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Las ciencias agropecuarias no son solo el surco y la guataca

Tiene solo 34 años y parece haber andado un camino mucho más largo. Los inicios como técnico medio no fueron un obstáculo en su vida. El joven Doctor en Ciencias Veterinarias Raciel Lima Orozco descubrió una novedosa metodología para obtener alimento animal

Autor:

Yuniel Labacena Romero

Jamás pasó por su mente que siendo un joven humilde de campo lograra desandar los caminos de la ciencia y la investigación. Ni tampoco que estudiando en un instituto politécnico agropecuario pudiera soñar con llegar a la universidad y hacerse Doctor.

La historia la cuenta Raciel Lima Orozco, un joven Doctor en Ciencias Veterinarias de la Universidad Central Marta Abreu, de Las Villas (UCLV). Hoy es uno de los pocos investigadores cubanos que ha recibido tres premios, incluyendo la Distinción Especial del Ministerio de Educación Superior (MES) por su relevante labor en la actividad de ciencia e innovación tecnológica durante 2011.

«En pleno período especial me fui a estudiar un técnico de nivel medio en Santa Clara, a 60 kilómetros de mi casa, allá en el Batey Jinaguayabo, en Remedios. No fui al preuniversitario, no por el placer de ser un obrero, sino porque quería regresar rápido y poder ayudar en la economía familiar.

«Pedí Medicina Veterinaria para hacer realidad ese anhelo y porque desde pequeño me relacioné con los sembrados y animales del barrio. Poco a poco me enamoré de la especialidad al encontrar en ella las herramientas necesarias para la vida».

Habla con nerviosismo, serio, con la mirada fija… «Mis sueños de hacerme profesional parecían quedar atrás. Sin embargo, en el Instituto Politécnico Agropecuario Victoria de Santa Clara, donde estudié, las profesoras Isis Fleites y María Enríquez me motivaron a matricular en la universidad y a que emprendiera este viaje.

«Por mis resultados académicos e integrales me incorporé a un curso de nivelación. Cumplí un año con el servicio militar voluntario en el Ejército Juvenil del Trabajo (EJT), donde se me otorgó la Medalla de Servicio Distinguido de las FAR, y luego entré a la universidad. Las cosas salieron mejor de lo que pensé».

Raciel se graduó en 2002 con Título de Oro de Medicina Veterinaria en la UCLV, donde se integró al claustro de esta especialidad.

«Aunque asumí la responsabilidad de secretario de la UJC en la Universidad, para la cual fui liberado de las funciones docentes, durante esta etapa alcancé la categoría docente de asistente y comencé el doctorado en el Centro de Investigaciones Agropecuarias (CIAP) de la UCLV».

Crear y aplicar

Mezclar las dos fases distintas de la inteligencia: la de la creación y la de la aplicación, que al decir del Apóstol son el germen escondido del bienestar de un país, lo ha hecho Raciel con el desarrollo de una novedosa metodología para obtener alimento animal con alto valor nutritivo.

Él y sus colaboradores combinaron y ensilaron granos y/o biomasa integral de leguminosa con las del sorgo, con métodos biotecnológicos, y su experimento en carneros arrojó mayor aporte energético y proteína digestible. Este resultado fue Premio de la Academia de Ciencias de Cuba en 2011.

La aplicación del procedimiento, evaluado de rápido, eficiente y viable, podría contribuir a suplir la baja disponibilidad de pastos y otras fuentes de nutrientes durante el período poco lluvioso, uno de los problemas actuales para la producción animal sostenible en el país.

«Nuestro propósito fue descubrir cuál es el forraje más eficiente para Cuba. Trabajamos combinaciones de gramíneas y leguminosas. Y no cualquier gramínea: utilizamos el sorgo, porque se adapta más a nuestras condiciones. Necesita menos insumos, menos fertilizante, y rinde mucho más, es decir, de ocho a diez toneladas de materia seca por hectárea.

«La proporción ideal para producir un ensilaje de alta calidad, y que los animales se lo coman, debe estar entre un 40 y un 60 por ciento de sorgo-leguminosa o viceversa. Esto permite alcanzar entre ocho y diez litros de leche por vaca, y una ganancia de peso vivo en toros por encima de los 700 gramos por día.

«El costo para un productor medio es alrededor de los 40 CUC la tonelada de materia seca, que eso viene siendo más o menos tres toneladas de forraje, o sea el alimento de una vaca durante 210 días. Con mecanización los costos se incrementan y pueden llegar a los 100 CUC.

«Esto está en relación con el tipo de silo que se emplea y con  requerimientos como el transporte, el gasto de combustible, energía y otros. En el primer caso hablamos de un silo tipo anillo, que no necesita un tractor para compactarlo; lo compacta usted mismo caminando sobre él y después lo cierra con una bolsa de polietileno.

«Con esta propuesta no varía el sabor de la leche, ni de la carne. Otras ventajas del ensilaje mixto que proponemos están asociadas con que el material no se pudre; se conserva durante seis meses. Usted aprovecha la lluvia, siembra en julio, en septiembre está cosechando, confecciona el silo y a partir de noviembre empieza a alimentar a sus animales».

Expertos de las universidades de Ghent, en Bélgica, y Rostock, en Alemania, colaboraron en la investigación, y sus resultados fueron publicados en revistas foráneas de alto impacto, como Animal Feed Science and Technology y Livestock Science, además de que fueron presentados en seis eventos internacionales celebrados en Cuba y en Europa.

«En julio de 2007 inicié la parte experimental en la Universidad de Ghent. Estuve un año allá, lo que me ayudó muchísimo. La colaboración con las universidades flamencas fue decisiva en este logro. Otras prácticas las hicimos en centros cubanos, también con valiosos aportes.

«Validar nuestros resultados en una universidad del Primer Mundo le da prestigio al desarrollo agropecuario de Cuba y fortaleza a nuestra economía. Con este proyecto obtuve en marzo del pasado año el grado de Doctor, y ahora resultó el de mayor trascendencia y originalidad científica de la educación superior».

El también vicedecano de Investigación y Posgrado de la Facultad de Ciencias Agropecuarias de la UCLV afirma que ambos premios fueron un gran reconocimiento y un estímulo a continuar trabajando.

«Llegaron sin esperarlo. No trabajé pensando en ellos. Los dedico a mis padres, a la familia y al grupo completo de personas que trabajaron en él y al cual yo represento, y muy especialmente a la Revolución, por permitir que niños y jóvenes de familias humildes puedan recibir una formación científico-técnica de lujo.

«Uno debe tener siempre quien lo guíe a pensar en cosas mejores, y en ese sentido le debo el bichito de abrazar la investigación al profesor Ramón Francisco Díaz Casas. Él, en tercer año de la carrera, me llevó para el Grupo de investigación en producción animal y me enseñó que la veterinaria no son la jeringuilla, las medicinas y las enfermedades… sino que hay otro campo que es el de la investigación y, el cual debemos comprender para pasar a una agricultura sostenible».

—¿Qué le sugiere a los jóvenes que no se interesan por las ciencias agropecuarias?

—Primero, que busquen información, porque las ciencias agropecuarias no son solo el surco y la guataca; eso hace falta, pero también el nivel científico para el desarrollo. Infelizmente muchos padres les inculcan a sus hijos ideas negativas sobre mecanización agrícola, veterinaria, agronomía… que están muy distantes de lo que son.

«Esas especialidades son mucho más ricas. Nadie piensa, por citar ejemplos, que la mortadella que llega a nuestras bodegas y nos comemos tuvo que estar certificada por un médico veterinario, ni que la leche tuvo que pasar por un grupo de personas que trabajan en el campo y que sin ellas no sería posible».

—La receta para mantener ese espíritu…

—Trabajar, trabajar y trabajar. Hacer lo que a uno le gusta y le haga sentirse bien. No importa lo que digan. Para mí el trabajo no es trabajo; a veces mis compañeros me dicen que son las ocho de la noche y estoy en la Universidad. La ciencia no es solo análisis, experimentos, libros, computadora… En esta también hay un modo de divertirse y sobre todo de aprender, sin olvidar la familia, los amigos…

Raciel vive en Santa Clara. «Pero siempre digo con mucho honor que soy de allí, del batey Jinaguayabo, precisa». Tiene solo 34 años y parece haber andado ya un camino mucho más largo. «Gracias a todos los que han contribuido a mi formación y a quienes estuvieron apoyándome durante todo este tiempo. Me queda continuar trabajando y en la medida de las posibilidades contribuir al desarrollo económico y social del país, llevar adelante nuestra investigación y perfeccionarla. Seguir siendo útiles».

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