Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Raúl: el ánimo de vencer

Hay problemas y siempre habrá. El mundo, la sociedad, serían muy aburridos si no hubiera problemas a los cuales enfrentarse, reflexionó hace ya 17 años, para estas mismas páginas, el General de Ejército Raúl Castro Ruz

Autor:

Alina Perera Robbio

Guardo con cariño las hojas donde está impresa la entrevista periodística que pude realizar en 2001 al General de Ejército Raúl Castro Ruz, quien entonces era Ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). Sobre varias cuartillas todavía muy blancas quedaron sus anotaciones hechas con letra de hermosos trazos: el entrevistado las había hecho para conferir matices y precisión al texto.

El 13 de mayo de ese mismo año, días después del encuentro, se publicó la entrevista en las páginas del periódico Juventud Rebelde. La vigencia de lo expresado por el interlocutor, las circunstancias tan particulares en que tuvo lugar el diálogo, y lo vivido mientras esta reportera y su entrevistado revisaban cada cuartilla antes de que fueran públicas, motivan a volver a aquellas horas; porque en las ideas compartidas y en los múltiples detalles de cuanto sucedió, un hombre dejó entrever su especial sensibilidad y su condición de luchador excepcional que ha dedicado la existencia a la Revolución.

A solo metros del teatro donde tenía lugar la Asamblea Provincial de Balance de la Unión de Jóvenes Comunistas en Ciego de Ávila, cuando de pronto quedé justo frente a él, me aventuré a decir al General de Ejército: «¿Le puedo hacer una pregunta?». Lancé la interrogante sin muchas esperanzas, casi convencida de que el interpelado no dispondría de tiempo. Para mi asombro, una vez hecha la propuesta, no encontré un hombre distante o poco familiar: Raúl, como un padre, me tendió su brazo derecho por encima del hombro; echó a andar como quien decide dar un paseo sin destino fijo, y así fue como nació una conversación inusual que trajo a mi memoria el método de los pedagogos de la antigüedad, esos que solían regalar a sus discípulos máximas de la vida mientras caminaban por los quietos jardines de las escuelas.

A los lectores contaba yo entonces que bajo el sol quemante del mediodía, apartando piedras y algunos gajos secos que nos salían al paso, el Ministro de las FAR, sin dejar de protegerme con su brazo derecho, respondía todas las preguntas. Hablaba despacio, saludaba a la gente que azarosamente nos íbamos cruzando en el camino, me hacía olvidar la lógica tensión que uno sufre en circunstancias como estas (mi grabadora, todavía de casetes, se disparó a mitad de la travesía; Raúl me dijo que, si yo estimaba, la entrevista podía concluir en ese punto. Mi acopio de serenidad me permitió pedirle que aguardara unos segundos. Aproveché para voltear el casete y seguir adelante).

—Los más jóvenes entre los jóvenes —dije aquel día a Raúl— no vivieron el capitalismo, pero tampoco fueron testigos del socialismo que yo conocí, ese que más o menos equilibraba el mundo y que para nosotros significó una etapa de cierta holgura. Ahora la sociedad está impactada por una realidad nueva, muy compleja. ¿A su modo de ver, cómo deben asumir los más jóvenes ese desafío?

—Del modo que lo están haciendo. Las generaciones actuales, posteriores a la nuestra, no conocieron el capitalismo, pero cuando han tenido ocasión —y han sido por miles— de salir al extranjero y visitar países capitalistas, ¿cómo vienen?, ¿qué pasa con nuestros médicos, con los maestros, con los que han ido a eventos internacionales, con quienes han visitado otros países donde hay un régimen social diferente del nuestro?, ¿cómo vienen?: más revolucionarios por lo que han visto. Ahora bien, me preguntas cómo deben los jóvenes enfrentar esta etapa. Yo en cambio plantearía la pregunta así: ¿cómo la están enfrentando?

«Desde luego hay factores adversos, y algunos serán transitorios. Antes vivíamos —y Fidel ha hecho referencia a eso en algunas ocasiones— protegidos en una campanita de cristal, con una asepsia absoluta. Esa campana, o esa urna, ya no existe. Ahora estamos expuestos a todas las contaminaciones posibles, entre otras cosas por la creciente globalización del planeta, esa que encabeza el imperialismo norteamericano.

«Pienso que, a juzgar por la manera en que se está llevando a cabo nuestra lucha, aunque algunos se contaminen, la mayoría se va a inmunizar contra los problemas que tú mencionas».

«(…) El pueblo de ahora no es el pueblo del año 89, ni el del 90 o el 94. Entonces el espectáculo era complicado en muchos sentidos, por el estado que tenía la economía del país, por la caída de una tercera parte del Producto Interno Bruto, porque cientos de fábricas y centros de trabajo tuvieron que cerrarse.  

«Recuerda que fue la época en que hubo 80 000 asambleas de los trabajadores, sin contar las que tuvieron los jóvenes, los estudiantes, para explicar la situación que estábamos atravesando y cómo enfrentarla. En 1994, año muy difícil, recorrí todo el país con varios dirigentes, por instrucciones de Fidel, y llevamos a cabo aquellas reuniones territoriales del Partido. La situación era tétrica. Los ánimos estaban realmente caídos. Pero ahora las circunstancias son diferentes».

—¿Y qué nos salvó, acaso la capacidad intrínseca de permanecer?

—Había firmeza, hasta llegó a haber en algunos resignación ante la posibilidad de que la Revolución muriera, pero nunca primó el espíritu de la traición.

—Incluso, creo que llegó a plantearse la fe como argumento. Hubo un momento en que resistir tenía un sustento puramente emocional, creo que muchos llegaron a plantearse la lealtad a la Revolución «porque sí»...

—Acuérdate del 26 de Julio de 1994 en que planteamos lo del «Sí se puede». Empezamos a probar que sí se podía, nos propusimos cambiar el estado de cosas. Pero era lógico que no fuera fácil. Siempre que hay dificultades como las que vivimos entonces, se producen claros, vacíos en las filas.

—La frase suya del «Sí se puede» le ha servido y sirve a muchos cubanos, a muchos jóvenes, en el afán de desterrar defectos, indolencias, insensibilidades que uno se tropieza todos los días, burocracia que todavía hay, ineficiencias...  

—Hay problemas y siempre habrá. El mundo, la sociedad, serían muy aburridos si no hubiera problemas a los cuales enfrentarse. Hay que tener voluntad de enfrentarse a los problemas, y hacerlo con ánimos de vencer.

«Yo no he visto a nadie —y lo digo apoyándome en hechos concretos— que haya tenido una voluntad más grande mientras mayores son las dificultades, que Fidel. Hay que pensar en el esfuerzo que hubo que hacer para organizar un ataque como el del Cuartel Moncada, y pensar en cómo en unas poquitas horas se desvaneció tanta entrega, tanta esperanza, sobre todo tanta sangre.

«Después vinieron el presidio, el exilio, la organización del Granma, la clandestinidad y ocasionalmente la persecución en México —donde ciertamente violamos algunas leyes, pero no contra ese hermano país, sino porque nos alentaba la liberación de Cuba—; y luego llegamos a la Patria, y tres días después, en pocas horas, vimos desaparecer de nuevo todo el esfuerzo acumulado, cayeron decenas de compañeros... Cuando dos semanas después, el 18 de diciembre de 1956, me encuentro con Fidel ya metido en la premontaña de la Sierra Maestra, en un lugar llamado Cinco Palmas, después del abrazo inicial su primera pregunta fue: “¿Cuántos fusiles traes?” Contesté que cinco. Y él resumió: “Y dos que tengo yo, siete. Ahora sí ganamos la guerra”. Realmente yo no lo creía, no me parecía posible que con los siete fusiles fuéramos a ganar la guerra. Y ni mis compañeros ni yo nos sentíamos derrotados. Lucharíamos hasta el final de nuestras vidas. Jamás nos entregaríamos ni abandona-ríamos la lucha. Pero la situación era muy compleja.

«¿Después qué vino?: un año de dificilísimas condiciones, de dormir un día aquí, y al otro, 20 kilómetros más allá, con la persecución constante del enemigo y el hambre como fiel compañera que nunca nos abandonó en la Sierra Maestra. Y así todo, en la primera oportunidad que hubo de agrupar 18 fusiles, mes y medio después del desembarco, atacamos La Plata. Cinco días después fue el primer encuentro con los paracaidistas en el llano El Infierno, al oeste del Pico Turquino, muy próximo a él. Luego llegó el refuerzo de Santiago de Cuba con magníficos compañeros pero mal armados. Y más adelante llegó algún armamento mejor por la misma vía, enviados ambos por Frank País, con lo que realizamos el ataque a El Uvero, combate cruento con el cual pasamos a la mayoría de edad, como señaló el Che, en el que hubo unas cuantas bajas de ambas partes. Luego la huelga de abril del 58, y la oportunidad que ve Batista de darnos un golpe definitivo, por lo que reagrupó 10 000 hombres bajo el asesoramiento militar americano; concentró toda su aviación, tanques y artillería, puso buques de guerra al sur de la Sierra Maestra —que disparaban cañonazos, con efectos más bien sicológicos que de otra índole—; yo no estaba allí porque ya me encontraba en el II Frente. Pero me cuentan los compañeros que allí permanecieron, que había mucha preocupación. Y Fidel con gran optimismo dijo: “esta va a ser la última ofensiva de Batista”. No perdió un día después que la derrotó para lanzar la contraofensiva final.

«No me quiero detener en este tema, pero ha sido una proeza que la historia recogerá por siglos, y se hablará de ella como se habla de la Batalla de las Termópilas, con la diferencia de que en la Sierra Maestra vencieron los menos. ¿Te imaginas cómo con apenas 200 fusiles se enfrentaron 10 000, cómo Fidel escogió el terreno de los combates y llevó al enemigo hasta donde más le convenía al Ejército Rebelde? O sea, que fue una historia de 10 000 contra 200 en los primeros momentos.

«Fidel no perdió un día, no perdió un minuto y de ahí salieron todas las columnas para el resto del país. Nadie tiene dudas de que Camilo hubiera llegado a Pinar del Río como Maceo, de no haberse producido la caída de Batista el 1ro. de enero del 59.

«(…) El mismo Fidel me decía al comienzo de la década de los 90 (del siglo XX), que si resistíamos habría solidaridad del mundo con nosotros, pero si no, no tendríamos apoyo. Y los acontecimientos han tomado ese cauce.

«Es decir, que Fidel nos ha ido educando, nos ha demostrado con múltiples ejemplos a lo largo de este medio siglo, que el pueblo cubano con una buena dirección se crece, y más mientras mayores son las dificultades.

«Hemos pasado unos diez años difíciles. Todavía hay problemas y siempre los habrá, pero bueno, ahí vamos. Ahora lo que nos interesa es la continuidad de la Revolución. El enemigo está hablando de la era pos-Castro, analizando tonterías, ante las que nuestro pueblo y la juventud están reaccionando muy bien».

—El enemigo usa como argumento la era pos-Castro, espera que Fidel, con su magnetismo y su indiscutible liderazgo, cuando no esté físicamente entre nosotros se convierta en un problema para la continuidad de la Revolución. ¿Qué piensa usted al respecto?

—No habrá ningún problema. Nosotros, naturalmente, queremos que Fidel viva muchos años. Pero la eternidad no es posible. Tenemos nuestro nacimiento, crecimiento, desarrollo y el final, y es justo que así sea. Pero en el caso nuestro, nosotros no moriremos con la muerte física, viviremos o moriremos en dependencia de lo que pase con la Revolución. Si ella muere, habremos muerto. Si ella perdura, viviremos. Aspiramos a vivir eternamente en tanto viva eternamente nuestra Revolución. Lo demás es cuento del enemigo.

—¿Confía en la estirpe del cubano más allá de las épocas, de las circunstancias, en el propósito de continuar nuestro destino de país con libertad?   —Completamente, afirmó Raúl, quien sumó a esa certeza pasajes, desde 1868, de nuestra nación todavía hoy en proceso formativo; momentos que fueron «jalones de la historia que marcaron un ascenso en la conciencia nacional».  

«(…) ¿Cuándo habremos madurado definitivamente? No estoy capacitado para definir ese momento de nuestra sociedad. Es un proceso interminable, pero indudablemente ya puede hablarse de una autoestima del cubano como debe ser».

Aquel día muchos conceptos quedaron registrados en la cinta del casete. Caminando y escuchando había perdido yo la noción del espacio y del tiempo cuando Raúl me dijo: «Periodista, ¿cómo acabaremos esta conversación? ¿Cuántos kilómetros hemos caminado? Creo que hemos conversado un poco de algunas cosas. ¿No crees?».

Si emocionante para mí resultó aquel diálogo, no lo fue menos la jornada de revisión del texto resultante: dentro de un ómnibus que lo llevaría rumbo a tomar un helicóptero, el General de Ejército tomó asiento, humildemente, junto a esta reportera. De conjunto miramos las cuartillas blancas, y dentro de ellas, las líneas allí escritas y las sugerencias de los cambios. Ese día lo acompañé en una jornada de trabajo que incluyó valorar el estado ecológico de ciertos paisajes de la Isla.

Al final del viaje, en un lugar donde sobre unas mesas había algunas golosinas, Raúl se percató de que yo las estaba mirando indecisamente y me propuso: «Tómalas y llévaselas a tu niña; Vilma lo hubiera hecho igual…». Tomé algunas. Le di las gracias. En su despedida recuerdo que me dijo: «Mañana chequeo la tarea». Es decir, que leería el periódico y podría corroborar si cada sugerencia de cambio se había llevado a término.

Parece que todo salió bien.

A la luz del tiempo transcurrido pienso que me hubiese gustado hacer a mi interlocutor la siguiente pregunta: «Desde su perspectiva como cubano, como ser humano, ¿qué ha significado para usted haber dedicado su vida a una tarea tan hermosa como la Revolución?».

Raúl compartió con pobladores jóvenes de Maisí tras el paso del huracán Matthew. Foto: Estudios Revolución

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