Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El Rescate de/por Martí

¿Será que somos nosotros, en cada ocasión, los rescatados por Martí?

Autor:

Enrique Ubieta Gómez

¿Rescatar a Martí? La pregunta no es ingenua. Aunque cayó en 1895, de cara al sol, su vida y su obra, que son una las dos, inauguran el siglo XX cubano, el del imperialismo, al que enfrentó en sus primeros pasos de forma no tan oculta. Rescatar a Martí y su «programa ultrademocrático» fue la consigna de los revolucionarios cubanos de la tercera década del siglo pasado —Mella, Villena, Marinello— que irrumpieron en 1923, con la Protesta de los Trece y la fundación en 1925 del primer Partido Comunista.  En la década de los 50 fue rescatado por la generación que celebraría su centenario en pie de lucha. Fidel lo expresó de forma vehemente en el juicio del Moncada:

«Parecía que el Apóstol iba a morir en el año de su centenario, que su memoria se extinguiría para siempre, ¡tanta era la afrenta! Pero vive, no ha muerto, su pueblo es rebelde, su pueblo es digno, su pueblo es fiel a su recuerdo; hay cubanos que han caído defendiendo sus doctrinas, hay jóvenes que en magnífico desagravio vinieron a morir junto a su tumba, a darle su sangre y su vida para que él siga viviendo en el alma de la patria. ¡Cuba, qué sería de ti si hubieras dejado morir a tu Apóstol!».

Pero la pregunta podría invertirse: ¿será que somos nosotros, en cada ocasión, los rescatados por Martí? En 1995, cuando la neblina histórica ocultaba el horizonte socialista de justicia social e independencia, Martí se alzó para despejarlo. Puntualmente llegaba otro centenario suyo… para que lo rescatáramos, o para ser rescatados por él. Así lo enunciaba Cintio Vitier, poeta y pensador católico:

«La costumbre de leerlo, el hábito de citarlo, nos ha alejado de lo supuesto de una obra que no estuvo ni quiso estar separada un segundo ni un milímetro, no obstante su impulso siempre trascendente, de la vida corriente y circundante. La política fue para él un asunto del alma. (…) Es por eso que, cuando arrecian los problemas concretos de los hombres y mujeres de carne y hueso que nos rodean, forman nuestra atmósfera vital y en cierto sentido nos constituyen, podemos acudir a Martí (…)».

Los marxistas y, en general, los revolucionarios cubanos, a lo largo del siglo XX e inicios del XXI, habían acudido a Martí. La más reciente Constitución socialista lo proclamaba como una de las fuentes esenciales de su ideología (en la que Fidel, martiano y marxista, es puente y síntesis, porque Marx y Lenin también son nuestros, como mismo Martí es patrimonio de la Humanidad). Así que resulta insólita la dicotomía que cada cierto tiempo se renueva: no es posible prescindir de Marx, ¡ni siquiera para entender a Martí!; pero tampoco Martí puede ser tratado como un pensador que el marxismo supera. Su legado también sirve para entender a Marx.

Martí nos salva de la «positivización» del marxismo, de la razón ciega y sorda, insensible para detectar los latidos de lo posible naciente —que algunos ingenuos llaman «lo imposible» —, para auscultar la posibilidad invisible pero real. Naturaliza el salto sobre el abismo como tradición nacional: en Céspedes («aún quedamos 12 hombres, basta para hacer la independencia de Cuba»), en Maceo (y su Protesta de Baraguá) y en Fidel (el «ahora sí ganamos la guerra» de Cinco Palmas).

Martí, que conoció como nadie en lengua española los avances científicos de su época, nos cura de la soberbia cientificista. La imagen poética ilumina en su obra los caminos de la ciencia. En ella se realza un costado fundamental de la de Marx: las ciencias de la sociedad tienen como finalidad primera no el conocimiento abstracto, sino la transformación de lo existente. Ambos creen que la verdad social o es útil para la justicia y la dignificación humanas, o es falsa.

En Martí y en Fidel se da la continuidad de la lucha contra la opresión que transita de formas coloniales a neocoloniales, y que, ya en vida del primero, empieza a conformarse como imperialista. Rescatar o ser rescatados por Martí, Marx o Fidel, es también asumir una posición ética: echar nuestra suerte con «los pobres de la Tierra». A 170 años del natalicio de Martí, no es posible prescindir de esa tríada esencial: somos fidelistas, porque somos martianos y marxistas.

 

Momento Supremo

 

 

Escondido en una foto

nos sonríe tu papá:

La Habana, Mil ochocientos

setenta y nueve. Quizás

por la mente del fotógrafo

solo pasa su jornal

y no este niño con padre

ni esta imagen sin mamá:

no se imagina que el mundo

quedaba entonces detrás.

Escondido en esta foto

nos sonríe tu papá.

¿Quién sabe si nos susurra

palabras de libertad?

«¿Valdrá la pena ―pregunta

José Martí― renunciar

a este momento supremo,

a este minuto de paz?

¿Debe subir la montaña

Ismael, siguiendo a Abraham?

¿Valdrá la pena estar lejos

cuando aprenda a caminar?».

Como un padre que quisiera

prometer que no se irá,

«¿Valdrá la pena?» ―pregunta

José Martí a los demás,

con la única sonrisa

que legó a la eternidad.

 

 

Yamil Díaz Gómez

(Escritor, editor, periodista y profesor)

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