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Una centella de coraje

A 116 años de su caída en Loma del Gato, el ejemplo de valor del Mayor General José Marcelino Maceo Grajales sigue impulsando a los nuevos en pos de un futuro mejor

Autor:

Odalis Riquenes Cutiño

SANTIAGO DE CUBA.— Según el brigadier José Miró Argenter, jefe del Estado Mayor de Antonio Maceo, era un hombre tremendo. Valiente hasta lo inverosímil, arrebatado, colérico, fiero y testarudo.

Para Antonio, él, su también hermano Miguel y Policarpo Pineda —alias Rustán— fueron los hombres más valientes que conoció durante la primera contienda.

Cuentan que burló a la muerte en más de 1 500 combates, entre ellos La Indiana, La Galleta, el Jobito, Pinar Redondo, Majaguabo, San Luis, Dos Caminos, Sao del Indio, el Triunfo, Cauto Abajo, Mayarí, Arroyo Hondo, Sagua y Songo. En la primera guerra participó en 500 acciones militares y recibió una herida de bala por cada ascenso.

Estuvo en las tres contiendas contra el colonialismo español, en las que sobresalió, además, por su sentido de la disciplina.

Cuentan que el 8 de noviembre de 1877, encabezaba un destacamento de solo 11 hombres cuando, cerca de Pinar Redondo, a unos 24 kilómetros al norte nordeste de San Luis, oyó disparos.

Enseguida comprendió que una tropa española atacaba un caserío mambí donde funcionaba un hospital con heridos de guerra en medio de la manigua. Por la balacera, se percató de que los sitiados se defendían valientemente.

No lo pensó dos veces, ni se detuvo a meditar en los efectivos de que disponía el enemigo (unos 350 según se supo luego). Con sus compañeros atravesó la manigua, rompiendo con el machete el enmarañado monte, y llegó al campamento por un costado.

Alineó a sus subalternos detrás de los atacantes y, pie en tierra, ordenó una descarga de fusilería, a la que siguió una temeraria carga al machete.

Los sorprendidos españoles se vieron de pronto atacados por la retaguardia en el momento en que la resistencia del caserío mambí declinaba. Aquellos cubanos, dijo después un español sobreviviente, parecían cientos de fieras que obligaron al jefe de la tropa colonialista a ordenar la retirada.

Un parte peninsular reconoció más tarde 25 muertos y 54 heridos, aunque la tradición oral de los habitantes de la zona habla de 180 bajas. Los cubanos tuvieron dos heridos graves, uno de ellos, su hermano, el luego general Rafael Maceo Grajales.

Por la impetuosidad mostrada en hazañas como esta, y su valor a toda prueba, mereció el sobrenombre del León de Oriente.

Estuvo entre los bravos que salvó la dignidad de la nación en la Protesta de Baraguá, tras lo cual se negó a abandonar el país, y en 1879 nuevamente se alzó en la llamada Guerra Chiquita.

Conoció el exilio hasta su desembarco en Duaba, Baracoa, el 1ro. de abril de 1895, junto con Antonio Maceo. Luego de dispersarse el grupo por un encuentro con españoles, se abrió paso solo hasta encontrar fuerzas insurrectas en Guantánamo.

Se batía derrotando al enemigo cuando, el 25 de abril, Máximo Gómez y José Martí se le unieron, y tres días después lo ascendieron a mayor general. El 20 de octubre de ese mismo año asumió la jefatura militar del Departamento Oriental.

Un ambiente familiar en el que la honradez, la honestidad y el amor a la libertad fueron presencia permanente, hicieron de él también un amante de la música, un hombre sencillo, sentimental y candoroso al que solían evocar sus compañeros en la manigua; un verdadero guerrero, diestro en el uso del fusil, el manejo del machete como arma para defenderse, y ágil como jinete.

Tal fue la huella del Mayor General del Ejército Libertador José Marcelino Maceo Grajales. Había nacido el 2 de febrero de 1849, en Majaguabo, San Luis, y como soldado se alistó el 12 de octubre de 1868, junto a sus hermanos Antonio Maceo Grajales y Justo Regueiferos Grajales.

El 5 de julio de 1896, durante el combate de Loma del Gato, un impacto de bala le destrozó el cráneo y lo derribó del caballo. Lo condujeron a la finca Soledad, en Ti Arriba, donde murió cuatro horas después, con solo 47 años.

Su nombre es sinónimo de coraje, su estatura legendaria figura en las cumbres gloriosas de nuestra historia, es leyenda y acicate.

Por siempre será recordado a la manera de aquel verso del poeta manzanillero Manuel Navarro Luna, quien, en 1949, en ocasión del centenario del nacimiento de José, quiso dedicarle una elegía, y tras conversar con veteranos mambises y escuchar varias de sus más famosas anécdotas, no pudo sino retratarlo desde el verso: (...) Al general José lo vio siempre la guerra a todos los peligros profundos enfrentarse./ ¡Siempre lo vio el primer resplandor del machete!/ ¡Siempre estuvo en el puesto primero de la sangre!/ Era una roja punta de cuchillo. Era una centella de coraje...

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