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1959: una política nueva, también hacia afuera

El Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba hace valederos para el mundo los principios que defiende el país. Una política exterior que vibra al ritmo de la Revolución: esa es nuestra diplomacia

Autor:

Marina Menéndez Quintero

Para que el espíritu y la mano de Cuba trascendieran hasta los rincones más apartados, no habría bastado todo lo que en el ámbito doméstico ha hecho de justo y revolucionario su actual proceso social, económico y político.

No sería suficiente constituir un ejemplo. Con el mismo concepto de nación que defiende la Isla haciendo valer, ante todo, la independencia y la soberanía; la no injerencia y el derecho a la autodeterminación, nuestro Ministerio de Relaciones Exteriores defiende las causas justas y se pronuncia a favor del equilibrio mundial, persuadida Cuba de que solo en la más amplia y plena libertad nacional, los hombres pueden ser realmente felices.

Sin esa ejecutoria firme y transparente que no se doblega ni admite dobleces; practicante de una solidaridad que tiene su mejor expresión en el internacionalismo; sin esa capacidad de respetar a los otros que posibilita también convivir con regímenes distintos, Cuba no sostendría las plenas relaciones diplomáticas que la enlazan a 188 países contando a los propios Estados Unidos, y a pesar de que el deseo de aislarnos ha sido el empeño y el sino de la mayor potencia mundial con respecto a nuestro hemisferio.

Precisamente, ese afán de echar atrás nuestro proceso marcó el nacimiento de la que, con razón, es llamada la nueva política exterior que Cuba estrenó en 1959: la diplomacia de la Revolución.

El primer paso, liberador hasta de la más remota rémora imperialista, fue la apertura de ese propio Ministerio de Relaciones Exteriores que hasta ahora nos representa, el 23 de diciembre de 1959. Era necesario sustituir la bochornosa Secretaría de Estado vigente (se llamaba Ministerio de Estado), nombrada a la usanza de quienes nos domeñaron durante más de medio siglo para imitar y cumplir los dictados de Estados Unidos hasta en el más ínfimo detalle.

Pero no ha sido su único derrotero. Aunque algún experto asegure que el camino ha estado definido por ese antagonismo y la agresividad de Washington, la política exterior cubana ha sido mucho más que eso.

Cuba ha hablado por los oprimidos, y su accionar busca defenderlos desde la unidad, como lo demuestra el que sea una de las naciones fundadoras —la única latinoamericana— del Movimiento de Países No Alineados. La lucha contra el colonialismo y el neocolonialismo definió, tal vez, sus primeros pronunciamientos en la arena internacional. Y claro, el antimperialismo.

Mas, para retratarla no bastaría repetir lo que formalmente la identifica: que se adhiere a los principios básicos del Derecho Internacional y a los preceptos consagrados en la Carta de las Naciones Unidas… 

De peón de Washington hasta 1959, el desempeño exterior de la Isla pasó a ser abanderado de las posturas valientes y hasta creativas que han planteado ante los organismos internacionales la búsqueda de un planeta con equidad, y plasman lo que es una manera también nueva de ver el mundo, en tanto es distinta a la que quieren seguir imponiendo los poderosos.

Por eso también se le respeta

La demanda de un nuevo orden económico internacional y de la democratización de la ONU y su Consejo de Seguridad; la concepción de los derechos económicos y sociales de los pueblos como componentes indispensable de los derechos humanos de los ciudadanos; la importancia de la cooperación y la solidaridad internacional como instrumentos coadyuvantes para que las naciones materialicen esos derechos; el rechazo al uso y la amenaza del uso de la fuerza, a las sanciones unilaterales, a la coerción; el derecho al desarrollo; la necesidad de la multilateralidad, han sido posiciones defendidas por Cuba a lo largo de estos 60 años, y muchas han sido objeto de resoluciones presentadas por la Isla.

Algunas de ellas tal vez podrían considerarse aportes en la concepción y     búsqueda del mundo mejor y posible que necesitamos todos. Es una política exterior de vanguardia, justa, moderna en tanto evoluciona y se contemporiza.

Se trata, ni más ni menos, de las mismas posiciones revolucionarias que, hacia lo interno, ha mantenido nuestro país hasta hoy. Las que emergieron a partir de diciembre de 1959, mediante un desempeño hacia lo externo que no estaba escrito en manual alguno entonces, y se conformaba en el carácter decidido, altruista e independiente de esa política, guiada por el pensamiento de Fidel y de Martí.

Ha sido suficiente. Ellos eran, ellos son, a fin de cuentas, los artífices de la Revolución.

La evidencia de que es un desempeño que se orienta por principios está en la ejecutoria exterior de la Revolución en los meses que mediaron entre el triunfo y el nacimiento del actual Minrex. Durante este lapso Cuba, por voz del ministro Raúl Roa, ya había presentado ante la OEA (de donde aún no había sido expulsada) la propuesta no aceptada de que se incluyera en la agenda de aquella reunión ministerial el tema del derecho al desarrollo.

El Canciller, un libro utilísimo del colega fallecido Manuel González Bello, ilustra aquellos momentos inaugurales en el afán logrado por el volumen de atrapar la figura del inolvidable Roa: el primer ministro de esta otra política exterior, y conocido, por su ejemplar actuación, como Canciller de la Dignidad.

Le correspondió a él conformar el nuevo Ministerio, como recordaban algunos de los testimoniantes de ese libro, sobre la estructura heredada de «un ministerio que no hacia política, porque la política la hacía Washington», evocaba la Doctora Olga Miranda, quien fuera directora jurídica del Minrex.

«Un organismo más bien burocrático, sin dirección política, pues no había que hacer política ni análisis políticos», apuntaba acerca del Ministerio de Estado feneciente.

Para ello convocó a jóvenes, a los que integró con personas de experiencia. Uno de aquellos que entonces eran muchachos, el diplomático Martín Mora, contaría lo que aprendieron de Roa: «la concepción y la práctica de una diplomacia verdaderamente revolucionaria; una diplomacia no apegada a formas, sino a contenidos muy profundos…»

Otros aportarían también sus memorias. «Aprendimos a defender con dignidad la Revolución Cubana».

Pero la labor del Canciller de la Dignidad y de aquellos hombres y mujeres, habría sido agua pasada sin la continuidad asumida por las nuevas hornadas de diplomáticos revolucionarios quienes, con similar entrega, han ido a los puestos que los fundadores debieron dejar al paso de los años.

Ellos también han sido hacedores y protagonistas de la diplomacia de la Revolución, que está a punto de entrar en su año 61.

Cuba y sus relaciones multilaterales

La activa política exterior de la Revolución Cubana también se puede aquilatar por su presencia en la mayoría de los organismos y agencias especializadas de la Organización de Naciones Unidas (ONU), y como firmante de sus convenciones y tratados.

Cuba pertenece a la Conferencia de la ONU sobre Comercio y Desarrollo (Unctad), la organización de la ONU para la Agricultura y la Alimentación (FAO), el Programa de Tratado de Comercio de los Pueblos de la ONU para el Desarrollo (PNUD) y el Centro de Comercio Internacional UNCTAD/OMC, entre otras  instancias de la ONU, al tiempo forma parte de instancias regionales que procuran la unidad y la integración y no tienen precedente en la historia, como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA-TCP), y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac). 

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