Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Todos los caminos conducen a él

Aquel día sentí una gran felicidad. Iba a visitar la casa de esa joven leyenda, la única mujer de la guerrilla del Che

Autor:

José Adrián Atanes Hernández

Realizaba un reportaje sobre Tania la Guerrillera cuando encontré la dirección de la casa donde vivió durante su estancia en La Habana, en 1961, gracias a los investigadores Adys Cupull y Froilán González.

Aquel día sentí una gran felicidad. Iba a visitar la casa de esa joven leyenda, la única mujer de la guerrilla del Che, la flor de Río Grande.

Me habían comentado que la vivienda se encontraba en perfectas condiciones, y que Tirsa, la propietaria del inmueble, mantenía todo lo obsequiado por Alicia Alonso a Tamara Bunke a su arribo a la Mayor de las Antillas.

Al llegar al apartamento número tres, sito en la avenida Tercera, entre las calles 18 y 20, municipio de Playa, en La Habana, me sorprendió la conservación del lugar, como si no hubiesen pasado más de 50 años.

Tirsa es una cubana auténtica y atenta con la que conversé sobre la casa y sobre Tania, donde dormía, donde recibía las visitas, sus manías…

Hablamos de recuerdos muy interesantes por casi una hora, cuando descubrí que una de sus vecinas fue gran amiga de Tania y compartió, en no pocas ocasiones, con el Che.

Bajamos urgentemente a la casa de la señora. Tirsa me indicó el nombre de la anciana. Apresuré el paso, porque pensé que iba a perder esa valiosa fuente.

Me recibió un señor de más o menos 70 años a quien, después de dar los buenos días, le pregunté por la amiga del Che y de Tania.

Al fondo de un pequeño portal, sentada a una mesa de hierro, respondió una señora con voz temblorosa: «Soy yo, yo soy Victoria Elisa León Portales, la amiga del Che y de Tania».

Ella conoce más que todo sobre la vida de la guerrillera germano-argentina en Cuba. Vivía, según comentó, «metida» todo el tiempo en su casa, e incluso le enseñó español e historia.

Después de hablar mucho sobre la vida de Tania, pregunté si en verdad conoció al Che, pues no me había hablado nada de él. Me respondió con un sí orgulloso.

Sus ojos se llenaron de brillo cuando me relató que el Che visitaba a cada rato a Tania, que era normal para ella verlos y conversar. Contó que el Guerrillero le exigía mucho que estudiara, que se hiciera grande, y para serlo, le agregó, debía ponerle mucho amor a las cosas, debía sentir mucho amor por lo que hacía.

«Por él y por Tania luché, estudié y me hice enfermera. Duré cinco décadas en la profesión», señaló Victoria.

La anciana de 72 años contó que lloró como una niña cuando se enteró de la muerte del Che en Bolivia, de hecho, comentó que a estas alturas todavía no se adaptaba a esa idea: «Un hombre como él no podía terminar así. Aunque murió haciendo revolución. Ese, según él, es el deber de todo revolucionario». 

Me despedí satisfecho y agradecí a Victoria por su tiempo. Cuando iba a tomar la puerta la entrevistada me pidió cortésmente una foto del Che.

Yo, apenado, le dije que no tenía ninguna conmigo, pero me comprometí a llevarle una. Victoria sonrío y dijo: «Te pido la foto porque no tengo ninguna y me encantaría tener al menos una, pero déjame decirte algo, con los grandes como él, más valor que las fotos, tienen las acciones, que son las que verdaderamente demuestran si somos o no fieles seguidores de su ejemplo».

Aún no he llevado la foto a Victoria aunque, si está leyendo estas líneas le juro que no me he olvidado. Como tampoco lo he hecho con esas palabras finales.

Así se vive al Che. No alcanza citarlo, pronunciar un lema, guardar una pintura, reverenciar un busto o un monumento. A él se le honra desde dentro, predicando con el ejemplo y poniendo amor en cada obra sin importar lo pequeña que parezca.

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