Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Novela del argentino Carlos Tobal a partir del sábado en La Habana

Morir en París será presentada en la sala Alejo Carpentier, de La Cabaña, en la Feria del Libro

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Foto: Roberto Suárez «¿Qué cosas soñaban los argentinos antes del proceso militar? El clima previo a la hecatombe. Una narración apasionante, íntima, atraviesa secretos de un siglo trágico en Argentina, nunca antes contados así». De ese modo se invita al lector, desde la solapa de la cubierta, a descubrir lo que encierra la novela Morir en París, del abogado devenido escritor Carlos Tobal, título que será presentado el próximo sábado, a las 4:00 p.m., en la sala Alejo Carpentier del complejo Morro-Cabaña, como parte de la XVI Feria Internacional del Libro.

«Es un diario de prisión escrito por un estudiante en la cárcel, durante la dictadura del general Onganía. Los hechos se narran a partir de 1969. Los presos de entonces eran aquellos que estaban esperando la llegada de la guerrilla del Che a Argentina. El Che era su esperanza concreta. Después de su asesinato, comienza en mi país otro tipo de resistencia. La dictadura de Onganía era de cierto modo una “dictablanda”, en comparación con lo que sobrevino después de 1976, pero era la antesala de lo que iba a ser: personas asesinadas y lanzadas desde los aviones al Río de la Plata. La mayoría de esos presos corrieron esa suerte.

«Bueno, pues la novela muestra el mundo interior, la experiencia íntima de esos luchadores, y a su vez cuenta dos o tres historias que se van cruzando. Inicia en París, 30 años después de esos sucesos, en momentos en que el protagonista va en busca de su novia al lugar donde están los antiguos exiliados, esos que fueron quedándose y no volvieron, y se fueron muriendo en la nostalgia. Son los últimos días del amor del preso, porque su novia está muriendo. En el camino, el hombre, ya mayor, va haciendo una relación absurda entre la añoranza por el padre muerto abruptamente y la muerte del Che, y se pregunta constantemente dónde estuvo el error, qué debía haber cambiado».

Para Carlos Tobal esta historia de los presos, la experiencia en el hueco de la prisión, se vuelve a reeditar hoy con los Cinco, «estos hombres inmensos encerrados en la libertad de la falta de libertad, entre los hierros de las rejas. Y es que como decía Martí, una idea puede ser más fuerte que un ejército, si es justa».

—¿En qué momento se empezó a relacionar con la causa de los Cinco?

—Formo parte de la Multisectorial de Solidaridad con Cuba. Para nosotros, Cuba es el sueño de adolescencia, de juventud. Para nosotros, Cuba es parte de esa sola Patria que soñaba Bolívar, el país al que le ofrecimos lo más grande que tenemos: el Che, el hermano que asesinaron cuando volvía, pero que no murió. Por ello, la lucha por la liberación de los Cinco también es nuestra. Como se ha levantado un muro de silencio alrededor de estos hombres y los medios de prensa callan, pues la gente no entiende y eso dificulta el apoyo.

«Entonces, creamos el Tribunal de pensamiento, donde convidamos a participar a las figuras más representativas de las ciencias, el derecho, la literatura, las artes..., que de cierta manera rompió esa mordaza ideológica, gracias a lo cual se empezó a comprender la legitimidad de la lucha de estos prisioneros de Estados Unidos. Este tribunal de ideas fue como una piedra que removimos en el camino».

—¿Cuánto hay en Morir en París de autobiográfico?

—Un 95 por ciento. Hay ciertos aspectos de tiempo que están cambiados para lograr riqueza dramática. La ficción me llevó a descubrir la historia verdadera. La novela reniega esa división entre ficción y realidad. Hay un juego constante de ruptura de los tiempos, de la linealidad del pensamiento. Son capítulos cortos que se van interconectando por grados de intensidad. En el momento más intenso se va a otra época, que no es necesariamente la que continúa, sino que se conecta en la memoria a través de una palabra, de una asociación. Eso sí, siempre está el Che.

«Mira qué casualidad, nosotros fundamos una organización estudiantil llamada Juventud Rebelde. Y ahora recuerdo cuando Fidel viajó a la Argentina en 1959. Los “gorilas” pensaban que iba a ser el nuevo Pedro Eugenio Aramburu, impulsor de la democracia burguesa pronorteamericana. Bueno, por suerte, no fue así. Ese fue el momento en que el movimiento estudiantil renovó la lucha por la Reforma Universitaria. Onganía lo primero que hizo fue invadir la universidad que era como una isla democrática independiente. Una noche, llamada la Noche de los bastones largos, llegó a la Facultad de Ciencias Exactas y atacó a científicos y estudiantes. Ese fue el preludio de lo que sería la Noche de los lápices, cuando la dictadura de 1976 secuestró a estudiantes y empezó a asesinarlos».

—¿Y cómo el abogado se convirtió en escritor?

—En tiempos de la dictadura, defendía obreros. Fue cuando empezaron a secuestrar a todos mis compañeros. Entonces, en el momento justo, me tuve que marchar al exilio, donde perdí la profesión de abogado. Y no sabía, además, cuándo podía volver. En la soledad, leyendo a Neruda en voz alta, me percaté de que había una diferencia entre la lectura en voz alta y la lectura en voz baja, y que en ese interludio estaba la literatura. Empecé a escribir para matar la angustia interior, porque estaban muriendo mis compañeros y yo me hallaba fuera del país. Los buscaba en medio de las palabras. Fui descubriendo lo que quería escribir, a partir de escribirlo. Era una muestra de añoranza, una manera de volver a la lucha.

—Ahora que ya no está la dictadura, se suponía que llegaría el descanso, pero usted no deja de mencionar la palabra lucha...

—Es que es una democracia meramente formal la que tenemos. El pueblo está sufriendo indigencia, el auge económico es solo para los sectores dominantes. Hay una apertura con relación al rescate de los derechos humanos, pero siempre en función del pasado, no pensando en los chicos que hoy mueren de hambre. En Buenos Aires, uno camina por la calle y encuentra a muchas personas durmiendo en cajas de cartón y comiendo basura. Así que es una democracia entre comillas. Hay representación, pero los representantes solo defienden sus propios intereses o los del imperialismo.

—¿Qué ve de común entre el tango y los argentinos, cuyas familias están marcadas por los secuestros, los asesinatos o las miserias?

—El tango nació en la cárcel, y en la cárcel estaban solo los pobres, su lenguaje era una especie de dialecto para poder comunicarse entre ellos. El tango es la música, el chanfle, la mirada torcida..., y hay una cosa más interesante: la ironía. La ironía como la defensa del derrotado, de aquel que piensa que en cualquier momento va a revertir la situación.

«Hay en nuestro lenguaje una forma de hablar rebelde, que nace del lunfardo, que surge del punto de vista del tango. En fin, pienso que el humor irónico de los argentinos es muy parecido al de los judíos durante el holocausto. El problema es que el sistema los absorbe, para su conveniencia, todo lo que se interponga en su camino.

«De hecho, el tango se volvió comercial, y eso neutralizó la parte contestataria. En un principio era despreciado, pero fue acogido por las clases dominantes después que conquistó París. Pero ese no es el autóctono, sino que es de importación. Lo mismo pasa con la literatura en Argentina, fíjate que grandes escritores tuvieron primero que triunfar en Casa de las Américas para que fueran reconocidos en su tierra: Cortázar, Osvaldo Soriano... Llegaron a Argentina vía Cuba. Es algo insólito, como si lo foráneo tuviera más valor.

«Bueno, eso pasa. Nosotros importamos hasta los sueños. Hay algo que también sucede, y que no ocurre en Chile, por ejemplo, y es que no olvidamos la historia, la historia de los desaparecidos no se tapona. Cuando venía en el avión me encontré con unos compañeritos chilenos que no sabían nada de la época de Allende, como si fueran japoneses visitando la historia. Lo que sucede es que en Argentina el sentimiento de los desaparecidos está en el pueblo».

—¿Por qué presentar el libro en Cuba?

—El lector cubano es de una inteligencia y un nivel cultural distintos. Los argentinos diríamos: es el sueño del pibe, porque Cuba es como la encarnación de nuestros amores, de nuestras luchas. Fidel y el Che son nuestra estrella y Cuba nos hace soñar con la posibilidad de un hombre nuevo, con la solidaridad como principio.

—¿Alguna clave para leer Morir en París?

—Lo mejor es leerla. Nunca es lo mismo la palabra hablada que escrita, salvo si el orador es Fidel. Pero él es incomparable. Los simples mortales tenemos que luchar con la palabra escrita para buscar la poesía narrativa. Eso es lo que intento hacer yo.

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