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Volver a nacer

El central Primero de Enero, en Ciego de Ávila, reinició su molienda rompiendo algunos de los viejos pronósticos del sector azucarero en el país

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

PRIMERO DE ENERO, Ciego de Ávila.— Es un gigante que se niega a morir. Respira fuerte, y en su cuerpo y sobre todo en sus entrañas se observan las heridas del tiempo y las dificultades. Pero él, con sus hierros, dice no. Que los grandes no mueren sin luchar y siempre que exista una oportunidad, esta se debe aprovechar.

Y lo hace en grande. Ya rompió una maldición. La prueba no está en los números. Se encuentra en otros detalles, y el primero aparece por la carretera, después de pasar el pueblo de Grúa Nueva. Al doblar la curva, a lo lejos —entre una cordillera de árboles y techos de casas— surge el central, el gigante, que andaba dormido y ahora enseña sus penachos de humo blanco por varios costados con su torre en el centro.

«Ya despertó», dice un viejo ambulanciero del central. Anda tan rápido que apenas se le puede preguntar. Lleva 50 años en el sector. Muestra con un dedo la armazón de hierro y dice: «Ahora lo que hace falta es ajustarle los defecticos y usted verá el año que viene lo que es un animal echando azúcar».

Esa es otra prueba. Los habitantes de Primero de Enero hablan de su central no como un objeto. Para ellos resulta un ser viviente que respira o se enferma. Que salta de la alegría o ruge por algún desperfecto. La custodio en la entrada, después de recoger los datos del visitante, y mientras entrega el casco, apunta con un dedo hacia arriba y dice: «¿No huele? ¿No siente cómo está?».

Y ahí el gigante vuelve a dar su fe. Porque el pueblo huele a guarapo caliente. Es un olor entre áspero y dulce. Un aroma denso y embriagante, que también anuncia vida. Es la prueba de que por las venas del ingenio circula su sangre. La que bulle, entre el humo y el sudor, cuando nace el azúcar.

La maldición burlada

El Primero de Enero no está para fiestas. Por todas partes se observa la huella dejada por los tiempos malos. Su techo y sus paredes de zinc muestran muchos huecos de planchas ausentes y la maquinaria indica lo mucho que se debe trabajar para que el ingenio muestre la belleza de otras épocas.

Pero eso no es importante. Hoy su celebración es otra. Los azucareros viejos dicen que un central no trabaja bien o sencillamente no muele después de una reparación tan grande. Es una experiencia tan reiterada por la vida que se convirtió en ley casi maldita. Y el Primero de Enero se ha burlado de ella.

«El central arrancó en febrero con 32 días de atraso por ajustes en su mantenimiento y por dificultades que aparecieron en la caldera nueva que se instaló; fueron días de mucha incertidumbre; al final se arregló y tiene parámetros estables», cuenta el ingeniero Amaury Palmer Pérez, jefe de Producción.

El plan de molienda se fijó en un inicio en 28 000 toneladas y luego se reajustó en 24 000. Deberán cumplir con esa cifra para los primeros días de mayo, de mantenerse los indicadores que exhibe. Ahora el Primero de Enero fabrica a diario 400 toneladas de azúcar como promedio. Su norma potencial se aprovecha a un 71,6 por ciento y el recobrado está al 83,62 por ciento, lo que indica que se le saca bastante jugo a la caña. Hoy, dentro de los centrales que muelen en Cuba, el Primero de Enero está en el lugar 21.

Caña fresca

¿Cómo lograr que un central recién reparado pueda funcionar de manera estable? La pregunta se repite en muchas partes, y la respuesta no es fácil encontrarla. Como afirman los viejos azucareros:  hacer una zafra no es coser y cantar. Son muchos poquitos y en la unión de todos estos es que se despeja la incógnita. También en las reiteraciones, porque los obreros y dirigentes repiten una frase: caña fresca para el central.

Así es. El renacer del Primero de Enero tiene que ver con un fuerte programa inversionista, el cual ha permitido efectuar las mejoras iniciales en la industria y empezar a poner en el campo lo que ese cultivo lleva.

Eso se aprecia al dejar San Antonio, una comunidad rodeada de terrenos de color bien rojo. Tierra buena que solo necesita agua e incentivos para trabajarla. Y que hoy promedia cerca de las 50 toneladas de caña por hectárea a partir de los sistemas de riego instalados y una mejor organización de los trabajadores.

Por allí anda el Pelotón Uno, dirigido por Jorge Carrillo Juanes, con las modernas cortadoras CASE, de fabricación brasileña, capaces de picar 325 y hasta 1 700 toneladas de caña. Ernesto Martínez Martínez y Héctor Landa Peláez son operadores de esas combinadas. Molieron muchos años—más de 20— en las KTP, de las cuales hablan con cariño, y ahora andan en estas «bárbaras», como ellos les dicen a las CASE. «Tragan como si fueran un dragó—afirman—. ¿No oye cómo cortan? Parecen chapeadoras».

Al lado está Norberto Camilo Hernández, chofer de las modernas rastras Scania, cada una capaz de llevar 50 toneladas de caña al central, el equivalente a dos casillas de tren. El grupo de mecanización de la Unidad Empresarial de Base Atención a Productores en Primero de Enero ha recibido 12 Scania, 18 tractores modernos y seis cortadoras brasileñas, distribuidas en tres pelotones.

Esa fuerza, junto con los ocho pelotones con KTP y camiones Kamaz, es la que ha asegurado el corte y traslado de caña fresca no solo al Primero de Enero, sino también al Ecuador, el Enrique Varona y el Ciro Redondo, los otros centrales que muelen en esta zafra y que entre todos deben aportar 10 000 toneladas de azúcar por encima del plan de la provincia.

«Déjenme pensar, caballeros»

Por esos campos y por la industria anda la Unión de Jóvenes Comunistas. El Comité Provincial también ha estado entre los pelotones departiendo con los obreros  para estimular el esfuerzo. En esos encuentros han sido testigos de la otra historia: de la gente que se aglomeró en los alrededores del central cuando empezó a moler. También de sus lágrimas al escuchar la sirena y ver el humo salir por la torre.

No es para menos, porque muchos pensaron que andaba condenado. En 2005 el central funcionó, para detenerse durante dos zafras después. Cumplió con las molidas de 2008 y 2009; pero en 2010, en plena faena, lo mandaron a parar porque todas sus calderas andaban muy mal. No generaba la suficiente presión de vapor para que pudiera funcionar: apenas 20 libras.

Omar Jiménez Morales e Ignacio Montalvo Zulueta son dos operadores de caldera. Ellos muestran una estructura de hierro con cerca de 15 metros de alto. Es la nueva caldera de 60 toneladas, instalada en un año. «De todas las inversiones que se hicieron aquí —afirman—, esta fue quizá la más importante: es el corazón del central. Sin ella nada se mueve».

Por ahí, por esa mole, empezaron las angustias con esta zafra. La caldera emitía vapor y las tuberías se rajaban. No se podía controlar. Dicen los obreros que fueron días malos. Se pensó que no habría zafra, hasta que en medio de los sudores y el polvo un instrumentista, Rigoberto Varela, pidió: «No se desesperen, caballeros. Vamos a arreglar esto. ¡Déjenme pensar!». La solución apareció con un ajuste del diámetro de los tubos a las estructuras de la caldera.

Ahora respiran tranquilos, entre las tensiones de toda molienda. Acompañado por Miguel Civil Sencet, su ayudante, Ángel García Conrubia recorre las estructuras del central. Tiene 64 años, de estos 44 dentro del ingenio, y es el jefe del taller de maquinado. Ojea la zona del tándem, por donde el río de caña molida comienza a ser devorado y se detiene en la zona de las centrífugas, donde las mieles se convierten en azúcar.

«No podía estar más tiempo parado —confiesa mientras observa las tuberías gigantescas—. Había que hacer trabajos en otras empresas y remendando piezas por todos lados. Pero ya anda. Ahora hay que guapear; no se puede parar». Arruga la frente y los espejuelos se levantan. Y repite, como si fuera el aliento que le sale del pecho: «No, no se puede parar».

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