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¡Agua!

La beca del Instec está recién reparada: pisos pulidos, ventanas e instalaciones eléctricas nuevas, enchapes de calidad en todos los baños, paredes listas para recibir una pintura que por ahora deberá esperar… Imaginen la tenacidad que exige eliminar de esas superficies hasta la más mínima partícula de polvo en la que pueda anclarse un impertinente virus…

 

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

Cuando dije en casa que vendría como voluntaria a un centro de aislamiento, mi esposo y mi madre pusieron cara de sorpresa: «¡Si a ti no te gusta limpiar!», dijeron ambos, y no eran injustos en su valoración. «Para algo seré útil», dije ilusionada, y continué preparando el maletín, en el que incluí un par de chancletas, por si acaso.

La beca del Instec está recién reparada: pisos pulidos, ventanas e instalaciones eléctricas nuevas, enchapes de calidad en todos los baños, paredes listas para recibir una pintura que por ahora deberá esperar… Imaginen la tenacidad que exige eliminar de esas superficies hasta la más mínima partícula de polvo en la que pueda anclarse un impertinente virus… y hablar de partículas en este sitio es un riesgo, porque estoy rodeada de gente que piensa en neutrones, quartz, hadrones y otros misterios subatómicos como mascotas cotidianas.

Limpiar así, hasta el más mínimo detalle, lanzando agua en abundancia desde las paredes, solo limpié un par de veces en mi beca del Pre para ganarme el pase temprano o en casa de alguna suegra para impresionarla. Jamás pensé que lo haría para cuidar a personas que aún no conozco de un enemigo invisible para todos.

Por suerte todas las habitaciones tienen agua caliente, gracias a los calentadores solares que el Ministerio de Educación instaló hace más de un lustro en esta escuela, pionera en eso de aplicar alternativas a la energía no renovable.

Pensándolo bien, mi historia personal con esta universidad ha estado marcada por el agua desde hace medio siglo. Antes de dedicarse a formar talentos para las ciencias nucleares, la Quinta de los Molinos cobijó la primera facultad de Agronomía de Cuba, donde estudió mi madre en el primer grupo de Hidrotecnia formado por la Revolución y luego en el primer grupo de Ingeniería en Riego y Drenaje.

La fuente de los delfines, el agua estará en mis recuerdos de esta Quinta por siempre. Foto Fabián Fundora

 Además de labrar su futuro profesional, aquí gestó a sus tres hijos, así que pasé casi nueve meses visitando las aulas del edificio Cadena en una bolsa acuosa, y prácticamente aprendí a caminar rodeando embelesada su hermosa fuente, donde desde unos delfines gigantescos (para mí) manaba agua sin parar… y mi mamá me dejaba hacerlo porque al menos estaba tranquilita, en lugar de dar tumbos entre los frascos tintineantes de los laboratorios de Química. 

La COVID-19 me cae mal por muchas razones, como a ustedes, pero ayer sumé otra. Si Cuba tiene medio millar de centros de aislamiento y en todos se gasta tanta agua para evitar que el inoportuno se agazape en cualquier resquicio, es esta una enfermedad antiecológica y deberíamos cuidarnos, también, para parar ese triste derroche.

Ni una partícula de polvo nos puede malear la seguridad del centro. Foto Mileyda Menéndez

A pesar de la dura jornada, trasnochamos nuevamente este jueves. El debate nocturno tocó temas de diversidad humana, tentaciones adolescentes, padres e hijos en conflicto, ética de las investigaciones académicas… Al café y los dulcecitos se sumó un nuevo incentivo, cortesía de los profes Germán y Abel: una tina de helado para premiarnos por los pisos, paredes y rodapiés relucientes.   

Cuando terminé mi faena periodística, casi a las 11:00 de la noche, me tocó fregar. Era de esperar que mis dedos amanecieran con esa graciosa apariencia de arruguitas que las madres esgrimen para convencernos de que es hora de dejar de chapotear en la piscina. Pero mi «juego» apenas empieza, y lo crean o no en casa, estaré limpiando mucho en estos días para que el bicho escurra y la tierra se lo trague, si decide colarse de polizonte en mi dos veces materna universidad.

A la 1:21 de la madrugada se me ocurrió plantear al equipo una pregunta existencial que hace tiempo me inquieta: ¿El helado es un sólido o un líquido? No les transcribo la respuesta matutina de Amián, pichón de físico nuclear, porque resultó toda una tesis. En resumen, el estado de todas las sustancias depende de las circunstancias en que las observes… Veremos cuál será el nuestro cuando el aislamiento nos someta a presiones y calores extremos.    

Reto del día: ¿Cuántos cubos hacen falta para quitar el polvo de un piso recién pulido? Ni intenten responder: esa ecuación tiende al infinito.

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