Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Palabras que van y vienen

Autor:

Juventud Rebelde

Soy pinareña, más bien, pinareñísima, y lo proclamo, a despecho de los mil y un cuentos que andan por ahí. Allá, en mi pueblo, había una pobre loca, a la que todos conocíamos por Chacha. Era uno de esos seres sin nombre, sin apellidos, sin edad. Hablaba en tercera persona. Le preguntábamos cómo se sentía, para oírla responder invariablemente: «Ella está muerta pará, al interperio de la vida». Los jóvenes sonreíamos burlones de su ignorancia, no nos deteníamos a pensar en la tanta poesía escondida entre aquellas palabras; nunca la consolamos —consolar es estar junto a quien se siente solo—; nadie le habló de que, si bien es cierto: a veces un mal viento nos derriba, y la lluvia golpea contra nuestras ventanas; siempre la tormenta amaina, la lluvia cesa, brilla de nuevo el sol.

En ocasiones me he sentido así, a la intemperie de la vida. Intemperie (con m) viene de tiempo, no de «tierpo». Creo que todos hemos experimentado en algún momento, esa terrible sensación de desamparo: la falta de una mano amiga.

Desde hace algún tiempo, cada vez que oigo o leo una entrevista, recuerdo a Chacha. Ahora casi todos hablan en tercera persona, igual que ella: «¿Cómo le fue a Fulana de Tal, en su gira?» La aludida contesta: «Fulana de Tal recibió una formidable acogida del público español».

Pero lo peor no es eso, sino que las respuestas comienzan generalmente con un verbo en infinitivo: «Contarte que Perencejo Díaz tuvo mucho éxito en su periplo por los países europeos».

Por cierto, se oía, hace unos años, algo alucinante: «Decirte quiero para que conocimientos lleves, y a equivocarte no vayas...».

El infinitivo es el nombre del verbo. Da lugar a lo que un gramático denominó giros binarios: Quiere estudiar, sabes jugar, puedo llegar, etcétera. Encabeza las proposiciones u oraciones subordinadas, llamadas por ello de infinitivo: Entender la verdadera razón de las cosas, amar lo que merece ser amado. Sin otro elemento, carecen de sentido. Siempre nos quedamos esperando el resto. Falta, precisamente, la oración principal. En esos casos, lo correcto sería, por ejemplo: Es necesario entender la verdadera razón de las cosas; solo debemos amar lo que merece ser amado. Y ahí nos quedan, «de contra», como consejos valiosos, los dos ejemplos anteriores.

La respuesta de hoy: Nunca me ha parecido bien ese refrán tan repetido: Árbol que nace torcido, jamás su tronco endereza. Ni he dicho en ningún momento que nuestros niños comiencen a hablar mal desde temprano, desde el círculo infantil, como se transmitió recientemente por el noticiero televisivo del mediodía, en un reportaje sobre el empleo del idioma en Cuba. Es posible que haya habido una mala interpretación; no sé cómo pudo suceder; estoy sorprendidda. Creo firmemente en el desarrollo, en el poder de la educación. Laboré como maestra durante casi 37 años, y desde el 95, me dedico al periodismo docente guiada por el afán de mejorar el lenguaje de los lectores y oyentes, y ¿por qué no decirlo?, también el mío: enseñar es la mejor manera de aprender. Si pensara que lo torcido no tiene remedio, seguro dejaría de trabajar en ese sentido.

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