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Amanecer de ardor rojinegro

El coraje de un grupo de jóvenes vistió de verde olivo una ciudad el 30 de noviembre de 1956, en apoyo al desembarco del yate Granma

Autor:

Odalis Riquenes Cutiño

SANTIAGO DE CUBA.— El viernes 30 de noviembre de 1956 Santiago de Cuba se levantó temprano. Unos 400 jóvenes, en actitud consecuente con la palabra empeñada y ayudados por la urbe toda, ponían al día el brazalete rojinegro. Atónitos, los vecinos vieron por primera vez a sus estrechas y empinadas calles vestidas de verde olivo.

«Armas de todos los calibres vomitaban fuego y metralla. Alarmas y sirenazos de los bomberos, del cuartel Moncada, de la Marina. Ruidos de aviones volando a baja altura. Incendios en toda la ciudad. El ejército revolucionario dominaba las calles y el ejército de Batista pretendiendo arrebatarle ese dominio. Los gritos de nuestros compañeros, secundados por el pueblo, y mil indescriptibles sucesos y emociones distintas...». Así el mismo Frank País describiría lo sucedido en el periódico Revolución, órgano del Movimiento 26 de Julio.

Atrás quedaban arduas jornadas de preparativos en varios sitios de la ciudad; las reuniones de Frank, responsabilizado como jefe de acción nacional del Movimiento, con los jefes de células; la obtención de armas, las prácticas de tiro, la confección de uniformes...

El 27 de noviembre de 1956, en la casa marcada con el número 358, en la calle San Fermín, Arturo Duque de Estrada, secretario de Frank País, quien se ocupaba de la correspondencia y los mensajes, recibiría un telegrama procedente de México con el siguiente texto: «Obra pedida agotada, Editorial Divulgación». Era la señal para el levantamiento.

El 30 de noviembre, desde una vivienda de dos plantas, ubicada en Santa Lucía esquina a San Félix, en el mismo corazón de la ciudad, País García, al frente de su Estado Mayor, dirigiría la acción cuidadosamente diseñada.

Los propósitos eran claros: el apoyo insurreccional al desembarco del yate Granma. Al atraer la atención del enemigo sobre Santiago de Cuba, la acción haría más fácil el arribo a costas cubanas de la expedición comandada por Fidel Castro.

«Poco después de las 6 y 30 de la mañana tomamos posesión de aquella casa», recordaría en entrevista posterior el combatiente Oscar Asensio Duque de Heredia. «Frank ordenó distribuirnos en las seis ventanas altas y nos dijo que teníamos que defender esas posiciones si llegaban los guardias. Previamente, Vilma Espín llegó en un carro con los uniformes verde olivo, y todos nos los pusimos».

Coraje simultáneo

En la estación de la policía de Batista de la Loma del Intendente, un grupo de 41 compañeros, dirigido por Pepito Tey, hostigaba a los sicarios.

«Otto Parellada —diría años más tarde Josué de Quesada, participante en el hecho— nos reunió y explicó nuestra misión. Íbamos a atacar la estación de policía por la parte de atrás; otro grupo de combatientes, dirigidos por Pepito Tey, lo haría por el frente.

Entre vivas a la Revolución y gritos de ¡Abajo Batista!, respondidos por el pueblo, llegaron los combatientes a la estación. Desde el patio de la escuela aledaña empezaron a caer los cocteles molotov. Los disparos de ambos grupos se cruzaban y se estrellaban contra las paredes. Las explosiones, con ayuda del aire, diseminaron las llamas... y rápidamente el edificio ardió.

La calle Padre Pico, al decir de Josué de Quesada, era un mar de plomo. «Después del combate tuvimos que cruzar de una acera a otra a gran velocidad, derrumbando la puerta de una casa. Nos subimos a los tejados de las casas aledañas y fuimos atacados por los disparos de un avión Catalina, pero no nos hirieron.

«Cuando habíamos cruzado siete u ocho techos, de una de las casas nos llamó un hombre de cierta edad, nos pidió que bajáramos y nos ayudó. Nos entregó camisas y pantalones a los cinco compañeros. Así salimos a la calle».

Otro grupo de 19 combatientes atacaba la Policía Marítima, en la Avenida Lorraine, hoy Jesús Menéndez. Tras liquidar la posta, los atacantes tomaron la estación, ocuparon las armas y se retiraron.

En Porfirio Sánchez Valiente y Aguilera se asaltó la armería de la ferretería Dolores. Más de 60 presos escaparon de la cárcel de Boniato y muchos de ellos se incorporaron a la lucha.

La acción más estremecedora preparada para ese día, intentaba cercar el cuartel Moncada. Un disparo de mortero era la señal para el inicio del bombardeo de la fortaleza militar, cuyo propósito era inmovilizar el Ejército, pero la detención de muchos compañeros impidió materializar el cerco.

No obstante ese inconveniente, las acciones se iniciaron con el parqueo de vehículos y otros obstáculos ante la fortaleza militar. La mayoría de los revolucionarios se parapetaron en el Instituto de Segunda Enseñanza y desde allí resistieron hasta que fue posible.

Las áreas aledañas al Instituto de Segunda Enseñanza serían testigos del tiroteo más largo del día. Por órdenes de Frank País, según contaría después Duque de Heredia, horas más tarde se trató de recuperar el mortero emplazado en sus cercanías. La acción sería infructuosa, dada la participación del Ejército, pero en todas las áreas aledañas al Moncada otra vez se oyó cantar el himno de la Patria.

Señal para el futuro

En el logro de los objetivos propuestos por el levantamiento armado del 30 de noviembre, el Oriente cubano se multiplicó. En Guantánamo, Julio Camacho Aguilera lideró las acciones; integrantes del Movimiento poblaron de obstáculos las carreteras de Holguín, Manzanillo y Santiago de Cuba; en Manzanillo, Celia Sánchez organizó grupos para la llegada de la expedición; en Puerto Padre, un comando asaltaba un polvorín.

En la edición clandestina del periódico Revolución, correspondiente a la segunda quincena de febrero de 1957, Frank fue prolijo en el aporte de los detalles sobre lo ocurrido aquel día:

«La población entera de Santiago, enardecida y aliada de los revolucionarios, cooperó unánimemente con nosotros. Cuidaba a los heridos, escondía a los hombres armados, guardaba las armas y los uniformes de los perseguidos; nos alentaba, nos prestaba las casas y vigilaba el lugar, avisándonos de los movimientos del Ejército. Era hermoso el espectáculo de un pueblo cooperando con toda valentía en los momentos más difíciles de la lucha».

En horas del mediodía la tiranía recibió refuerzos y se multiplicó su superioridad en hombres y armas, sin que tuviera lugar el desembarco, como se esperaba. Desde su Estado Mayor, Frank País ordenó la retirada.

El levantamiento no cumplió su cometido principal, al no coincidir con el desembarco por dificultades presentadas por el yate en su travesía. En el camino de esta acción quedó la sangre joven de Pepito Tey, Otto Parellada y Tony Alomá.

Pero el 30 de noviembre de 1956, Santiago de Cuba fue un ardor en nombre de la vida y la esperanza. Durante varias horas, la libertad asaltó al amanecer. Si dudas, la mejor señal para el futuro.

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