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El sueño posible

Cerca de 400 millones de personas en el mundo están infectadas por la hepatitis B. Cuba tiene una situación diferente gracias a una valiosa estrategia de salud que cumple 20 años

Autor:

Julio César Hernández Perera

En Cuba los jóvenes ignoran la hepatitis B, y la mayoría de los que peinan canas casi la han olvidado. La suerte de este mal será la misma de otras muchas afecciones que casi han desaparecido de la memoria colectiva, como sucedió con la terrible poliomielitis.

La hepatitis B afecta el hígado y es causada por el virus del mismo nombre: primero de forma aguda, y después, crónicamente. Se puede contraer al nacer a través de la madre infectada (transmisión vertical), y en edades más avanzadas, por el contacto con sangre contaminada o por vía sexual (transmisión horizontal).

¿Qué tiene de extraordinario hablar sobre esta enfermedad? No es poca cosa: cerca de 400 millones de personas (aproximadamente el cinco por ciento de la población mundial) están infectadas por el germen. La mayoría se concentra en regiones de África y Asia.

A nivel global el virus es una de las principales causas de cirrosis hepática. También es culpable de más de la mitad de los enfermos adultos diagnosticados con hepatocarcinoma (un tipo de cáncer del hígado). Y en los niños, el virus es prácticamente el único responsable de la enfermedad maligna.

Al respecto, Cuba tiene una situación particular gracias a una valiosa estrategia de salud que cumple 20 años.

En 1992, a pesar de las inmensas adversidades que sufría el país, se emprendía una importante vacunación contra la enfermedad antes descrita, la cual abarcaba a los recién nacidos y escolares, y a otros grupos de riesgo como los pacientes en hemodiálisis y el personal de salud.

La salvadora campaña fue llevada a cabo con una vacuna recombinante, cubana ciento por ciento. Se trataba de un producto fruto del desarrollo científico y biotecnológico que se fomentó desde el mismo momento en que triunfó la Revolución.

Gracias a la hazaña de muchos científicos cubanos, dicho producto fue registrado en el año 1990 y hasta el presente ha exhibido un excelente perfil de inmunogenicidad (capacidad de desarrollar anticuerpos protectores), seguridad (no hacer daño) y efectividad.

La vacuna es catalogada como una de las mejores de su tipo, por lo que no solo ha sido aceptada por la Organización Mundial de la Salud (OMS), sino que nos ha dado la posibilidad de alcanzar una elevada cobertura profiláctica en nuestra población.

Algunos datos prueban el impacto que ha tenido tanta voluntad: en 1999 se reportó el último niño menor de cinco años con hepatitis aguda ocasionada por el virus B. Y la aparición de nuevos casos en menores de 15 años se mantiene en cero desde hace ya mucho tiempo.

En la actualidad todo cubano menor de 32 años está inmunizado contra el virus. Acompañan a estos magníficos resultados el sistema de pesquisa en los bancos de sangre, también fruto del desarrollo científico de la nación: en muchos laboratorios existen los medios para el diagnóstico oportuno de la enfermedad.

Aunque todo esto nos pueda parecer natural, para el resto del planeta resulta un desafío inmenso lograr esa cobertura. Actualmente la vacuna cubana contra la hepatitis B se combina con otras del esquema de vacunación. Y no es descabellado decir que, dentro de poco tiempo, este pequeño país casi seguro sea el primero que logre erradicar totalmente el virus. Lo que para nosotros es una conquista tan obvia, seguirá siendo para millones de semejantes un sueño imposible.

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