de sangre contra la población aconsejó a los guerrilleros a retirarse de su zona de operaciones. Lo concretaron a las cuatro de la mañana, no sin antes cumplir su principal objetivo, que era llevarse el compresor del ingenio. No obstante el gesto de los rebeldes, el jefe militar de la plaza ordenó el ataque.

«Aquel día Manatí en pleno lloró a sus muertos —asegura Galguera—. El odio a la dictadura y a su brazo armado alcanzó su clímax. Te podrás imaginar cómo se sentiría un pueblo al que le aniquilan nueve hijos civiles.

Han transcurrido 50 años del infausto 2 de diciembre de 1958. Por fortuna, los días de la dictadura estaban por entonces contados. Sin embargo, Manatí continúa recordando a sus víctimas civiles devenidas mártires, a quienes el sentimiento popular jamás olvidará.

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