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La honestidad nos salvará

El destacado cantautor cubano Amaury Pérez confiesa a JR que ha hecho lo que creyó que debía hacer en cada momento, lo que le dictó el compromiso que tiene con su país

Autor:

Rufo Caballero

Amaury Pérez ha sido siempre un insolente. No puede imaginarse su obra, su vida, su persona, si no es a expensas de la audacia. Amaury ha sido un provocador impenitente, pero su trabajo tiene hoy la espesura de un clásico vivo, porque esa ruptura constante ha dispuesto de un sentido fundamental: su obra se comporta como un despeñadero hacia la belleza y la ansiedad moral de la verdad.

Ha precipitado hermosas canciones, donde anidan algunas de las mayores emociones del cubano en las últimas décadas. La emoción honesta y valiente preside el canto de Amaury Pérez. En los contenidos de su música se aprecia la voluntad por ensanchar la comprensión social hacia sujetos o fenómenos peculiares, diferentes. En Amor difícil desafiaba la intransigencia de la gente que va por la vida cuestionando a los demás a partir de índices superficiales, o tontos. En Encuentros narraba las evidencias del asesinato emocional entre los sexos, cuando uno, no tan «débil», utiliza o manipula despiadadamente al otro. En Canción del ángel entregaba el testimonio de un alumbramiento en la madrugada, cuando un ángel desvalido se aproximaba a la ventana del cantor. En Vuela pena compartía un sentimiento de solidaridad raigal con el curso más dramático de la época. Y siempre con belleza; nunca desde el panfleto o la llaneza carente de ingenio.

Entre los cantautores cubanos, posiblemente sea Amaury el de mayor destreza musical para, a partir de difíciles poemas, hacer canciones creíbles y disfrutables. Su trabajo con nuestros Cy Dulce María Loynaz son emblemáticos. Siempre ha roto esquemas musicales y culturales. Visto desde hoy, sería un precursor de la fusión. Demostró temprano que trova y rock no tenían que suponer mundos excluyentes. Hizo mucho porque no se despreciara a la llamada «canción de consumo», y de hecho, acercó a varias de sus intérpretes a otro tipo de composición musical.

Hombre inteligente al fin, no le teme a la voz del Otro; más bien la espera, la necesita. Nuestra amistad se ha afincado justo en medio de un debate. Un tipo que, después de polemizar puntualmente con decenas de tus criterios, sea capaz de escribirte que «Soy tu amigo», tiene la bola. Ese tipo triste y gris, que anda solo (para mezclar una canción suya y otra de Sabina) tiene la bola.

—Siempre has dispuesto el olfato —además del oído— a la comprensión del latido musical de cada momento, sin exclusiones extemporáneas, sin autoritarismos segregadores. ¿Qué piensas ahora del reguetón?

—De inicio, agradezco tus comentarios, nada frecuentes; eres muy generoso y los acepto con humildad, porque como casi todos saben, estoy más preparado para la descalificación que para el homenaje. Dicho esto, paso a contestarte: Cuando en la radio le hicieron una pregunta semejante a Carlos Alfonso, director de Síntesis, con la agudeza y la locuacidad que lo caracterizan, respondió: «Estoy en contra de cualquier forma de terrorismo»; así que, sin más, suscribo el punto de vista del amigo.

«Hace poco leí una sentencia de Billy Joel que rezaba: “Si el futuro del rock es el rap y el reguetón, el rock no tiene futuro”. Resulta drástico y terminante, pero no deja de tener razón; y al citarlo y compartirlo corro el riesgo de ser nuevamente crucificado. No me importa: esas son las ventajas de haber vivido mucho. ¡Algunas tenía que tener!».

—En ciertas ocasiones he escuchado, y hasta he dicho yo mismo, que en la frivolidad pueden encontrarse algunos valores culturales. ¿Suscribes esa idea, o te asusta?

—Según el Larousse, lo frívolo es sinónimo de fútil, ligero, superficial, pueril y anodino. Si nos atenemos al diccionario, cualquier defensa que pudiera hacer de la frivolidad me haría quedar en ridículo. Ya me imagino a muchos diciendo: ¡Rufo le tendió una trampa ingeniosa, y el incauto cayó!

«Pero aquí en el patio, y que me perdone el Larousse, la frivolidad adquiere otra resonancia, y nos juzgan como frívolos cuando le damos importancia al vestuario con que nos presentamos, al maquillaje, al cuidado de la imagen, o a los escenarios donde nos presentamos, al color del pelo y hasta a alguna lentejuela que se asoma seductora por detrás del mensaje. Nadie que se respete se atrevería a decir que Barbra Streisand o Rosita Fornés son ejemplos de frivolidad. ¿Cuántas veces he sido acusado yo de frívolo? No lo recuerdo, pero son muchas. Te confieso un secreto: cada vez que lo hacen, escribo una canción y, como dice Silvio, la doy».

—Veinte años atrás, se discutía en estas mismas páginas el tema de un arete que colgabas de tu oreja. ¿Te lo sigues poniendo?

—Hace años que no tengo el arete. Me lo puse cuando no estaba de moda entre nosotros (ya sabes que soy un provocador, y que me encanta). Aguanté los tiros que venían no solo de las páginas de JR, sino de múltiples rincones de la opinión pública. Cuando se convirtió en un artículo de uso común, dejó de interesarme, y me lo quité: se lo regalé a mi sobrina Jessica, cuando cumplió 15 años. Te aseguro que la dorada prenda se ve mejor en su oreja que en la mía.

—¿Para qué hace canciones Amaury Pérez?

—Fui un adolescente desangelado y feo, eso me decían (creo, modestamente, mirándome en el espejo, que algunas cosas mejoran con los años). Entonces, cuando comencé a hacer canciones, con 15 diciembres, el propósito era que mis compañeros de curso y mi familia me quisieran un poquito más, y posaran sus ojos en mí. Ahora, cuando la terquedad me impide refugiarme en lo hecho, e insisto en construir mejores versos con melodía, y dedico esfuerzos sobrehumanos a la literatura, vieja vocación relegada por años, me pregunto: ¿No estaré haciendo todo esto para que mis antiguos camaradas y parientes no dejen de quererme?

—¿Sigues siendo un intérprete popular? ¿Te preocupa eso? Ahora da la impresión de que rumias mucho más cada paso artístico, la distancia entre un disco y otro, etc. ¿Cómo le llamamos a este proceso? ¿La paz de la madurez?

—Perdón; al contrario, Rufo, nunca fui un cantante popular. Desde que hice mis primeras canciones, sabía y asumí que no sería así. Mis padres me recriminaban por la cantidad de imágenes y metáforas que utilizaba en las canciones, y presintieron que rondaría para siempre la periferia del gusto multitudinario. No me preocupó entonces, ni me preocupa hoy: hice y hago las canciones como sé, no más.

«En cuanto a lo que llamas madurez, te comentaré que, aunque de nuevo pareciera lo contrario, siempre medité cada paso milimétricamente. Para vivir no soy organizado ni pragmático, pero en el trabajo sí. Lo importante es no desfallecer, creer en la utilidad de lo que se hace. La fama y la popularidad, como al polvo, se las lleva el viento».

—Algunos cantautores gozan mucho el tema de que sus canciones, presuntamente, pueden ser interpretadas solo por ellos mismos, pues en otras voces pierden el sentimiento, la saudade, el mood de fondo. A ti, que has sido interpretado por todo el mundo, de Omara Portuondo a Miriam Ramos, de Carlos Varela a Rochy, ¿te producen alergia las versiones de los demás? ¿Ellos atrofian tus canciones? ¿Esa desconfianza no esconde una pose megalómana?

—Sencillamente, me fascinan las versiones que se hacen de mis temas; me gustan todas, sin distinción, y las agradezco. Las canciones no son eternas si no se revitalizan, si no adquieren otros bordes, otras transparencias, otras reverberaciones.

«El compositor que no esté de acuerdo conmigo está rematadamente loco. En cuanto a esto, así soy de categórico. He tenido suerte, y decenas de intérpretes, de aquí y de allá, han sembrado mis canciones en sus repertorios de discos y conciertos. No hay satisfacción mayor que adivinar nuestra propia voz en las de los demás».

—Hay quienes opinan que tu colega X Alfonso es un buen realizador de videos solo cuando se ocupa de su propio universo. Sin embargo, te confieso que me gustó mucho el clip Baila conmigo, para ti. ¿Crees que X entendió tu mundo?

—X Alfonso forma parte de mi mundo desde que nació. Pero en general, él puede entender muchos otros universos sin dejarse contaminar. Es arrojado y tiene una estética audiovisual personalísima, aunque adaptable a las circunstancias. Creo que mi trabajo encontró en él acomodo y altura; es una lástima que criterios mediocres y sectarios sacaran del aire el video clip Baila conmigo después de un par de pasadas. Es un buen trabajo, y valía exposición. Qué se le va a hacer.

—Me temo que eso no es muy exacto. En Lucas lo pasamos cada vez que queremos.

—Mejor. En cualquier caso, repetiría gustoso mi experiencia con Equis. Estoy esperando el momento.

—Amaury, sé que la suerte de tu arte es inseparable del destino de tu país, de tu cultura. Sé que te gusta pensar el recorrido histórico de Cuba, su hora actual. Me gustaría preguntarte: ¿Te convence la dinámica que ensayamos entre el cambio de todo lo cambiable, y la permanencia de todo cuanto merece quedarse?

—Yo no soy un reformista, pero los retos que enfrenta la Patria son inmensos. Siendo honesto, le temo a las medias tintas: ¿Qué es lo salvable y qué no?, esa es una pregunta que me hago cada vez que se toca el tema del futuro de Cuba en mi presencia. Hay una especie de complacencia o resignación cuando repetimos como papagayos que hicimos cosas bien y cosas mal, cuando nombramos los logros como un credo, de memoria, sin interiorizar las interrogantes.

«¿Qué es lo bueno y qué lo malo?, si preguntas en la calle obtendrás, aparte de los tópicos aprendidos y a veces manipulados sin pudor, cientos de respuestas.

«Una revolución verdadera, y estoy convencido de que la nuestra lo es, tira todo abajo, y lo vuelve a levantar cuantas veces sea necesario. Si continuamos remendando, nunca seremos buenos diseñadores de calzado».

—Hablando de tirar y de lanzar, también he escuchado que, como Silvio, eres un «necio», y pudieran arrastrarte mañana. ¿Qué dirías a las amenazas?

—Jamás le temí a otra cosa que no fuera a mi conciencia.He hecho lo que creí que debía hacer en cada momento, lo que me dictó el compromiso que tengo con mi país, lo que sentí. No tengo tiempo, ni lo quiero, para arrepentimientos ni veleidades.

«Supe desde muy temprano qué y quiénes merecían mis lealtades; eso no lo voy a cambiar, y menos ahora.

«Te puedo asegurar algo: no será fácil arrastrarme, entre otras cosas porque peso 200 libras; haría falta mucha gente. Además, soy de Boyeros, y los de Boyeros, que te lo digan por ahí, no permitimos que se nos arrastre (Risas)».

—No puede escamotearse la evidencia de que la escena de la canción inteligente es hoy particularmente difícil. Cuando muchos proclaman la necesidad de la distensión (la «desconexión») en un mundo de agonía social, raramente la canción puede conservar la tendencia al «ladrillo» o al tropo cargante (la metáfora densa, el símbolo abierto), pero, al mismo tiempo, la gente inteligente y los cantores honestos no pueden renunciar al goce de la belleza y al placer de decir las cosas con cierta elaboración. ¿Cómo se las ingenia la canción inteligente para sobrevivir en un mundo de descreimiento?

—No puedo hablar de toda la «canción inteligente», porque el término resulta engañoso: ¿inteligente para qué?; ¿para amasar fortunas, enajenar, promover la conformidad, el acriticismo, la inmovilidad, la decadencia? También para eso hay que ser inteligente; por algo la industria del espectáculo y los medios de comunicación brindan hoy tantas oportunidades a la banalidad y la anticultura, porque la supervivencia del modelo colonial depende, en buena medida, de la posición conformista con que «la masa» recibe, desecha e, inconscientemente, recicla el «nuevo producto» que llamamos «la canción para desconectar». Eso lo hicieron con mucho seso, y los compositores que se dedican a ello participan, también inteligentemente, del festín, y con una voracidad que conmueve...

«Pero puedo inferir, tratándose de ti, que te refieres a la canción inconforme, la que promueve y propone cultura, guerra a la esterilidad, la que mueve neuronas e incita a la reflexión y a la confrontación de las ideas, la que hurga en la belleza desde el forro donde sabemos que no es fácilmente advertible, la que se esfuerza en desatar el lenguaje, el compromiso.

«Esa canción vive en el alma de muchos y es reclamada, cuando no exigida. Ahí están los conciertos de Sabina, Serrat, Cortez, seguidos por multitudes; por no hablar del patio, donde Silvio, Pablo, Carlos Varela, X Alfonso, Polito, Santiago y Liuba, por citar algunos ejemplos, casi al azar, de las viejas y las nuevas generaciones, son la prueba evidente de lo que afirmo.

«La honestidad, Rufo, así de sencillo: la honestidad nos salvó, y nos salvará».

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