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Audaz entrevista a Fidel en la prisión

Dos reporteros de la prensa cubana lograron de manera muy sensata y curiosa al realizar un reportaje en el Presidio Modelo de la Isla de Pinos, dialogar con el joven abogado que comandó el asalto al cuartel Moncada

Autor:

Luis Hernández Serrano

En los primeros días de julio de 1954, muy cerca del primer aniversario de la heroica gesta del  Cuartel Moncada, un órgano de prensa cubano solicitó a las autoridades del Gobierno batistiano un premiso con el supuesto objetivo de tomar numerosas fotos que permitieran conformar un reportaje gráfico sobre la curiosa arquitectura y el aspecto ambiental y físico de aquel penal.

Ciertamente sus edificaciones circulares eran impresionantes por sus estructuras, el área que abarcaban, las variadas alturas de las edificaciones y sus diferencias frente a otras instalaciones, sobre todo en América Latina. Increíblemente la idea de tal fotorreportaje, que llevaba implícito recorrer la totalidad del presidio, fue oportunamente autorizada, sin ningún tipo de traba o inconveniente.

 Es importante conocer que a solo seis días de haber salido el joven Fidel del riguroso e injusto aislamiento del 12 de febrero al 27 de junio de aquel año 1954 (sin ver el sol y mojándose cada vez que llovía), en dicha prisión entraron sin ningún contratiempo, los reporteros de la revista Bohemia, porque llevaban por escrito y firmada como era debido en esos casos, por el Ministro de Gobernación de la tiranía, una carta que los autorizaba a hacer el amplio reportaje que ilustraría, con breves textos, «las bondades» de aquella cárcel que en su momento el insigne periodista Pablo de la Torriente Brau dijo que estaba ubicada en la que llamó «La Isla de los 500 asesinatos», en la antigua Isla de Pinos, hoy Isla de la Juventud.

 A Raúl Martín Sánchez, el periodista, y a Paco Altuna, el fotógrafo, ambos de gran experiencia profesional, los recibió en forma cordial, con una sonrisa en los labios, el comandante Juan M. Capote, todo un personaje de la represión gubernamental. Era el jefe del penal.

¡Qué bueno, al fin Bohemia se ocupa de nosotros.  Nos tenían abandonados. Ahora podrán reflejar en sus leídas páginas todas nuestras verdades. Yo sabía que eso llegaría más temprano que tarde!,  les comentó el oficial, visiblemente alegre.

«Nos entusiasma saber, comandante, que está usted sicológicamente dispuesto a ayudarnos en nuestro loable empeño informativo», le dijo Raúl Martín.

«El señor ministro Ramón Hermida nos explicó hace algunos días que ustedes deseaban mostrar y más que eso, demostrar la categoría constructiva de nuestro amplio penal, su interesante cuerpo arquitectónico, el funcionamiento general como recinto carcelario y el trabajo que hacemos en las canteras de mármol, ¿no es eso», les expresó Capote.

Sí, claro, pero queremos aprovechar esta visita, que no se da todos los días, para conversar con algunos presos políticos, especialmente con el joven abogado Fidel Castro, que es un hombre-noticia desde hace algún tiempo, le argumentó de modo inesperado y riesgoso el audaz reportero.

«¡¿Cómo dice usted?! ¿Sabe lo que me está pidiendo ahora? ¿Se da cuenta usted de la envergadura política de sus intenciones? En realidad el telefonema del señor ministro Hermida no menciona, ni siquiera sugiere o insinúa que yo acceda a tal posibilidad. ¿No le parece que me pone usted en una difícil y comprometedora encrucijada?», le inquirió, sorprendido totalmente, el militar de la dictadura.

«Mire, comandante, lo veo nervioso, usted es un oficial de gran experiencia y prestigio. Si publicamos ahora un reportaje de varias páginas, como queremos hacer, con buenas gráficas de uno de nuestros mejores fotógrafos, solamente elogios y triunfalista de esta sobresaliente cárcel tan llena de historia y no entrevistamos a Fidel, parecería que se lo tienen prohibido y eso sería algo muy ridículo para nuestra conocida revista, para usted como oficial de alta responsabilidad, para el propio Hermida y hasta para el Gobierno», le enfatizó sin rodeos y con maestría reporteril probada, el periodista. Además, le dijo, no se preocupe, la firma tan reconocida  del Ministro, su autoridad como jefe, su grado como comandante y hasta el Reglamento Militar lo amparan suficientemente, ¿no lo cree?

«Usted en parte tiene razón, pero… póngase en mi lugar», le ripostó temeroso el comandante, como asediado entre la espada y la pared.

«Óigame, comandante, su lugar prominente no puede ocuparlo así como así un civil común, un simple periodista como yo. Usted es aquí un jefe plenipotenciario, un jefe respetable y respetado, ¡qué mayor respaldo tiene usted que su propio rango», le insistió en tono «amigable» Raúl Martín Sánchez.

«Bueno, mire, estoy de acuerdo, hagan su trabajo», aprobó el oficial, no muy convencido, y añadió: «Supongo que antes de publicar fotos y textos en su revista, en particular lo que les diga el prisionero Fidel, me trae todo el material para revisarlo detenidamente, ¿me oyó?

«Está muy bien, comandante, si no se lo traigo yo, se lo leo por teléfono», le respondió el reportero con cara de «eso no acostumbramos a hacerlo nosotros».

A los dos días de eso, altos jefes del tenebroso Servicio de Inteligencia Militar (SIM) acudieron a  ver al Director de la revista, Miguel Ángel Quevedo, quien los remitió cortésmente al ya advertido Jefe de Información, el inefable Enrique de la Osa.

«Es tarde ya, señores oficiales. La tirada nuestra está circulando ya en Cuba, en Nueva York y en Sudamérica. Así ocurre siempre, con rapidez y eficiencia, en esta publicación. Resulta imposible ahora controlarla o retenerla», les aseguró sin pelo en la lengua, el célebre Enriquito.

El equipo de reporteros de Bohemia sorprendió al Jefe del entonces Presidio Modelo cuando le solicitó conversar con el joven abogado preso allí, Fidel Castro, «hombre-noticia desde hace algún tiempo».  

Por supuesto que Fidel, quien había expresado ante los jueces y en la famosa obra cumbre suya de juventud, La historia me absolverá, que «mi lógica es la lógica sencilla del pueblo», en sus declaraciones a los reporteros que lo entrevistaron, valientes, firmes, sinceras y honestas, trazó el rumbo de la lucha contra la tiranía, alertó sobre la farsa electoral proyectada por el Gobierno, y resaltó la alta moral de los moncadistas, su espíritu humano y revolucionario y, sobre todo, su patriotismo y su fe en la victoria de las ideas.

Y no solo eso: las fotos excelentes de Paco Altuna mostraban al líder entrevistado altivo, fuerte y decidido, además de su buena salud.

Uno de los agentes del SIM, un coronel, preguntó a Enriquito por el periodista, y este le informó muy correctamente que tuvo que salir con urgencia hacia Costa Rica para realizar un importante reportaje y ya no era factible localizarlo.

«¡Se imagina Ud. lo que dirá el General Batista  cuando vea esa entrevista del abogado que dirigió el sorpresivo acto de guerra contra el Cuartel Moncada!», recalcó el coronel del SIM, a lo que el Jefe de Información le comentó sin temor alguno: «Ya no se puede hacer nada, coronel. Lo único que  resta es leer la entrevista».

Claro que el tristemente célebre órgano represivo de la tiranía seguramente comunicó a todos los puertos y aeropuertos cubanos de entonces los datos sobre el periodista y el fotógrafo en cuestión. Pero se quedaron esperando que Raúl Martín Sánchez regresara para apresarlo y asesinarlo. Sin embargo, oportunamente advertido, regresó a Cuba en 1959.

El periodista murió mucho tiempo después, el 7 de diciembre de 1988, a los 72 años de una vida profesionalmente fructífera. Y su insospechada entrevista fue uno de los mejores aportes al periodismo cubano y a la historia de Fidel y los moncadistas. Sin duda aquel trabajo fue lo que se decía antes: ¡un verdadero palo periodístico!

 

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