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Amor de abuelos: realidad de una familia camagüeyana (+ Fotos)

De Hossana Alexa Horta Francia han sido responsables, prácticamente desde su nacimiento, sus abuelos maternos. En el Código de las Familias, esa atención familiar se denomina crianza positiva

Autor:

ACN

La de Hossana, Nery y Eleuterio -o mejor, Chichí- es, primero que todo, una historia de amor. En la casa marcada con el número 410 en la calle Julio Sanguily, del céntrico reparto camagüeyano La Vigía, viven los abuelos y su nieta de ocho años.

Fue en 2013, el primero de octubre, 10 minutos después de las seis de la mañana cuando Teresita, la hija de Nery y Chichí, dio a luz a la bebé en el Hospital Materno Ana Betancourt de Mora. Nueve meses más tarde, la joven madre viajó a España, donde reside hasta hoy.

De Hossana Alexa Horta Francia han sido responsables, prácticamente desde su nacimiento, sus abuelos maternos.

En el Código de las Familias, esa atención familiar se denomina crianza positiva.

El término se define como el “conjunto de prácticas de cuidado, protección, formación y guía de las niñas, niños y adolescentes que respeta sus derechos, la evolución de sus facultades, y sus características y cualidades individuales”.

 

Sin embargo el camino no ha resultado fácil, pero, como afirma Nery Gómez Macías, “cuando siembras amor, recoges amor”, y quien conozca a su nieta, al instante notará en ella la bondad de un ser profundamente cariñoso.

“Desde el inicio tuve mucha ayuda, sobre todo de mis hermanos, los de sangre y los de la Iglesia”, cuenta la abuela de 67 años, a quien cualquier joven puede envidiarle su energía y entusiasmo.

Con esa alegría por el hermoso milagro de la vida y aprendiendo buenas costumbres que en el hogar le enseñan ella y su esposo Chichí, ha crecido Hossana, para que sienta menos la distancia física de su mamá y la ausencia de la familia paterna.

En ese sentido, el nuevo código apunta que: “El Estado reconoce la importancia de abuelas, abuelos, otros parientes y personas afectivamente cercanas en la transmisión intergeneracional de las tradiciones, cultura, educación, valores, afectos y en las labores de cuidado”.

Chichí, quien ha vivido ya siete décadas, prepara cada mañana la merienda que Coti -como él llama a su nieta- llevará a su escuela Josué País García, donde cursa el tercer grado de la enseñanza primaria.

“También me ocupo de ayudarla a organizar la mochila, de buscar con Nery los alimentos y todo lo que necesite la niña”.

Ambos sienten que esta gran responsabilidad les da fuerzas y los impulsa. “Conversamos mucho, le damos confianza. El cariño y la comprensión son muy importantes. Yo no me pongo brava si alguien la regaña, pero hay que corregirle sus errores con amor, para que acepte los consejos”, dice la abuela.

Entre la diversidad de familias existentes en la sociedad cubana actual, la integrada por Nery, Chichí y Hossana es quizás una de las más comunes.
Madres y padres que emigran a otros países o que cumplen misiones internacionalistas confían a los abuelos la crianza de sus hijos.

En este contexto resulta vital la sustitución del Código aprobado en 1975 por un texto más moderno y plural.

La historia de Hossana, Nery y Eleuterio es una de las que se pueden encontrar en barrios, comunidades, en cualquier punto de la geografía cubana, donde avanza con vertiginosa rapidez el siglo XXI en un entorno muy diferente al existente hace más de 40 años.

 

 

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