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Edén en La Habana

Un proyecto familiar es hoy referencia en Cuba y América Latina en defensa de la salud social y del entorno

Autores:

Yoel Suárez
Victor Fonseca

El arroyo de Brisas de Marianao era un lugar perfecto. El manso correr de su cauce reflejaba el verdor del entorno, favorecido por una imperturbable quietud y un clima generoso. Incluso, vecinos atestiguan haber visto en la transparencia de sus aguas algún camarón. De seguro fueron muchos los que no resistieron la tentación de huir del calor sofocante en su pequeña cuenca.

Pero a partir de 1960, con la expansión de la ciudad más allá de los límites que la ceñían, arribaron nuevas familias que se asentaron en las inmediaciones del arroyuelo, donde fábricas e instituciones vertían toda clase de desechos. El entorno privilegiado del lugar pasó a ser un terreno agresivo, improductivo y espacio predilecto para los vectores.

A inicios de los años 90 Miguel Ángel Figueredo Coucelo, junto a su familia, decidió poner la mano en el arado y revolucionar el paisaje en beneficio del vecindario con un proyecto comunitario llamado Visión Edén.

Hacer realidad la locura

«He vivido aquí desde niño, y el patio de mi casa colinda con la zanja. En un momento inicial con mi padre y mis hijos traté de recuperar las áreas, contando con muy pocos recursos», rememora.

Evoca la belleza de un entorno que acompañó su niñez, y que se fue opacando con los años por el descuido institucional y de la vecindad. El arroyuelo no solo sufrió intoxicación, también fue deformado por la mano del hombre: «Originalmente desembocaba en una laguna en las áreas del antiguo Hipódromo de Marianao, hoy Empresa Transimport. Pero la lagunita fue sellada y el cauce del arroyo desviado», cuenta.

Por esos años ya había involucionado hasta convertirse en una zanja por donde corrían aguas albañales y desechos de todo tipo. Sin embargo, el trabajo persistente hizo merecedor al proyecto Visión Edén de la distinción de patio de referencia municipal en 1995.

«Salvar este espacio no fue nada fácil. El abandono al que fue sometido por tantos años lo hizo un sitio pantanoso, que atraía ratas y cucarachas e inundaba los patios próximos. El terreno era muy agresivo como para ponerlo a producir, pero logramos cambiar esa condición», reconoce Miguel Ángel.

«Aunque al principio, en 1964, lo concebimos como un trabajo de marcado carácter familiar, en cuanto comenzamos a tener resultados serios, a inicios de los 90, Agricultura Urbana nos apoyó con semillas y posturas y legalizaron los terrenos en los que trabajábamos. Ello nos permitió hacer realidad esta “locura”».

En 2001 la Organización para la Agricultura y la Alimentación de la ONU (FAO), propuso tramitar ayuda material a Edén por el excelente trabajo desarrollado, señaló Francisco Arias Millán, ex representante de la organización internacional en Cuba.

«El soporte material que nos brindó la FAO nos ayudó parcialmente, pero la clave del éxito ha sido la unión familiar», refiere Miguel Ángel.

Donde empieza la familia

«Ha sido maravilloso. Representa un gran beneficio para nosotros. Eso era tremendo basurero. Lo mismo la botaban los vecinos que organismos estatales, y aunque lo limpiaron varias veces, al poco tiempo volvía a las mismas condiciones. Pero el trabajo de Miguelín reanimó el entorno del barrio», dice orgulloso Rafael Parada Recasens.

La opinión del dirigente cederista no es la única que converge en destacar lo beneficioso del Visión Edén para la barriada de Los Ángeles y otras comunidades cercanas, en el plano social, económico y medioambiental.

La contaminación dañó gravemente los suelos y la fauna en las inmediaciones del arroyo. Incluso animales tan habituales para los habaneros como la lagartija común y la rana toro, desaparecieron de aquel entorno, hasta que a fines del pasado siglo el proyecto «sembró» ejemplares de ambas especies.

Lo que inicialmente fue «un  patio muy organizado, productivo y limpio, pasó a ser uno de los proyectos comunitarios más interesantes del país, expandiéndose desde el corazón de su comunidad hacia el resto de la sociedad.

Actualmente los surcos de Edén no solo cuentan con más de 20 variedades de plantas: hortalizas, condimentos, frutales —entre estas melocotón, cereza y una pequeña variedad de pera— y medicinales, sino que allí desarrollan además la lombricultura y la cría de peces ornamentales.

«Hace años incursionamos en la cría de la tilapia roja israelí y ya hemos entregado más de medio millón de alevines. Tenemos 2 000 metros cuadrados de espejo de agua distribuidos en siete estanques de diferentes capacidades», explica el líder del proyecto.

Agrega que muchos niños se integran a las actividades, como a los círculos de interés sobre la acuicultura. «Prefieren estar aquí antes de andar por las calles. Aquí ocupan su tiempo ocioso, aprenden a amar la naturaleza y el trabajo y son partícipes directos de los beneficios del proyecto», afirma.

Parte de los fondos que recauda Edén son destinados a organizar actividades recreativas, culturales y educativas para los niños del barrio y alumnos de la escuela especial para trastornos del comportamiento José Manuel Lazo de la Vega, cercana a la comunidad. Coordinaciones de este tipo, comenta el director del centro escolar, Manuel Márquez Ignacio, resultan muy favorables.

«Los vínculos que nos unen son los mejores. El proyecto no solo ha contribuido a la educación de los niños. Nos ha ayudado con los arreglos de la escuela y ha donado más de 12 000 pesos y otros recursos materiales desde el año 1999 hasta la fecha», señala.

Igualmente Edén ha llegado, a través de sus servicios y productos, hasta diversas instituciones como la clínica de 100 y 57, en Marianao.

Mercedes Arriera, delegada municipal de Agricultura Urbana, reconoce que proyectos de este tipo engalanan la ciudad, protegen el medio ambiente y proveen a la familia y a la comunidad.

Sobre el desarrollo específico de Visión Edén comenta que no solo es positivo, sino relevante, y por este motivo dentro de poco el Grupo Nacional de Agricultura Urbana le otorgará el premio Doble Corona.

Los frutos del proyecto están entre las razones por las que ocho familias de la vecindad, entre las que se cuenta la de Julio Jorge Rodríguez, han reproducido la experiencia en sus patios «para transformar la sociedad desde aquí, donde empieza la familia».

Unos metros bien empleados

Actualmente el proyecto familiar-comunitario cuenta con dos áreas principales y prepara condiciones para fomentar la explotación de un nuevo espacio, cruzando la calle 114, frente a los terrenos originarios.

El sitio, y en el margen del otrora arroyo, exhibe una compleja situación medioambiental como resultado de la polución y el abandono al que ha sido sometido el entorno. No obstante, este lugar, colindante con una escuela primaria, dejará de ser un terreno baldío para convertirse en unos 2 000 metros bien empleados, afirma Miguel Ángel.

El plan para el aprovechamiento de la zona, aprobado ya por las autoridades correspondientes, pretende dotar a la comunidad de un lugar agradable para el sano esparcimiento de la familia, donde jóvenes, pequeños y adultos puedan departir en un contexto en el que las opciones recreativas son ínfimas.

La «tercera etapa» de Edén comprende la puesta en funcionamiento de un área destinada al trabajo con niños ciegos, débiles visuales y que padecen Síndrome de Down, mediante la equinoterapia. Los niños no tendrán que ir tan lejos, como a los parques Lenin o Almendares para recibir el tratamiento con los caballos.

La comunidad también contará con un campo de «golfito», un espacio para la monta de ponis y un local techado para actividades culturales.

La huella en la gente

La semilla de Edén ha viajado por toda la isla, y no es una metáfora. En varias provincias, mediante funcionarios de la Agricultura Urbana, se han reproducido, por ejemplo, posturas de melocotón sacadas del proyecto.

Incluso el testimonio de la iniciativa ha llegado a muchas partes del mundo, nos cuenta Miguel Ángel bajando el tono de voz, para no pecar de fatuo. «Hace un tiempo uno de mis hermanos lo llevó a Suiza, y la gente quedó impresionada».

Visión Edén cuenta con el reconocimiento de varias instituciones, por constituir, según Adolfo Rodríguez Nodal, director del Grupo Nacional de la Agricultura Urbana, un ejemplo de sistematicidad, esfuerzo y amor por la naturaleza.

Los aportes a la comunidad no solo son una realidad, sino que se han convertido en el mejor pretexto para reconocer la labor de una familia unida y con fe, como dijera Miguel Ángel, quien a pesar de ser graduado en Ingeniería Mecánica ha invertido gran parte de su vida en descifrar «el mecanismo» del surco.

Algunos de los estímulos recibidos por el proyecto los firman el Grupo Nacional de la Agricultura Urbana, la Fundación Núñez Jiménez de la Naturaleza y el Hombre o el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente; además, ostenta la condición de Referencia de la FAO en Latinoamérica.

Miguelín guarda de un manotazo la sarta de pliegos acuñados, peina su pelo nevado y confiesa bajito, como quien va a decir mucho: «Mira, lo mayor que ha tenido Edén es la huella que ha dejado en la vida de la gente».

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