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El arriero del Che

El gavilanense Ernesto González Pino Fábrega devela a JR algunas de sus vivencias junto al Guerrillero Heroico

Autores:

Dayron Chang
Lisandra Gómez Guerra

SANTA ROSA, Gavilanes.— Con 78 años en las costillas se mantiene como vigía perenne en el portal de su humilde casa azul de puertas y ventanas verdes, ubicada a los pies de Caballete de Casa, en el mismísimo corazón del Macizo de Guamuhaya. Desde allí «controla» quiénes son los valientes que apuestan por el ascenso a la gran cima y se abre diáfano a cualquier pregunta que le regrese a los últimos meses de 1958.

Se ha convertido en una especie de leyenda en esa zona. Nadie sube sin preguntarle si es cierto que la fatiga te deja moribundo al llegar a la histórica punta, ubicada a 755 metros sobre el nivel del mar. El placer de disfrutar una vista única, beber el agua congelada que corre por la serranía, admirar animales y plantas autóctonas y rozar con pasajes de 59 años son los mejores alicientes que ofrece Ernesto González Pino Fábrega, conocido como Pupo, para impulsar a quienes apuestan por descubrir una elevación que él conoce como las mismísimas palmas de sus manos.

«Soy nací´o y cria´o aquí. Así se lo dije al Che en el momento en que me le presenté y le pedí formar parte de su tropa cuando bajó de su intercambio con la gente del II Frente Nacional del Escambray», refiere como carta de presentación a JR.

Para este hombre de gran estatura, sombrero encasquetado hasta los ojos y voz cansada, su encuentro con Ernesto Guevara de la Serna ha sido de los hechos que lleva siempre a flor de boca. Lo ha contado a varias generaciones de cubanos, que  cuando pasan por su hogar le arrancan alguna historia para acomodar en sus mochilas.

«Desde que nos enteramos que habían llegado los rebeldes y que subían para buscar Gavilanes, salimos al camino para conocerlos y saludarlos. Al parecer, después de que el Che conoció las tropas que operaban por estos montes se llevó buena imagen de la zona porque regresó por aquí», narra.

El topar con el Macizo de Guamuhaya fue para la Columna 8 Ciro Redondo, el 16 de octubre de 1958, como un sorbo de vida. El propio Comandante Guevara, casi un año después, se lo comentó a la revista O Cruzeiro, de Brasil: «La tropa estaba cada vez más cansada y descorazonada, sin embargo, cuando la situación era más tensa, cuando ya solamente el imperio del insulto, de ruegos, de exabruptos de todo tipo, podía hacer caminar a la gente exhausta, una sola visión en lontananza animó sus rostros e infundió nuevo espíritu a la guerrilla. Esa visión fue una mancha azul hacia el Occidente, la mancha azul del macizo montañoso de Las Villas, visto por primera vez por nuestros hombres».

Para Pupo, con la presencia del Che en Gavilanes llegó la luz a esa serranía del centro de Cuba. Foto: Lisandra Gómez Guerra

A pocas horas de aquel encuentro con la geografía espirituana, Pupo se cruzó con aquellos míticos hombres, capaces de atravesar y empujar, bajo las balas y un ciclón, medio país.

«Al regreso del Che por Gavilanes, supe que se le había incorporado a su tropa uno de mis hermanos que estaba alzado desde hacía tiempo con Faure Chomón. Entonces bajé a conversar con él. Y justo ahí hablé, por vez primera, con Guevara.

—¿Quién de ustedes conoce Caballete de Casa?, me preguntó.

—Yo, le dije rápido.

—¿Me podrá llevar de práctico hasta allá por el camino más estratégico?

—Sí, cómo no, respondí.

—A las cinco salimos. Te espero a esa hora.

«Entonces, mi hermano me dijo que aprovechara la oportunidad para pedirle incorporarme a la tropa. Ese era mi deseo», añade.

El peculiar ascenso demoró casi tres horas. El mulo que cargó, desde Gavilanes hasta Caballete de Casa —sitio que se convertiría en campamento de reserva y a la vez en centro de entrenamiento— la planta de Radio Rebelde hizo lento el paso. Pero ya en lo más alto se acondicionaron, sin tiempo que perder, y enseguida instalaron los pesados equipos para comunicarse con Camilo Cienfuegos, que estaba en Yaguajay.

«Cuando le comenté mis deseos de incorporarme, me hizo muchas preguntas de la zona. Al ver que las respondía, me preguntó si conocía quién tendría arrias de mulo y di los nombres. Al rato me llamó y me dijo: “Tu primera misión como guerrillero es avisarle a uno de esos arrieros que venga acá”. Eso me dio tremenda alegría», cuenta con un brillo en la mirada que se le desborda.

Con prisa llevó Pupo su recado y a su regreso presentó el campesino al Che, quien le pidió que le vendiera los animales, pero el dueño prefirió prestárselos.

«Fue entonces cuando me aceptó en su tropa con la condición de que fuera su arriero para buscar los insumos de la tropa dondequiera que estuviesen. Eso sí, me aclaró que debía hacerlo de noche porque la aviación no daba descanso, y así lo hice siempre. El Comandante de la Revolución Ramiro Valdés fue el que, a partir de ese momento, me decía dónde tenía que ir a buscarlos», asegura.

—Si tuvieras que describir al Che con una sola palabra…

—Humano, a pesar de su carácter recto tenía un corazón inmenso —abre los brazos todo lo que puede—. Fíjate que compartía los médicos y las medicinas, las poquitas que llegaban, con todo el mundo. Eso aquí nunca se había visto. Habilitó la casa de tablas y tejas —hoy el Museo del Frente de Las Villas— de Felipa Suárez y Antonio Hernández, administrador de la compañía norteamericana que estaba aquí, como posta médica y por ahí pasaba todo el mundo sin tener que pagar».

Y aunque el Che no hizo mucha estancia en Caballete de Casa, tanto Pupo como el resto de los campesinos de Gavilanes aprendieron con su ejemplo y el del resto de sus hombres que esa guerra traería cambios beneficiosos para cada una de ellos. 

Una de sus lecciones sucedió en noviembre de 1958, cuando reunió a casi todas las familias de la zona para desterrar las cerraduras que privatizaban el uso de la tierra.

«Nos explicó que cumplía con una orden de Fidel y que cuando triunfara la Revolución, además, tendríamos tiendas, hospitales y escuelas para los hijos y hasta para nosotros si queríamos estudiar», rememora con los ojos amplios, tal vez como cuando escuchó aquella promesa con solo 19 años.

A pesar de que Ernesto Guevara, tras la victoria de la batalla de Santa Clara pidió que se le sumaran en su viaje a La Habana todos los hombres que formaban parte del Frente de Las Villas, Pupo prefirió mantenerse en su mismo sitio y levantó su hogar, justo por donde un sinnúmero de veces han pasado delegaciones, grupos y personas interesadas en subir a Caballete de Casa.

«A mí me gusta esta vida y ya no es la misma porque él no se olvidó de nosotros. Cumplió lo que prometió. En 1959 mandó a hacer las escuelas, tres hospitales: Gavilanes, El Pedrero y Sopimpa. La comunidad ha crecido y seguimos echando pa’lante como él nos enseñó», concluye quien conoció de cerca también los tristes días de la lucha contra bandidos y apostó, otra vez, por estar al lado de la justicia.

Desde aquellos días finales de 1958, Ernesto González Pino Fábrega, Pupo, disfruta sobremanera contar sus vivencias, ya sea desde el portal de su casa, en los mismos pies de Caballete de Casa, o cuando baja unos cuantos kilómetros, cruza el río Caracusey para comprar las medicinas y saluda la escultura de José Delarra, que anuncia que Gavilanes es tierra del Guerrillero Guevara de la Serna. Tararea, entonces cierto canto muy de moda por esos lares:

«Y la luna fue más clara/Y corrió más limpio el río/Cuando trepó al lomerío/La estrella del Che Guevara».

 

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