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Una mirada crítica a la Televisión

La Televisión Cubana ha evolucionado, sin embargo, todavía persisten modos de hacer que le restan frescura, originalidad, y por lo tanto, eficacia

Autor:

Randol Peresalas

Se sabe que uno de los medios de comunicación más influyentes de esta época es sin duda la televisión. Su alcance masivo la convierte en referencia ineludible; en pantalla de la vida pública, de sus intereses y expectativas. Es por ello que insistimos tanto en cuidar su imagen, en mejorar su visualidad y la calidad de sus mensajes; porque a través de sus espacios se conforma, en gran medida, la cultura del ciudadano. Cada vez quedan más en desuso aquellos conceptos que la comparaban con un monstruo manipulador de sentimientos ajenos: hoy en día se tiene la certeza de que la televisión puede llegar a movilizar al espectador tanto como se lo proponga.

Hace poco un lector nos escribió, motivado por una serie dramatizada —la cual creyó un policiaco— que, según sus palabras, no cumplía a cabalidad con los códigos del diseño gráfico en su presentación. Alejandro de la Torre Chávez, tal es su nombre, refiere que «la incoherencia de la forma y el color en algunos textos, por ejemplo, es un error bastante común cuando no se valora su significación». Acto seguido nos comenta: «El puntaje de la letra usada en el título, está en total desproporción con la estética que supone un material de ese corte. Esa tipografía, además, presenta rasgos curvos y gestuales en su estructura que aluden a una caligrafía hecha con trazos al descuido, formando parte del grupo de fuentes que en este caso específico transmiten infancia, desenfado, ingenuidad, comicidad, etcétera.».

El señalamiento de Alejandro se circunscribe a la serie en cuestión, pero sus argumentos son válidos para cualquier producto que desconozca tales reglas. La Televisión Cubana no es la misma de hace 20 años. Ni siquiera se parece, en cuanto a imagen y ritmo, a la de finales de los 90. Sin embargo, todavía persisten modos de asumir su condición —o sea, de industria que entretiene y fomenta la cultura— que le restan frescor, ingenio y, por lo tanto, eficacia. Es cierto que proliferan espacios donde se advierte la preocupación por tener presentaciones novedosas, inteligentes; mas no es lo común. Pasando revista a la programación nocturna, pongamos por caso, se descubren aún demasiadas improvisaciones, muñecos armados a última hora que no hallan justificación ni siquiera en la inmediatez del medio.

La televisión, como todo arte, necesita un tiempo extra, un período en el cual las ideas se digieran y se definan mejor. Pero, además, sus programas tienen una doble cualidad: comunican y agradan. Si las dos vienen juntas, la televisión es buena; si no, es mala. Es una cuestión de presencia, de fachada que llame la atención e invite a pasar. Para ello, la funcionalidad del diseño gráfico debe estar garantizada.

En la actualidad, numerosos canales del mundo muestran una tendencia, en ese sentido, muy próxima al facilismo. Son habituales las tipografías rimbombantes, coloridas, englobadas por los especialistas en el término «miscelánea» —nada despectivo, por cierto—, que viene en consonancia con un marcado interés publicitario, pero que nos dejan un elemento positivo: dinamismo. Incluso, televisoras como CNN, Televisión Española o Telesur, cada una en sus líneas particulares, asimilan este factor sin que mengüe la sobriedad, la elegancia comunicativa.

Uno de los problemas que más acusa nuestra televisión es la falta de identidad de muchos de sus espacios habituales, así como también de sus canales nacionales y territoriales. Si bien últimamente esta situación se ha revertido considerablemente —ahí está el ejemplo del Educativo—, lo que se hace notar en el estudio previo y en su puesta en práctica, no es menos cierto que la mayoría de los espacios muestran incongruencias en el diseño global de los mismos. En otras palabras: el hecho de que aún la televisión no resulte singular, autosuficiente y rigurosa, conlleva a que el televidente sea incapaz, por ejemplo, de asociar la infografía del programa con el canal que lo transmite. Eso no ayuda en el empeño por concebir una propuesta estéticamente más acabada.

La calidad de las presentaciones de algunos espacios es otro punto polémico. Bastaría con mencionar las realizadas a las películas del sábado (incluida la de la medianoche), pero hay casos más alarmantes: ¿a qué criterios estéticos responden los retrocesos observados recientemente en Hablemos de salud y Este día? Ambos contaban con portadas mucho más brillantes y funcionales. Ahora entraron en el mismo saco.

Para analizar a fondo este asunto, sería preciso tener en cuenta qué tipo de televisión queremos, cuáles son nuestros intereses reales en relación con el público. No son pocos los proyectos que demuestran solidez en ese aspecto, que se inquietan por presentar mensajes más elaborados; mas no son suficientes. La solución está en el análisis, en lograr un espíritu de confrontación donde los gustos personales no se impongan. Las reflexiones deben tener una base comunicacional y estética, sin que una reste a la otra. Ese refrán que dice «Vístanme despacio, que estoy de prisa» viene como anillo al dedo a nuestra industria. Porque en el detenimiento, en la profundidad de los juicios está el éxito. No veo otra salida.

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