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Regreso de honor

A 30 años de la Operación Tributo, en la memoria de los cubanos continúa el recuerdo de aquellos días cargados de gloria, orgullo y dolor por la pérdida de los hermanos combatientes. JR se acerca a historias que nos traen de vuelta el solemne acontecimiento

Autor:

Zorileidys Pimentel Miranda

PINAR DEL RÍO.— Niurka Díaz González tenía seis años cuando supo de la muerte de su padre. Aún la voz le tiembla cuando lo recuerda. Ella, su madre y su hermano —de cinco años en aquel entonces—, jamás podrán olvidar aquel día.

«Fue posiblemente la noche más amarga de nuestras vidas. Llegaron muchos carros juntos y algunas personas muy serias se bajaron. Sabía que algo malo pasaba. La noticia nos impactó y de repente las lágrimas comenzaron a brotar casi sin poder detenerlas», nos cuenta mientras la voz se le queda casi en un hilo.

«Nosotros sabíamos que desde hace algún tiempo se encontraba cumpliendo una misión internacionalista en Angola y que así cumplía con una tarea encomendada por la Revolución, también que esto podía suceder. Sin embargo, nunca se está preparado para este momento», continúa, y un suspiro se le escapa casi sin darse cuenta.

Su padre, Nivaldo Díaz Lazo, partió a este hermano país junto con tres de sus 11 hermanos, para ayudar a la liberación de la tierra africana; sin embargo, no pudo regresar a casa con vida para ver crecer a sus hijos. «Desde ese momento mi mamá —que era ama de casa—, tuvo que salir a trabajar y comenzar a educarnos y prepararnos para la vida con más fuerza, como también lo hubiese hecho mi padre».

Por eso, alegría y tristeza se mezclaron en su interior al saber (en 1989) que los restos de su padre descansarían en su Pinar del Río, como parte de la Operación Tributo. En ese entonces, tenía 17 años de edad y lloró como una niña, nos cuenta.

«No se trataba solo de que estaría en la Patria, sino de que nosotros tendríamos un lugar para visitarlo, llevarle una flor, conversar con él, decirle te quiero. Un espacio físico donde ir el día de los padres o el día de los fieles difuntos; un lugar para encontrar paz y refugio cuando los problemas nos abrumaran».

Niurka y su familia aún agradecen a la Revolución Cubana por esta posibilidad, pues gracias a ello se han sentido más cerca de Nivaldo. «Mi padre no está físicamente, pero su presencia en mi vida es innegable: a mis dos hijos les hablo siempre de él, y hasta a mi nieto le cuento de su sacrificio, valentía y entrega. Incluso, hay amigos suyos que me recuerdan la maravillosa persona que era: alegre, bien llevado, trabajador.

Niurka Díaz González. Foto: Zorileidys Pimentel Miranda

«No hay un día de mi vida en que no lo necesite, ese es un vacío que nunca se puede llenar, una ausencia que queda para siempre. Mi mamá siempre hizo todo lo que pudo y más por educarnos bien y lograr que nos convirtiéramos en profesionales, pero mi papá siempre me ha hecho falta», concluye.

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Campos de batalla. Combates reñidos. Ráfagas de fuego. Avionetas sobrevolando el peligro. Incertidumbre, precaución, confianza en el triunfo. Camaradería, altruismo y apoyo entre colegas que con el tiempo fueron hermanos.

Así recuerda sus días en la República Popular de Angola el coronel de la reserva Miguel Baullosa García, quien durante cuatro años y medio dirigió operaciones militares en este país amigo.

«Aquellos fueron días, meses, años de valentía y gloria, pero también de mucha tristeza. Ver caer a tus compañeros en medio del combate, después de pelear codo con codo, es una marca que se queda para la vida», asegura este combatiente de la Revolución al que todavía le tiembla la voz al referirse a sus hermanos caídos.

Baullosa García se queda callado, su mirada se pierde y sé que, aunque está a mi lado, su mente hace un largo viaje que lo lleva nuevamente a Angola. ¿Y la Operación Tributo, qué significado tiene para usted?, le pregunto y su atención regresa hasta mí. De pronto, en su rostro se refleja tristeza.

«Cuando la Operación Tributo yo estaba en Angola, en un lugar llamado Huambo, como jefe de las tropas cubanas. Allí participé en la recogida de los cadáveres, cuerpos que posteriormente fueron enviados a Cuba para darles sagrada sepultura en los Mausoleos de los Caídos por la Defensa. Esa es, posiblemente, una de las misiones más difíciles en las que participé», dice.

El Coronel —como lo conocen en Vueltabajo— asegura que «en Cuba esos fueron días de lágrimas, sentimiento, dolor, pero también de mucho patriotismo e internacionalismo. Desde Angola veíamos todo lo que sucedía aquí, a través de la señal de Cubavisión Internacional y lo transmitíamos a la tropa. Así fue como pudimos estar al tanto de las ceremonias que se realizaron en los municipios del país.

«Como no podíamos quedarnos sin hacer nada, por ejemplo, en Huambo decidimos hacer un monumento a los mártires —un cubano dándose la mano con un angolano— y le grabamos: A los que dieron su sangre y su sudor por la independencia de Angola, y todavía quienes hoy pasan cerca de allí van a visitarlo y a rendirles tributo a estos combatientes», confiesa, y sus ojos se llenan de satisfacción.

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En diciembre de 1989, Juan Ramón Santana Robles, se desempeñaba como segundo jefe de Estado Mayor en el municipio de Minas de Matahambre. «Estos fueron días de mucho dolor, pero a la vez de un orgullo inmenso», rememora este pinareño que hoy ronda los 73 años.

«A mí me correspondió ir hasta un punto de recolección que se creó en el poblado de Chirigota, ubicado entre Los Palacios y San Cristóbal. Allí se encontraba el Estado Mayor del Ejército Juvenil del Trabajo, y en una nave se crearon todas las condiciones para situar los restos de todos los combatientes caídos de Minas», cuenta.

Juan Ramón Santana Robles. Foto: Zorileidys Pimentel Miranda

Santana, como le llaman sus amigos, recuerda que desde cada municipio enviaron personal con recursos —transporte y escolta suficiente—, para trasladar los restos hacia los diferentes territorios de la provincia, y al día siguiente, el 7 de diciembre se desarrolló toda la jornada de homenaje.

«Se seleccionaron centros que tuvieran las condiciones para garantizar que se pudiera realizar la guardia de honor y que además los familiares y el pueblo pudieran ir a rendirles tributo. En la cabecera provincial, por ejemplo, como el número de combatientes era mayor, se utilizó la Sala Polivalente. El homenaje comenzó a las tres de la tarde.

«Luego de que gran parte de la población pasara por allí, nos trasladamos a los cementerios, donde se depositaron los restos, el de Santa Lucía, en el caso de Minas de Matahambre, y el de Agapito, en el municipio cabecera. Desde entonces, como en toda Cuba, cada 7 de diciembre realizamos una peregrinación para homenajear a nuestros internacionalistas, quienes dieron su vida por África y por la humanidad toda», asegura.

Treinta años han pasado desde la Operación Tributo —el nombre que se dio en Cuba a la acción de trasladar de regreso a territorio nacional los restos mortales de los cubanos caídos en misiones internacionalistas en países de África—; sin embargo, para Niurka, Baullosa y Santana, los recuerdos siguen latentes. Tres décadas después, el orgullo por estos valerosos hombres, sin dudas, se multiplica. 

Tributo al sacrificio y la entrega

«…De Angola nos llevaremos la entrañable amistad que nos une a esa heroica nación y el agradecimiento de su pueblo y los restos mortales de nuestros queridos hermanos caídos en el cumplimiento del deber…», afirmó el General de Ejército Raúl Castro Ruz, entonces ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, el 12 de diciembre de 1976.

Luego de un extraordinario trabajo en el que participaron especialistas del Instituto de Medicina Legal para la identificación y preparación de los cadáveres en el Cementerio de la Misión Militar Cubana en       Angola, se iniciaba la Operación Tributo, el 6 de diciembre de 1989, que consistió en el traslado a la Patria de los restos de los 2 085 mártires que cumplían misiones militares y 204 en tareas civiles, caídos en misiones en África, para darles sepultura en los panteones, acondicionados en cada uno de los municipios del país.

«…A esta hora, simultáneamente, en todos los rincones de donde procedían, se da sepultura a los restos de todos los internacionalistas que cayeron en el cumplimiento de su noble y gloriosa misión…», aquella mañana del 7 de diciembre de 1989, dijo el Comandante en Jefe   Fidel Castro Ruz, con voz emocionada.

En esa fecha, día de Duelo Nacional, cuando toda Cuba conmemoraba el aniversario 93 de la caída en combate de Antonio Maceo Grajales y de su ayudante Panchito Gómez Toro, en los 169 municipios del país se pusieron en marcha los cortejos fúnebres para llevar hasta su último destino (los Panteones de los Caídos por la Defensa), los restos de los combatientes internacionalistas que perdieron la vida durante los más de 13 años de presencia solidaria cubana en Angola y en otros escenarios como Etiopía y Nicaragua.

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