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El 26 de julio de 1953

Las acciones del 26 de julio de 1953 representaron el reinicio de la lucha insurreccional del pueblo cubano por su definitiva independencia

Autor:

Jorge Luis Aneiros Alonso

Las acciones del 26 de julio de 1953 representaron el reinicio de la lucha insurreccional del pueblo cubano por su definitiva independencia. Ese día de forma sincronizada se realizaron acciones armadas en las ciudades orientales de Santiago de Cuba y Bayamo, con el objetivo de tomar los cuarteles del ejército de la tiranía batistiana en esas ciudades.

El golpe principal sería en el cuartel Moncada en Santiago de Cuba, que se tomaría por sorpresa por combatientes movilizados por Fidel Castro Ruz, apoyados por dos grupos desde el Palacio de Justicia y el Hospital Saturnino Lora, instalaciones cercanas al cuartel.

En Bayamo la ocupación del cuartel Carlos Manuel de Céspedes permitiría cortar las comunicaciones hacia Santiago y evitar que fueran refuerzos para esa ciudad. Con estas acciones se pretendía realizar un llamamiento al pueblo para que apoyara a los asaltantes y, con las armas ocupadas, protagonizar una insurrección general que derrocara a la tiranía. Las acciones se realizaron siguiendo el plan previsto, pero no pudo alcanzarse el objetivo principal: los cuarteles no pudieron ser tomados y la insurrección fue abortada.

El movimiento insurreccional dirigido por Fidel se fue organizando durante el año 1952 y primer trimestre de 1953 en respuesta al golpe militar de Fulgencio Batista, que derogó la Constitución de 1940 y cercenó el orden constitucional y las conquistas democráticas de la época. Su objetivo inicial era tener una fuerza organizada para sumarse en la primera fila de combate a cualquier organización que comenzara la lucha contra la dictadura.

Contó también entre sus principales dirigentes a Abel Santamaría Cuadrado, Jesús Montané Oropesa, José Luis Tassende de las Muñecas, Mario Muñoz Monroy, Renato Guitart Rosell, Boris Luis Santa Coloma, Pedro Miret Prieto, Oscar Alcalde Valls y Raúl Martínez Ararás, y llegó a sumar más de mil miembros. Sus integrantes, mayoritariamente jóvenes, coinciden generacionalmente con el centenario del natalicio del Héroe Nacional José Martí y son expresión de elevados principios morales y revolucionarios que se pondrán a prueba en la principal acción.

Los componentes del movimiento se organizaron en células clandestinas, con estricta disciplina y compartimentación. Durante varios meses fueron movilizados a prácticas de tiro y reuniones clandestinas, para lo cual se utilizaron diversos lugares como la Universidad de La Habana, el Club de Cazadores del Cerro, áreas del actual Parque Lenin, el apartamento de Abel Santamaría en 25 y O y el de Melba Hernández en Jovellar No. 107, en La Habana; la finca El Dagame, en Artemisa, y la finca Santa Elena, en Los Palos.

En la marcha de las antorchas el 27 de enero de 1953, en vísperas del centenario de José Martí, participaron muchos de los que meses después estarían en las acciones del 26 de julio. También fue importante la labor realizada para captar fondos para la acción, donde tuvo un peso fundamental el aporte personal de varios combatientes, muchas veces privándose de sus propios bienes; también la compra y adquisición de armas, —casi todas de caza deportiva— y de uniformes militares.

Transcurrido un año desde el golpe del 10 de marzo sin que ningún partido político u organización se lanzara efectivamente a la lucha, y ante el fracaso del proyecto del Movimiento Nacional Revolucionario (MNR) de Rafael García Bárcenas para la toma del Cuartel de Columbia, Fidel decide proyectar el inicio de la insurrección mediante una acción propia. En los meses siguientes se aceleraron los preparativos: en La Habana,  Marianao, Santiago de las Vegas y Nueva Paz —municipios entonces de la provincia de La Habana— y en Artemisa y Guanajay —municipios en esa época de Pinar del Río—, donde se realizó el proceso de selección y organización de los futuros combatientes.

Junto a los organizados en células en la capital del país y Artemisa, Fidel comprometió para la causa revolucionaria puntualmente a personas que residían en Colón, Bayamo, Palma Soriano y Santiago de Cuba, los que desempeñarían en algunos casos responsabilidades importantes en los preparativos de las acciones que se planificaban. La clave del éxito estaba en el factor sorpresa, pues se enfrentarían a fuerzas muy superiores resguardadas en sólidas edificaciones militares.

Fidel y sus colaboradores más cercanos debieron enfrentar y resolver retos organizativos y logísticos significativos para la época: conseguir y trasladar al oriente del país las armas y los uniformes militares que se usarían para despistar y confundir al ejército; habilitar dos instalaciones que sirvieran como lugar final de concentración de los futuros combatientes: la finca Villa Blanca (supuesto criadero de pollos) en la carretera de Santiago a la Playa de Siboney, y el hospedaje Gran Casino, cerca del cuartel de Bayamo, lograr el alquiler de instalaciones de tránsito en la ciudad de Santiago de Cuba; y trasladar a la mayoría de los participantes en tren, ómnibus y autos en apenas 48 horas y al final tenerlos a todos listos en la madrugada del 26 de julio, domingo, día de carnavales en Santiago de Cuba, para entonces explicarles el plan y la posición que asumiría cada uno.

Este colosal esfuerzo organizativo se realizó exitosamente. Al amanecer del 26 de julio estaban en Oriente 158 compañeros, de ellos dos mujeres. La hora prevista para iniciar las acciones en ambas ciudades orientales era a la 5:15 de la madrugada. Fue un plan bien pensado, con posibilidades de éxito si funcionaba el factor sorpresa y se lograba que todos los combatientes entraran a los cuarteles y pudieran neutralizar a los soldados antes que pudieran ponerse en posición combativa y se usaran las ametralladoras que estaban emplazadas.

Todo funcionó con bastante exactitud hasta el lugar de concentración en ambas ciudades. Fidel pudo comprobar en la noche del 25 de julio la situación en Bayamo y dar las órdenes de último momento,  llegar a Santiago y finalmente a la Granjita, hoy conocida como Siboney, donde se reunió con los allí concentrados, dio a conocer cómo se haría la acción y exhortó a la mayor disciplina. Los combatientes escucharon la proclama redactada por Raúl Gómez García, por indicación de Fidel, que sería transmitida una vez culminada la acción.   

Los autos con los participantes, menos los diez que se negaron a combatir, salieron en el orden indicado hacia Santiago de Cuba. El hospital Saturnino Lora fue ocupado sin dificultad al igual que el Palacio de Justicia. En el cuartel Moncada, lugar del ataque y desde donde comenzaría la acción, se presentó un inconveniente no previsto (por los carnavales se había incorporado una posta de recorrido que ante el avance de los autos y la acción contra ella, inició el tiroteo y los combatientes empezaron a salir de los autos aún fuera del cuartel), que unido a la sirena que comenzó a sonar al ocupar y rebasar la posta 3 los primeros combatientes, impidieron que el grueso del contingente pudiera penetrar al cuartel y consumar la acción. Todo transcurrió en menos de media hora.

Ante la imposibilidad de ocupar el Moncada, se da la orden de retirada. Seis no pueden hacerlo pues caen combatiendo. Los que estaban en las afueras y cercanías del cuartel ya sea a pie o en autos se dispersan; los que están en el hospital pensando que están rodeados, deciden quedarse en  este, fingiendo ser pacientes o acompañantes; menos uno, todos son apresados y asesinados, con la excepción de las dos mujeres: Haydée Santamaría Cuadrado y Melba Hernández Rodríguez del Rey. Los seis que estaban en el Palacio de Justicia logran salir por la decidida acción de Raúl Castro Ruz que neutraliza a los soldados enviados en su captura.

El balance de bajas de las acciones del 26 de julio de 1953 fue el siguiente: los asaltantes tuvieron seis bajas en combate, 55 fueron asesinados posteriormente y 49 fueron capturados y conservaron la vida, de los cuales, tras el juicio, 32 recibieron condena. El Ejército y la policía tuvieron 50 bajas, 19 muertos y 31 heridos.

Las acciones del 26 de julio fueron un fracaso militar, pero como pidió Rubén Martínez Villena en su tiempo, sería la carga necesaria para despertar conciencias, para desarrollar las ideas, para una vez reagrupados los sobrevivientes, continuar la lucha en la prisión fecunda, en las calles o el exilio. Después vendría el Granma, la lucha en las ciudades, las montañas, las cárceles, en cualquier lugar, y esta vez serían miles que sí conseguirían la victoria, pero todo comenzó el 26 de julio de 1953.

 

*Director de la Oficina de Asuntos Históricos de la Presidencia de la República

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