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Familia-escuela: buscando un punto medio

El padre no le puede quitar la autoridad al maestro, o viceversa, porque la influencia de ambos está actuando sobre un mismo ser humano. Una indagación de este diario hurgó en los déficits del vínculo que debe existir entre ambas partes

Autores:

Margarita Barrios
Hugo García
Héctor Carballo Hechavarría

«La palabra del maestro debe ser ley, siempre que haya sido dicha con justeza, pero esa realidad se distorsiona, pues el padre cree más en sus hijos. Las indisciplinas pueden partir entonces de un exceso de crédito y tolerancia».

El dilema, tocado por Luis Antonio Obregón, director del seminternado de primaria Calixto García, en la ciudad de Holguín, parece plantado frente a las relaciones de no pocas familias y escuelas a lo largo del país.

Pese a que el vínculo entre esas imprescindibles células de la sociedad decide la suerte del proceso educativo, y de que a lo largo de la tradición pedagógica nacional, sobre todo en la Revolución, se establecieron los mecanismos para que fuera armonioso, no pocas veces semeja una lidia en la que el perdedor no es otro que el estudiante.

Las razones de semejante desavenencia pueden ser muchas. Modelos pedagógicos que alejaron a la familia del centro de formación, déficits reconocidos en la preparación de nuevos maestros y profesores, disfuncionalidad de determinadas familias, entre otras…

«De primero a tercer grados de Primaria la preocupación de los padres suele ser magnífica. A partir del cuarto comienza a diluirse y en quinto casi desaparece», aprecia Luis Antonio Obregón, quien atesora una valiosa experiencia en la labor pedagógica.

Odalmis Hernández, madre de un alumno del propio seminternado, opina que hay que tener la capacidad para hallar las palabras y lograr un buen entendimiento con el maestro. Esa es la regla de oro para andar un camino que tiene un solo destino, la buena formación de tu hijo.

«Si no se es capaz de revisarle las libretas, preguntarle cómo le va, en qué se le puede ayudar, exigirle para que estudie, y solo se encuentran justificaciones, se perjudica su formación. Los hijos no son de cristal, y un poco de exigencia no hace daño; más bien hay que agradecerlo».

Adalberto Román, director del centro mixto Camilo Cienfuegos, en la ciudad de Holguín, pone «el dedo en la llaga» cuando se refiere a la ayuda del padre con los estudios: «El apoyo de la familia con las tareas de la escuela es muy estimulante para el alumno, y ese es también uno de los objetivos de algunos trabajos prácticos; pero nunca que se los hagan, y eso debe quedar claro.

«Algunos de esos ejercicios docentes son más complejos que otros, pero siempre se le da al educando el tiempo para la investigación, la preparación y la entrega. Lo que sí puede estar sucediendo es que, si un padre no conversa con el hijo, no le pregunta sobre las tareas, y este tampoco se lo comunica, el ejercicio no tenga todo el provecho y la calidad requerida».

Al parecer todos están de acuerdo en que la relación escuela-familia debe ser de armonía. Sin embargo, una indagación realizada por Juventud Rebelde demuestra que hay «muchísima tela por donde cortar».

La doctora Lidia Turner asegura que el vínculo entre el maestro y la familia no es necesario sino indispensable. «Todo niño o niña ha tenido un primer maestro que es la familia: le enseña hábitos, costumbres, lo guía, trata de explicarle el mundo, responder sus preguntas. Por eso llamo a la casa “la primera escuela”.

«Luego llega al centro escolar y no puede haber una ruptura, pues la primera escuela seguirá presente en esta segunda etapa de la vida. Los familiares siempre van a ser educadores, y el maestro tiene que conocerlos para influir de manera positiva en el alumno.

«En mi libro Pedagogía de la ternura —refiere la también presidenta de honor de la Asociación de Pedagogos de Cuba— defino cuatro elementos para aumentar la influencia del maestro y obtener resultados superiores en los estudiantes.

«Lo primero es amar a los niños, porque solo el afecto permitirá tener una buena comunicación. Luego hay que conocerlos bien, y esto es complicado porque cada persona es diferente. Debe mediar el respeto, no importa la edad que tenga el alumno, hay que escucharlo, y por último tener confianza en el mejoramiento de las personas, entender sus capacidades.

«El padre no le puede quitar la autoridad al maestro o viceversa, porque la influencia de ambos está actuando sobre un mismo ser humano», aseguró la destacada pedagoga.

¿Discrepancias insalvables?

Como en la mayoría de las secundarias básicas del país, en la Generación del Centenario, de Matanzas, juventud y experiencia comparten el proceso educativo.

Yasniel Barroso y Alberto Rossel tienen 26 años. Ambos dan sus primeros pasos en el magisterio en aulas de octavo grado de ese centro matancero. El primero enseña Español-Literatura y el segundo Historia de Cuba. Los dos coinciden en que no todos los padres son iguales. Algunos se acercan correctamente a la escuela, pero hay duras excepciones.

«Los padres exigen, pero en ocasiones les mandamos una nota para la casa en la libreta y ni la firman. A ellos también les toca ayudar a que sus hijos realicen la tarea y las actividades de estudio», asegura Yasniel. «Generalmente las familias que están pendientes de la escuela son las que tienen hijos con menos problemas», acota Alberto.

La profesora de Geografía María Candebat, con 39 años de experiencia, asegura que muchos padres exigen en mala forma y le quitan la autoridad a los maestros.

«Si el estudiante saca una nota deficiente, ese tipo de padre viene y revisa varias veces los exámenes. Esa actitud le quita credibilidad al profesor. Antes lo que decía el maestro era ley, y si regañaba al niño, lo agradecían. Ahora se ve de todo, padres disgustados, incluso a veces tratan de “persuadirnos” de que cambiemos nuestra opinión».

Otro joven maestro de 22 años, Saiky Lima, quien se desempeña como profesor de Historia de Cuba en la secundaria básica Héroes del Moncada, en Matanzas, insiste en que los padres primero escuchan al hijo y van a la escuela con un criterio parcializado. «Adoptan actitudes que afectan nuestro prestigio, sobre todo cuando el estudiante los ve discutir con nosotros».

Del mismo centro escolar es Aida Esther Castellanos, profesora de Español-Literatura, con 39 años en la profesión. «Van a mi casa a pagarme para que repase, pero siempre me he negado. Algunos padres están acostumbrados a pagar y yo no tengo precio, y se los aclaro».

Marisela Causse, también profesora de esa secundaria, estima que en el momento en que el padre le da la razón al muchacho, la tenga o no, lo conduce a la indisciplina.

«Los niños te amenazan al decirte que van a buscar a su familia. Antes le decías a un niño “tienes que venir con tu mamá” y empezaba a llorar, porque temía al regaño. Algunos padres son reflexivos, pero otros vienen a acabar con el maestro».

La otra cara de la moneda

«Tengo un hijo en Primaria y otra en Secundaria. Voy periódicamente a las escuelas, me preocupo y hago mi trabajo como madre. Soy exigente con mis hijos, aunque no siempre con resultados, porque la adolescencia es difícil».

Así se expresa Gilda Tápanes, quien no se desprende de su papel de madre cuando asume la función de subdirectora de la secundaria básica Héroes del Moncada. «Nunca maltrato a los maestros, porque considero que ellos tienen la razón. Los de mis hijos son jóvenes y tengo plena confianza en ellos; los apoyo en todos los sentidos.

«El niño tiene que llegar con una formación de su casa. Muchas veces las faltas de respeto y otras indisciplinas que sufrimos en las escuelas vienen del hogar», sentencia.

Juliana Figuerate, presidenta del Consejo de Escuela de esa secundaria básica, sostiene que también hay padres que acuden al plantel y los maestros los tratan en mala forma: «Aquí estudiaron mis dos hijas y ahora tengo otra en octavo grado, y hay profesores que hablas con ellos y es como si no conversaras con nadie.

«Les dicen a los padres que no los pueden atender, que vengan en otro momento. Si los niños les faltan el respeto a los maestros, es porque ellos tratan mal a sus alumnos».

Nórdal Ferrer Ochoa, padre de un estudiante del seminternado Calixto García, considera que lo más importante no es solo que el alumno adquiera los conocimientos de las asignaturas que le imparte el profesor, sino su formación integral. «Y estoy seguro, por experiencia propia, que somos los padres los que decidimos por las otras actitudes, los valores, la cultura que compondrá a ese hombre de mañana».

Dedicado durante muchos años a la investigación pedagógica, Pedro Luis Castro cataloga como un error ético los cuestionamientos que puede hacer el maestro a la familia, sobre todo si trascienden al alumno, porque entonces deja de creer en él.

«Si el maestro tiene ética y cumple con su deber —no importa que sea joven y esté aprendiendo— no tiene que pararse en una altura superior para hacer valer su autoridad. Lo que tiene que predominar es el respeto mutuo y la cooperación.

«Reconozco que hubo una etapa en que la escuela asumió responsabilidades que se le quitaron a la familia. Eso fue un fallo, porque la casa funda los principios éticos que luego se llevan a todas partes, incluso al centro de estudios, y se manifiestan en el trato con las demás personas.

«El maestro no es el segundo padre, eso es una distorsión. No se le puede pedir que quiera a los niños tanto como su familia. La relación tiene que ser de afecto y respeto.

«Los intereses de ambos, familia y escuela, tienen que converger, porque no son paralelos, y quien está preparado para lograrlo es el maestro».

Autor de múltiples libros e investigador del Instituto Central de Ciencias Pedagógicas (ICCP), además de impartir clases en la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana, Pedro Luis Castro asegura que los docentes tienen en sus manos suficiente preparación para enfrentar y conducir con inteligencia la relación con la familia del estudiante.

«Hay un principio que no podemos soslayar: la escuela tiene que ser buena. En la medida en que supere sus escollos, será más creíble la palabra del maestro».

No en todas partes…

Al llegar a la escuela primaria Mártires del Corinthia, en Matanzas, encontramos un ambiente acogedor, de mucho trabajo. La maestra Irene Brito, con 32 años en el sector, opina que la relación hogar-escuela se ha perfeccionado, aunque reconoce que todavía existen problemas.

«En la reunión de padres le damos tratamiento al contenido que el maestro va a impartir en clase. Eso permite que los familiares estén preparados y ayuden a sus niños a hacer la tarea o el estudio independiente. También se les explican las dificultades de cada niño, para que contribuyan a erradicarlas».

Mary Franco, directora del centro, ratifica que esa escuela no tiene tantos problemas porque trabajan con las familias. «Si llegan alterados, hay que hablarles con dulzura, con entendimiento. No podemos maltratar a ningún padre, hay que escucharlos aunque estemos apurados, porque es la única forma de llegar a una solución.

«Siempre se darán casos de falta de comprensión entre padres y maestros, pero hay que unirse por un fruto común, la formación y felicidad de las nuevas generaciones».

Proceso espontáneo

La doctora Lidia Turner asegura que si bien el maestro ha de cumplir muchas tareas, el trabajo con los padres forma parte insoslayable de su labor. «No toma mucho tiempo, pero tiene que ser sistemático», aseveró.

«No son las reuniones de padres las que pueden resolver los problemas; tienen que ocurrir conversaciones a lo largo del curso. El padre debe sentirse siempre citado a la escuela, para lo bueno y para lo que no es tan bueno.

«La felicitación por lo relevante que ha hecho su hijo debe estar presente. No hay nada que halague más a un padre que eso, como penoso debe ser cuando hay una queja».

Su larga experiencia como profesora, en diversos niveles de enseñanza y desde muy joven, le permiten sostener que a veces el padre tiene un problema en el hogar y no sabe a quién confiárselo, y es justamente el maestro quien está capacitado para ayudar, porque posee las herramientas.

La doctora Turner insiste en que hay temas que se necesita debatir, como, por ejemplo, el daño que se provoca a un alumno cuando el padre le hace los trabajos, pues lo único que le interesa es que saque una buena nota. «Ahí está latente el fracaso, porque el joven no desarrolla por él mismo sus capacidades realizando tareas difíciles.

«Tenemos también problemas de indisciplina social en el barrio y en lugares adonde vamos. Esos son aspectos imprescindibles de debate público, porque es la educación para saber convivir y ser mejor ciudadano.

«Siento que faltan espacios en los medios de comunicación que aborden el tema de la educación dentro de la familia», consideró.

De igual manera piensa Pedro Luis Castro. Él participó activamente en el programa Nuestros hijos, que por muchos años ocupó un espacio en la Televisión Cubana, y que desapareció de la pequeña pantalla en los años 90.

No escapan a la mirada del investigador los problemas sociales que existen en el país, que influyen en la familia y en la escuela, tanto en la visión de los padres como en la de los maestros.

«Las investigaciones arrojan que es la madre quien más se ocupa de la educación de los hijos, al igual que de los ancianos. Esa es una tradición cubana difícil de cambiar.

«El otro punto radica en que si bien en la escuela primaria un 40 por ciento de los alumnos no vive con sus papás, esta cifra es aun mayor en la secundaria básica. Sin embargo, estos tienen la misma responsabilidad aunque no convivan con los hijos, y deben abordar los problemas directamente con ellos y no a través de la madre».

Con más de diez libros publicados sobre el tema, los cuales están al alcance de los docentes, el Doctor en Ciencias Pedagógicas asegura que las investigaciones muestran que en ocasiones el maestro tiene prejuicios hacia las familias con dificultades y más humildes, y su deber no es rechazarlas, sino prestarles más ayuda.

«Se supone que el maestro quiere que todos sus alumnos avancen; y si no es así, ahí es donde está su prueba. Si tiene ese prejuicio, culpa a la familia de la situación académica del niño y la condena en lugar de apoyarla».

Todo está pensado

La escuela es una institución social y, por lo tanto, en el desarrollo del proceso docente- educativo están implicados actores tanto internos como externos, como es el caso de la familia y la comunidad, explicó Margarita Mc Pherson, viceministra de Educación.

Todos tienen que confluir en un sistema que garantice el resultado final, que es la formación integral de los jóvenes. Estos son procesos que se han atendido siempre.

—¿Cómo está establecida esta relación desde el Ministerio de Educación?

—Se han establecido mecanismos, no solo regulaciones normativas, sino materiales con información y valoraciones desde el punto de vista pedagógico y con una magnitud más amplia, que abarca también aspectos desde lo sociológico.

«Estos materiales se han elaborado para los maestros y también para las familias, y pueden encontrarse en las bibliotecas de las propias escuelas, así como en los centros de documentación municipales».

La doctora Mc Pherson destacó que existe un reglamento de los Consejos de Escuela, que es el mecanismo establecido para que se armonicen esas relaciones, donde se precisa con claridad qué responsabilidades tienen la institución, la familia y la comunidad.

«Es un consejo que está integrado por representantes de la comunidad. Su presidente es un padre de familia, y hay una relación estrecha entre este y la escuela. Eso no significa que la escuela deje de tener preocupación acerca de cuál es su misión como institución educativa, desde su funcionamiento hasta el desempeño de cada uno de los integrantes de su colectivo pedagógico.

«En esa relación debe quedar claro cuáles son los deberes y derechos de los alumnos, y qué hacer con ellos para cumplir la misión de la escuela, que es la formación integral de las nuevas generaciones, teniendo en cuenta la aspiración que en ese sentido tenemos como nación.

«Ese reglamento fija, además, qué le corresponde hacer a la familia y el vínculo y coordinación entre las organizaciones de la comunidad o territorio implicadas en la educación de las nuevas generaciones, para participar activa y sistemáticamente en el cumplimiento de esas tareas».

La Viceministra destacó que en todo proceso donde participan seres humanos se hace más complejo conseguir la homogeneidad en los resultados. Y mientras en una localidad, incluso en una escuela, puede funcionar muy bien, al mismo tiempo puede no ser tan eficiente en otro sitio.

«No podemos decir que en estos momentos haya un resultado uniforme, pero siempre se ha trabajado con ese objetivo y se continúa atendiendo esta relación como una prioridad».

—¿Cómo se organizan los padres con respecto a la escuela?

—Está el Consejo de Aula, grupo o salón, que lo integran las madres, padres y/o tutores, más el maestro, y otros docentes vinculados con esos alumnos, como el profesor de Educación Física, el instructor de arte o la auxiliar pedagógica.

«Y el ejecutivo del Consejo de Escuela con un presidente, que es el padre de un alumno del centro escolar, y lo integran el director de la institución, representantes de la FMC, los CDR, la UJC, la Asociación de Combatientes y la ANAP, según el territorio, así como delegados de la familia, por aula, grupo o salón, o lugares de procedencia en los centros internos.

«Este Consejo nos permite armonizar la relación, porque tiene como objetivo incorporar a la familia activamente en la vida de la institución, para lograr la unidad de influencias educativas sobre los alumnos y elevar la responsabilidad de la familia».

En opinión de la viceministra Mc Pherson esto último es importante, porque a veces la familia no tiene absoluta conciencia del papel que le corresponde.

«La preocupación de la familia se ha reforzado en los últimos tiempos, fundamentalmente en el tema cognitivo, aspecto que denota que puede ampliarse ese horizonte.

«Hay que buscar el equilibrio, porque a veces se tergiversan las funciones y la familia adopta un rol que no es el que le corresponde. En ocasiones la escuela lo acepta y no exige lo que debe.

«Tampoco es convocar a la familia de manera puntual para contribuir a resolver determinada dificultad material del centro, pues eso tergiversa la esencia de la labor del Consejo, que es fortalecer el trabajo educativo, la formación de valores y la integralidad de los escolares.

«La excelencia no la vamos a lograr homogéneamente a corto plazo, y el hecho de que exista un reglamento no quiere decir que todo vaya a funcionar bien, pero hay que seguir trabajando, pues lo más importante es lograr que los intereses coincidan con los propósitos educativos».

Cooperación y respeto mutuo deben regir la imprescindible cooperación familia-escuela. Limar asperezas, ceder uno y otro y actuar con inteligencia son quizá las mejores prácticas para fundir a ambas en un solo propósito: la mejor formación de nuestros hijos.

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