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«Luces» Walker y otros fulgores

El abrazo entre Pastores por la Paz y Cuba fue probablemente, desde la óptica internacional, el más especial —en la connotación hermosa del término— de los capítulos de un período histórico especialmente duro

Autor:

Enrique Milanés León

Era lógico que en 1993, cuando por no haber, en Cuba casi no había transporte, todos compartiéramos la suerte de nuestro viaje con los guías de aquel autobús amarillo. Furiosas por el «peligroso» precedente de donación del año anterior, autoridades aduaneras estadounidenses confiscaron a los Pastores por la Paz un pequeño vehículo de uso escolar que traían a La Habana y crearon, en lo político, la tensa situación de un atasco: los amigos religiosos eran el motor; los cubanos, el cable que los halaba; y la Casa Blanca, el lodo que suele ser.

Fieles a la paz que les apellida, los pastores enfrentaron el escollo con sus armas interiores: hicieron un prolongado ayuno que tornó más visible no solo el amor de la agrupación solidaria, sino también el odio de quien bloqueaba. Al cabo trajeron, con otras cargas, aquel símbolo color del sol que tanto nos emocionaba ver transitar por las calles y, con Cuba completa a bordo, fundaron una ruta de amor que no admite estación final.

Nunca antes el acoso a Cuba del Gobierno estadounidense había sido desafiado a semejante altura, en su propio territorio, por sus propios ciudadanos, pero aquello era apenas el comienzo de una obra mayor.

Pastores por la Paz fue creado en 1988, como proyecto de la Fundación Interreligiosa para la Organización Comunitaria (IFCO), en respuesta a la hostilidad hacia América Latina de la administración del entonces presidente Ronald
Reagan. A partir de 1992, contra brújula y bloqueo, sus caravanas de ayuda fijaron el norte en Cuba.

La solidaridad como un viaje

Ahora que muchos cuervos vuelan en círculos sobre el cuerpo aún verde y palpitante de esta Isla, vale recordar que también en 1992 los agoreros del fin del mundo (revolucionario en Cuba) hacían zafra de pronósticos. Si se habían quebrado, junto con las soviéticas, las fuertes rodillas de Europa del Este, ¿por qué no iría al suelo un país pequeño erguido en el Caribe con finas piernas de mangle?

Tal era el panorama cuando unos religiosos norteamericanos, desconocidos para la mayoría de los cubanos, recorrían 90 ciudades de su nación para recaudar ayuda. En esa primera Caravana de Amistad Estados Unidos-Cuba un centenar de amigos nos trajo 15 toneladas de donación entre leche en polvo, medicinas, medios de enseñanza, bicicletas y biblias.

El abrazo entre Pastores por la Paz y Cuba fue probablemente, desde la óptica internacional, el más especial —en la connotación hermosa del término— de los capítulos de un período histórico especialmente duro.  

Desde entonces, los rostros y los gestos de los religiosos se nos tornaron familiares. Cada edición del periplo responde a un perfil humanitario: la salud, la educación, los niños o los ancianos, el deporte, la construcción…

Del otro lado, siempre la misma reacción: con su vieja costumbre de salteador de
caminos, montado en su yegua (Casa) blanca, el Gobierno federal estadounidense ataca la caravana, ya sea reteniendo la carga, presionando a quienes la llevan, trabando trámites o amenazando con multas y hasta prisión.

A la larga, el convoy vence. Huelgas de hambre, apoyo dentro de su propio país y solidaridad internacional, de esa misma que ellos dan, obligan al «sheriff» de esta historia a quitarles sus piedras del camino. A la andanza de fe del grupo se han sumado amigos canadienses, latinoamericanos y europeos.

Lucius, en la entraña de Cuba

En su camino de bien, la Fundación Interreligiosa para la Organización Comunitaria (IFCO)-Pastores por la Paz lleva la luz de su líder, fallecido ya, pero nunca ausente. Hasta su muerte en septiembre de 2010, el reverendo Lucius Walker impulsó —sin pedir autorización, porque el amor no requiere licencia— 21 caravanas y unió al movimiento de solidaridad con Cuba dentro de Estados Unidos.

Tan clara dejó la senda que nada puede apagarla. El hombre afable con los pobres anónimos y los amigos desconocidos era reciamente firme frente al Gobierno más poderoso y huérfano de afectos. Igual que su hermano Fidel, cuando Lucius decía «salimos», todos entendían «llegamos». Él era el abrazo mayor en caravanas de frecuencia casi anual; a veces, regaló a Cuba más de una expedición de amigos en un año.

Lucius Walker impulsó en Estados Unidos un proyecto de becas gratuitas de Medicina en Cuba que suma unos 200 beneficiados y ha permitido regresar al país norteño —en una suerte de cruzada inversa del mismo amor— a doctores que no anteponen el típico «diagnóstico del dinero», sino que practican la devoción de servir.

El pastor de los pastores decidió en vida el periplo de sus propias cenizas, que desde julio de 2011 reposan en un sitio que emula su entrega: nuestro Centro Memorial Martin Luther King. Antes de colocarlas allí, Cuba rindió homenaje a Lucius Walker en el Mausoleo José Martí, de la Plaza de la Revolución. Desde entonces,
somos los cubanos los que
hacemos caravanas para encontrar al amigo.

Motivos de caravana

Estos tiempos definen, con hechos altruistas o miserables, no solo a los hijos de Cuba, llamados a escoger entre la rosa blanca y el cardo; retratan también a los amigos que la quieren y a los adversarios que la desprecian.

Consciente de eso, Pastores por la Paz vendrá de nuevo, mañana, a extender, con otra caravana, su periplo solidario. Gail Walker, la directora ejecutiva IFCO-Pastores por la Paz, sostiene la necesidad de contar la verdad sobre Cuba y mantener la lucha contra el bloqueo más cruel de la historia.

Cubanos y pastores compartimos el mejor amigo: Fidel, quien quería tener, en las filas de la Revolución, a muchos creyentes como Lucius Walker.

El 19 de septiembre de 1996, en el acto solidario con la sexta caravana, en el Centro de Ingeniería Genética y
Biotecnología, Fidel hacía a los amigos el retrato de a quién ayudaban: «…ustedes no están luchando contra un bloqueo que se impone a un país egoísta, sino a un país realmente generoso, que ha salvado muchas vidas fuera de las fronteras de su tierra, que ha educado a muchos niños, que ha curado a muchos enfermos, que ha creado, incluso, facultades de Medicina en diversos países; no es la política del egoísmo, que es lo que hoy realmente prevalece entre los políticos, que hoy es la doctrina económica y
política que se le ha impuesto al mundo».

La idea parece de ahora mismo, como resulta vigente una frase que entonces provocó allí la risa general: «La Administración norteamericana quiere gobernar al mundo y no se puede gobernar a sí misma. Estados Unidos necesita Gobierno».

Admirado, Fidel reconocía que los pastores acababan de protagonizar, en defensa de sus ideas, «…lo que posiblemente sea el ayuno más grande de la historia». Fueron 94 días privados de alimentos esenciales, pero el líder de Cuba acotaba un comentario sobre la peor desnutrición: el «enorme ayuno moral por parte de aquellos que han intentado destruir nuestra Revolución, que han intentado matar por hambre e impedir cualquier progreso a nuestro país».

Tal parece que, de aquella edición a esta que inicia mañana, ciertas cosas no han cambiado. Cuba puede esperar a los amigos con las luces de Walker y esta idea, igualmente iluminada, de Fidel: «…nuestras dos paciencias se unirán, nuestras dos tenacidades se unirán, nuestras dos capacidades de resistir se unirán y un día serán mayoría, amplia mayoría».

Con el límpido expediente de Pastores por la Paz y los faroles morales de un guerrillero y un reverendo que nunca se rindieron, ese día habremos llegado al mundo que cambie, ¡al fin!, las caravanas de quienes, tristemente, tienen que huir de lo suyo por las de quienes, noblemente, quieren ayudar a los otros.

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