Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Otras películas: la misma ética y tantas estéticas

Autor:

Rufo Caballero

De izquierda a derecha: cartel de la magnífica película china La boda de Tuya; fotograma del largometraje inglés Lejos de ella, así como del filme venezolano Miranda regresa. En la primera película del argentino Ariel Rotter, Solo por hoy, la pereza del tiempo era compensada por un enorme interés dramático, cuando se contaba la vida de un grupo de jóvenes que, en la trama de la ciudad, apenas si tenían sus ilusiones. Pero en El otro, da la impresión de que Rotter se hace a la moda del nuevo-nuevo cine argentino: A cualquier precio, no narrar, o narrar poco, o bajar el nivel de dramatización de la historia hasta niveles que regalan el espectador a los brazos de Morfeo.

El filme está rodado con profesionalidad, está bien dirigido, pero conduce a ninguna parte: «cuenta» las digresiones y percepciones fragmentadas de un hombre que, cuando reconoce la inminencia de la paternidad, se abandona a vivir, durante unas horas, otras vidas posibles, otras identidades. Pero esas percepciones quedan como superfluidades del otro extremo: si hasta ayer el paradigma aristotélico de un Hollywood galopante y estándar llevó al hartazgo a los cineastas personales y ávidos de un cine distinto, ya hoy cansa el hecho de que cada realizador argentino, y no solo argentino, desee tener su extenuante Ciénaga. No es un cine esencial ni consistente el que anima una propuesta como El otro, pose dañada además por el tono displicente, excesivamente irónico y perdona-vidas del actor Julio Chávez, en una cuerda que no creo era la debida para el protagonista.

Todo lo contrario sucede con Miranda regresa, el filme venezolano dirigido por Luis Alberto Lamata (Jericó, Desnudo con naranjas). Al margen de la descomunal interpretación de su actor primero —estrella que proviene de las telenovelas y que alcanza aquí toda la densidad requerida por un personaje como Francisco de Miranda—, Miranda regresa posee una extraordinaria puesta en escena de principio a fin. El rigor de Lamata con la puesta llega a niveles francamente excepcionales en esta película, que a más de relatar los avatares del personaje histórico, con sus mil matices y valores, alcanza a pensar la clase de los utopistas, de los redentores, de los «soldados del mundo», como se dice alguna vez en el filme. Contracorriente en un momento de claudicaciones, Miranda... es un hermoso exponente de cine político, con una poderosa secuencia final, a recordar durante mucho tiempo: Miranda naufraga, junto a sus libros, en una endeble embarcación. Crusoe impenitente, defensor de la ilusión de libertad para su Venezuela y toda la América, el personaje es emancipado por el discurso, en los últimos minutos del metraje.

Hablando de tiempo, la película (nacida originalmente como una serie para televisión) se resiente por la desigual compresión, donde, además de la largueza resultante, saltan ciertos ripios narrativos, como las peripecias relacionadas con la vida personal de Miranda, su hijo, etc. Evidentemente, esa arista de la historia es desestimada por la letra política del guión, entre otros problemas menores, pero, honestamente, con Miranda... estamos frente a uno de los notables acontecimientos estéticos y éticos del cine latinoamericano en mucho tiempo.

Ética y estética también se presuponen en el más reciente trabajo del estadounidense Brian de Palma, Redacted. Enternece ver cómo un veterano puede pasar por sobre los vicios y los acomodos a que conduce la gran industria (a los que no ha sido inmune ni el mismísimo Scorsese), por sobre los reclamos del glamour de los géneros y otros esquemas, para entregar, 20 años después de su última gran película (Los intocables), otra obra maravillosa y audaz, capaz de renovarlo como el considerable autor que es. De Redacted destaca no únicamente la honestidad y la valentía sobre los excesos fascistoides del ejército norteamericano en Iraq, la inteligencia con que se estudia la torcedura del poder en las condiciones límites de una guerra sorda, el riesgo con que De Palma remite las manifestaciones puntuales de esta hora a condiciones usuales en la nación gringa, sino también la frescura de la película en términos estéticos. Redacted combina de forma magistral recursos del documental, el falso documental, el reportaje, la ficción, el cine dentro del cine, etc., hasta entregar una pieza tan revolucionaria en su factura como en su coraje ético. Lo único a señalar: la explícita sucesión de fotos hacia el final, innecesaria y redundante, pues todo ese horror ya había quedado suficientemente claro en el metraje mismo de Redacted. Después de un fracaso como La dalia negra, donde De Palma parecía no tener mucho más que decir a propósito de los géneros, es inaudita la manera como el autor se sacude el marasmo de la gran industria y regala esta obra joven de pensamiento, vigorosa y personal.

No le sucede ni parecido al español Ventura Pons, en Barcelona (un mapa), filme fallido, decadente, mal ensamblado y peor pensado. Tal vez con el confinamiento de los personajes al interior de una sombría casa de arriendo, Ventura Pons trató de resolver en la ficción aquello que dicen, en el prefacio y el epílogo, los noticiarios del pasado: las sinuosidades en la psicología de hoy parten de la asfixia de los años franquistas. Es posible que por ahí ande la cosa, pero son muchos los problemas que aquejan al intento desventurado de Ventura: la torpeza del realizador para el manejo de las marcas temporales, la puerilidad de los flachazos como maneras de «graficar» un insalvable discurso verbalista, la inconsistencia de los personajes (como esa argentina insoportable, llena de frasecitas castigadoras y latiguillos del peor gusto), y la franca ridiculez de los parlamentos, tipo: Yo me hice cirujano para poder llegar al alma. Por favor. Mejor no digo una sola palabra más. A Pons le ocurre lo contrario que a De Palma: después de algunos filmes valiosos, ha vuelto a la retórica deslavazada y sin sentido.

Cine político, cine ético, cine que piensa tanto sus surcos como los de la vida a partir de la aventura: unas veces logrado, otras para nada. Nuevos ejemplos que aseguran la vigencia de aquel viejo precepto de la Estética: «La forma sanciona el contenido». Dicho de otro modo: en la superficie, está ya el fondo.

Cuatro notables películas

Como por demás sucede con buena parte de los festivales, entre algunas decepciones, tantos créditos que no dicen mucho, aparecen esas obras de excepción que conducen a los cinéfilos al cielo, y redimen al evento de las desigualdades.

Dos películas anglófonas, en registros muy distintos, han hecho las delicias de los espectadores más exigentes: Expiación (Gran Bretaña, Joe Wright) y Lejos de ella (Canadá, Sarah Polley). No son pocas las garantías de talento en el caso de la primera: una novela del gran Ian McEwan, una adaptación para cine del inteligente Chisthopher Hampton (Las amistades peligrosas), una Vanessa Redgrave para chuparse los dedos en los últimos diez minutos de película. Filme intenso, qué digo intenso, paroxístico, todos los rubros del lenguaje funcionan de maravilla en Expiación (actuaciones, dirección de arte, fotografía, edición), pero, por encima de la excepcional puesta en escena, incluso de la interesante estructura de continua movilidad en los tiempos del relato y la sorprendente dinámica entre realidad y ficción, destaca por la hondura y la emotividad de su ideología.

Expiación termina como una electrizante confesión acerca de la agonía de la culpa: comienza como juicio sobre las perversiones y las contradicciones de sentimientos en la infancia, y los efectos de un mal paso en la protagonista la estarán torturando hasta el último minuto de su vida, aun cuando alguna novela expiadora pretenda librarla del tormento. Lo menor que puede decirse de Expiación: un peliculón.

En una cuerda muy diferente, menos afrodisíaca, Lejos de ella es una película sobre la lealtad de los sentimientos, hasta en las condiciones más terribles. Un anciano, el verdadero protagonista de la historia, sufre los desvaríos mentales de su esposa, ante los que genera nuevos mecanismos de defensa, con tal de preservar, en la memoria y en la vida, un enorme amor. La película se resiente por una descripción de la enfermedad que parece más propia de un teleplay moralizante, y un cierto tono rosa en buena parte del metraje, pero la levanta la valentía y la belleza de su reflexión esencial. Para colmo de méritos, dos actrices en estado (crepuscular) de gracia: Julie Christie, añeja y expresiva, madura y sutil, con una poderosa caracterización, y Olympia Dukakis, brillante como el primer día. La escena en que la Dukakis ha llamado al esposo de la otra, para invitarle a una celebración, y, mientras espera ansiosa la respuesta, se debate entre varios sentimientos, poseída como está por la sensualidad, con todo y sus años, es sencillamente un alarde de interiorización y de complejidad actoral.

Magníficas actuaciones se encuentran también en la rumana Cuatro meses, tres semanas, dos días (Cristian Mungiu). Aunque siento que le sobra un poco de premios (por ejemplo, ese jueguito de suspense con las falsas pistas de la exposición es algo que no le va a un registro tan severamente dramático), se trata de una película adulta, dirigida con buen pulso, bien narrada por lo general, y con un interesante diseño de personajes. La joven de los tropiezos anecdóticos no es la real protagonista, sino la amiga, que debe cargar con la responsabilidad social del ocultamiento, en torno a un pecado para la sociedad rumana: el aborto.

Ahora, si tuviera que situar una gran película por estos días, no vacilaría en aplaudir La boda de Tuya (China, Wang Quan’an). Aquí hallamos otro tipo de conflicto, más animal y, por lo mismo, más humano: la lucha feroz por la supervivencia, en medio del frío, de la escasez de agua, del abandono geográfico, de la soledad y la penuria. En la misma medida del sacrificio, aparecen las expresiones humanas más agudas: la miseria y el egoísmo, la solidaridad, el aferramiento a la salvación de los hijos y de la familia. La boda de Tuya es una película bellísima, que se aboca a emociones profundas, muy serias, con una austeridad y una sobriedad de máxima inteligencia. La boda de Tuya (ya sé que el título no es oro, pero bueno, nada es perfecto) resulta una película ejemplar en cuanto a decir más con menos. La escena en que la madre sale a buscar desesperadamente a su niño, montada en un camello (no de los nuestros; en un camello literal), porque sobreviene una ola de frío mayúsculo, y al llegar, el niño le confiesa que se ha quedado para proteger a las ovejas de los lobos, es uno de los grandes momentos del cine contemporáneo. O sea, no se pierdan por nada del mundo La boda de Tuya; es de lo mejor que puede pasarnos ahora mismo.

Cuatro películas, cuatro latitudes, cuatro registros expresivos. La premisa multicultural continúa siendo el primer valor del certamen.

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