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Saltar, caer y vivir para contarlo

Cayó desde los 3 000 metros y sobrevivió; pero eso no fue todo para Alexander, un paracaidista de 42 años y larga experiencia, quien hoy vuelve a retar a las alturas

Autor:

Hugo García

VARADERO, Matanzas.— Aquel día de 2015, Alexander González Rodríguez subió una vez más al helicóptero para lanzarse en caída libre desde los 3 000 metros. Mientras el ruido del motor de la nave ensordecía en el ascenso a la altitud prevista, algunos jaraneaban, otros miraban hacia el horizonte.

Los paracaidistas se colocaron los cascos y se lanzaron para hacer una formación con relativo contacto en el aire a 1 500 metros de altura, y a una señal, abrir los paracaídas. En ese descenso se alcanza una velocidad aproximada de 250 kilómetros por hora, en apenas pocos segundos.

«Este tipo de salto es común, y todos estamos acostumbrados a hacerlo con profesionalidad, es decir, a saltar en grupo y tocarnos en el aire para hacer formaciones, como estrellas u otras figuras», cuenta Alexander.

«Al llegar a los 1 500 metros se rompió la formación y comenzó de manera escalonada la apertura de los paracaídas. Cuando halé la anilla principal del mío, me di cuenta de que había algún problema grave. Me puse nervioso, pero confiaba en que los dos paracaídas no tuvieran dificultades, pues soy uno de los dos especialistas que pliegan los de reserva.

«Al abrirlo me impresioné, estaba semiabierto y girando, con las cuerdas enredadas; no tuve tiempo de pensar mucho, todo fue muy rápido. Sin estabilidad ni control, descendía a mucha velocidad, apenas unos segundos para que uno se salve o se estrelle...».

En su desesperación por sobrevivir, un escalofrío recorrió su cuerpo. Sus manos sudaban. El corazón palpitaba velozmente. La fragilidad de la vida estaba a prueba.

«En esos pocos segundos trataba, desesperado, de resolver el problema, halaba las cuerdas para ver si las desenredaba. Todo estaba enmarañado y no podía ver bien qué pasaba con el paracaídas; el tiempo y la velocidad eran mis enemigos.

«No recuerdo si en esos instantes pensé en algo, todo era confuso. Iba con tremenda rapidez hasta que tropecé con las ramas de un árbol, lo que amortiguó el fuerte golpe que sufrí finalmente contra la tierra. A los diez o 20 segundos de caer ya estaban los otros paracaidistas a mi lado.

«Ellos se percataron enseguida de que me había pasado algo y maniobraron hacia el lugar del accidente. Como todos conocen de rescate y salvamento, no me movieron y me preguntaban constantemente qué me dolía, me pedían que les dijera mi nombre y el de ellos, trataban de saber si estaba consciente.

«Caí en un lugar llamado La Emilia, a unos cuatro kilómetros del Centro Internacional de Paracaidismo de Varadero. Tuvieron que abrir una brecha a machete dentro del monte para llevarme en una camilla hasta la ambulancia, en la que me trasladaron al hospital militar Mario Muñoz Monroy, de la ciudad de Matanzas».

Emergencia tras la caída

En el hospital nadie podía creer que el paciente hubiera caído precipitadamente desde una altura de 3 000 metros y que estuviera vivo. Entre el correcorre propio de una situación extrema como esa, cada segundo contaba para garantizar la vida de Alexander.

Una camilla a toda velocidad, muchas preguntas, se canalizaba una vena…, su rostro denotaba sufrimiento, no soportaba más el dolor. Todos, médicos y enfermeros, se miraban unos a otros con la angustia reflejada en los ojos, movilizaban los recursos y ponían a prueba sus habilidades profesionales.

El doctor Ricardo Hernández Yagudin, especialista de primer grado en Ortopedia, explica a este diario que el paciente llegó consciente, con aumento de volumen y mucho dolor en la región pélvica, así como en la columna y ambos calcáneos; también se observaba deformidad en ambos pies y la hemipelvis derecha.

«Le brindamos los primeros auxilios o como le decimos, el control de daños, que son las primeras medidas que adoptamos con todo paciente politraumatizado para estabilizarlo desde el punto de vista hemodinámico.

«Hicimos los procederes de urgencia, estabilizamos la pelvis y después lo llevamos para la terapia de cuidados intensivos. El paciente continuaba sangrando y realizamos maniobras de reducción de la pelvis bajo anestesia», recuerda este joven con seis años de experiencia como ortopédico.

«Le transfundimos glóbulos rojos varias veces para llevarlo a la hemoglobina óptima e intervenirlo quirúrgicamente. Le fijamos la pelvis con una lámina de rosario, fue una operación conjunta con los cirujanos. Trabajó un equipo multidisciplinario, hasta sicólogos después que el paciente se estabilizó. Posteriormente, a los dos días, operamos uno de los miembros inferiores.

«Primero operamos el miembro izquierdo, colocándole un minifijador externo Ralca, después operamos el pie derecho. Se le puso un implante en ambos calcáneos y la pelvis, y se realizó el método de Essex-Lopresti con injerto con hidroxiapatita porosa en ambos pies. Estuvo alrededor de diez días en el hospital.

«Además, se le colocó un corsé de Taylor; lo seguimos en consulta, le retiramos los puntos de sutura a los 15 días, pero lo mantuvimos con la inmovilización de los dos miembros inferiores. Por suerte para él, la columna no tuvo daño neurológico, la vértebra D-12 se lesionó, pero no perjudicó ninguna estructura nerviosa.

«En resumen, tuvo fracturas de la vértebra D-12, de la pelvis, de ambos calcáneos y del antepie. Un paciente cuando está encamado pierde fuerza muscular, independientemente de las lesiones que tenga, y con el fisiatra se le hicieron los ejercicios de rehabilitación.

«Al mes se logró sentar, a partir de las ocho semanas se le retiró el yeso y a las diez el minifijador externo. Se le prescribió rehabilitación a los cuatro meses, cuando le indicamos que empezara a pararse. A los seis meses empezó a dar sus primeros pasos y continuó con la rehabilitación.

«En estos casos influye la fisioterapia, la rehabilitación del paciente, el apoyo emocional. En eso radica parte del éxito, porque es un proceso largo de más de un año, en el cual el paciente se desespera al verse encamado e imposibilitado. Incluso lo llamamos por teléfono el día en que saltó de nuevo, después nos seguimos viendo y continúa con su trabajo y vida normales.

«Nos impresionó su evolución, el apoyo de sus compañeros y de la familia, su fuerza de voluntad, porque de verdad, nadie pensaba que volvería a saltar en paracaídas. Generalmente, las personas que sufren accidentes como ese fallecen al estrellarse, quedan con parálisis o serias secuelas; sin embargo, Alexander evolucionó bien y pudo continuar con su vida profesional».

El afortunado

«Con 17 años como paracaidista y la experiencia de 2 100 saltos, nunca vi un accidente de esta magnitud ni me había pasado nada igual, todo había ocurrido según el protocolo».

—¿Dudabas de que volverías a saltar?

—¡No, qué va! Nunca. Después del accidente salté a los diez meses y 29 días, y ya lo he hecho en 80 ocasiones. En la soledad de mi recuperación siempre pensaba que volvería a hacerlo, se lo decía a mi familia y compañeros. Sabía que sería con mucho esfuerzo, pero que lo lograría.

«Actualmente, estoy saltando como camarógrafo, no en el doble del tándem (variación del paracaidismo convencional, en la cual un aprendiz de paracaidismo salta junto a un instructor unidos por medio de un sistema de doble arnés), porque para eso necesito los exámenes médicos que me autoricen.

«Hubo muchos detalles que me ayudaron a volver a saltar y ser casi la misma persona de antes. En primer lugar, los paracaidistas que iban en el helicóptero, pues la mayoría se dio cuenta rápido de qué pasaba; después, la tremenda profesionalidad de todo el personal del hospital matancero; y mi niña de cinco años que siempre me preguntaba cuándo la llevaría a la playa. Todo eso me dio fuerzas, al igual que mi familia, mi mamá, mi esposa y los amigos».

Asimismo, agradece su recuperación a los fisioterapeutas del propio hospital y del policlínico del consejo popular Santa Marta. «También agradezco al mar, iba en la mañana a la fisioterapia y en la tarde nadaba varias horas en la playa, lo que me fortaleció todos los músculos. Todavía me es difícil levantarme, por eso hago los ejercicios de calentamiento para empezar a caminar».

Alexander aclara que en el salto de relativo contacto uno toca a los otros paracaidistas con la mano, se quedan para las piruetas y, a una señal, se separan. «En el paracaidismo no hay forma de aguantarse de otro paracaidista, solo en el sistema de tándem. Las personas piensan erróneamente que otro paracaidista te puede sujetar, si lo hace te puede arrancar las manos.

«Sobreviví milagrosamente, pero me considero un logro de la voluntad del hombre y de la profesionalidad de la salud cubana».

El joven ortopédico Ricardo Hernández se enfrentó a un caso complejo y se sorprendió de la recuperación del paciente.

En el caso de Alexander se confirmó una vez más la efectividad de los minifijadores externos Ralca.

Después de la intervención quirúrgica se aprecia en los Rayos X, al centro, la lámina de rosario en la pelvis.

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