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Agustín Bejarano, el imaginador de mundos

Autor:

Toni Piñera

Constelaciones se titula la más reciente muestra que el artista presentó en la galería La Acacia, de la capital cubana 

El tiempo pasa y Agustín Bejarano sigue en carrera con él. En buena lid gana espacio en el arte cubano y contemporáneo con esa manera de crear, imaginativa y auténtica, en constante bullir experimental que desborda las miradas, incluso aquellas más conservadoras. Porque es un artista que encuentra lo que busca a fuerza de tesón y trabajo. La tregua, de ningún tipo, existe en su vocabulario personal. Ante nuestras retinas está el resultado de la laboriosidad: una obra que se mueve al compás de la vida.

Constelaciones se titula la más reciente muestra que el artista presentó en la galería La Acacia, donde exhibió lo último de su creación que va cruzando nuevos cauces. ¿Constelaciones?, le preguntamos y él responde: «El proyecto nació inducido por la necesidad de aproximación entre los hombres, un deseo de comunicación y entendimiento, aunque este solo quede en la fantasía del creador. No obstante, tanta claridad y convencimiento en el mejoramiento hace que evoque un diálogo reflexivo sobre la existencia, la vida, el amor y, por que no, las frustraciones... La vida me ha brindado la posibilidad de representar un hombre un tanto filosófico que dialoga con su insularidad, esa que lleva por dentro cada uno. Hurgar y entender esa isla interior quizá sea mi gran objetivo y reto».

Una amalgama de materiales se conjugan en esta obra: resina, madera y fibra de vidrio, textiles, pulpa de papel..., marcada por un amplio registro, traducido en la diversidad de soportes y sus formas. Y como dice el creador, «es evidente que me atrae realizar piezas que si bien no son tridimensionales del todo, coquetean con el volumen», algo que tiene antecedentes cercanos en las exposiciones Abismos (Museo Nacional de Bellas Artes) y Crepúsculo (Museo de Camagüey), y en otras intervenciones públicas, performances en espacios como el restaurante El templete, el Mesón de Don Cayetano y el Plan de la Calle que tuvo lugar en la 9na. Bienal de La Habana, por solo citar estos.

Para nadie es un secreto que las creaciones de Agustín Bejarano son unas de las más sobresalientes de estos tiempos. Su quehacer artístico se distingue por la transcendentalidad tanto en el plano de las formas como en el de las ideas. Y el centro de su propuesta plástica es muy contrario a lo anecdótico, pues de cada trabajo emergen realidades en situaciones, podríamos decir, límites que desatan numerosas incertidumbres en el espectador. En las piezas del artista reconocemos muchas características: una organización espacial que respira hacia lo tridimensional, una búsqueda en las oposiciones —color versus forma, abstracción versus figuración, realidad versus simbólico, texturas versus zonas planas. En ellas se manifiesta también un interés por las cualidades transformadoras de la expresión artística, sus propiedades y ambigüedades mágicas que fusionan la esfera terrenal y hasta celestial.

Al hablar de las tonalidades de su obra, sobre todo en Constelaciones, la paleta es conservadora, muy ajustada. El color es en desplazamiento, y comporta una gramática del espacio. La figura es constructiva pero en una ocasión tiene corporeidad tal, que introduce otra dimensión. Modelo en blanco, firme, fantasmal... Allí está integrada a la pintura. La figura es trabajada plásticamente. Y, en cuanto a la escena, puede estar despojada de elementos figurativos o estos ser llevados a su mínima presencia, dejando entonces al color y a la gestualidad del pincel la amplitud del trazo, las medidas irregulares de la cuadrícula, el rol protagónico. El formato es envolvente y establece un vínculo casi físico con el espectador.

El infinito se torna finito dentro de los círculos, los óvalos y rectángulos de este artista; y allí, en la hondura de muchos de sus cuadros, yace el afán de mirar el entorno, muy en específico el mar que nos rodea. Uno recorre con la vista los intrincados laberintos texturales de las superficies —a las que se van sumando nuevas materias que enriquecen el decir pictórico—, y luego se sumerge en la esencia de la obra: el hombre con su vida. «Ya desde hace más de tres años, en especial los formatos redondos, ovalados..., vienen siendo parte de mi labor, dijo el artista a JR. De ahí que la obra ha ido madurando hacia una cosmovisión sideral del hombre, pues para mí cada ser humano es un planeta, un universo, quizá sea por eso que en cada pieza aparece solo una figura humana, hilvanando sus intrínsecos diálogos con los objetos que le rodean a modo de pertenencia, incluyendo el rotundo espacio en derredor y su inseparable sombrero, que lo acompaña y protege».

En Bejarano, el valor de la materia no se dirige exclusivamente a provocar sensaciones físicas en el individuo, muy a diferencia de los llamados artistas matéricos; en él cada sustancia extendida sobre la superficie del lienzo posee vida, es como un organismo animado que dialoga con su conciencia, y le sirve para expresar una suerte de alerta delante de los ojos.

Mucho antes de que las definiciones aceptables del arte se basaran en una retórica académica, hombres y mujeres crearon un imaginario que funcionaba por medio de símbolos y trascendía lo material. Agustín Bejarano se aproxima a su arte con la correspondiente intuición. Obviamente, un excelente creador, con un total dominio sobre el medio que maneja, es capaz de utilizar el arte para trascender sus definiciones corrientes y abordar un universo de naturaleza propia. Sus trabajos —bidimensionales o con volumen— pueden conjurar objetos y el hombre, en diferentes etapas de transformación y ligarlos a todo aquello que se mueve a nuestro alrededor. Es que él tiene la necesidad de organizar, de nombrar desde el mirar imaginario, que es esa zona pictórica entre lo abstracto y lo figurativo. Su dualidad es conceptual, temporal, espacial y del ser. Como un hechicero, él invoca el silencio que nos rodea para entregar una obra que lleva en sí toda la carga del tiempo.

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