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Charlotte Corday: ¿mártir o asesina?

Una puesta en escena de Rubén Sicilia en la sala Adolfo Llauradó de la capital, que aborda como una persona decidida y firme, es conducida a empuñar el puñal

Autor:

Osvaldo Cano

La interpretación de Mirta Lilia es uno de los motivos que exaltan en Juicio y condena pública de Charlotte Corday. Foto: Jesús Camejo La figura de Charlotte Corday ha cautivado a varios de nuestros dramaturgos. Entre quienes se han aproximado a esta controvertida mujer, cuya celebridad se debe al hecho de haber ultimado a Jean Paul Marat, está Rubén Sicilia. El líder de Teatro del Silencio —en rol de autor y director— estrenó, en la sala Adolfo Llauradó de la capital, un texto que aborda varios aspectos de tan singular personalidad. Juicio y condena pública de Charlotte Corday es el título de este monólogo que cuenta con la interpretación de Mirta Lilia Pedro Capó.

En esencia, el monólogo centra su atención en acreditar cuáles fueron las razones que movilizaron a esta mujer —hasta entonces anónima—, a cometer un acto de esta naturaleza. En la ficción teatral Charlotte Corday se nos revela como una persona decidida y firme, cuyas convicciones políticas la conducen a empuñar el puñal.

Juicio... resulta una obra en la cual son apreciables las influencias de Bertold Brecht. Tal afiliación estética puede palparse desde el propio inicio, cuando la actriz hace evidente su condición de mediadora que nos transportará por los vericuetos de la trama. Sicilia concentra la atención en lo concerniente a someter a discusión la verdadera naturaleza del acto homicida. ¿Fue Charlotte Corday una vulgar criminal o una mártir que se inmoló por Francia? Esa es la contradicción que le interesa enfatizar. No obstante, no es solo el asesinato de uno de los más prominentes y temidos caudillos de la Revolución Francesa lo que está en su punto de mira, sino también la propia violencia como hecho terrible y censurable, capaz incluso de engendrar actos como este.

El monólogo, que forma parte de una trilogía sobre asesinos célebres, dialoga de modo llano y franco con los espectadores. A pesar de que aparecen varios personajes y la acción se verifica en diferentes sitios o juega con el tiempo, al ir del presente al pasado, no puede decirse que la estructura del relato sea compleja. Conformada durante el proceso de montaje, la pieza posee un sistema de diálogos sencillo y diáfano. Sin embargo, varias de las posibles subtramas o pasiones que recorren a los protagonistas están planteadas pero no suficientemente desarrolladas, como por ejemplo la atracción entre Charlotte y Marat. En otras palabras: el texto recuerda más a un boceto o una obra inacabada, sobre la que habrá que volver de nuevo, que a una pieza definitiva.

Sicilia apuesta por la sencillez y la sobriedad a la hora de encarar el montaje. El trabajo con la actriz deviene el centro de su propuesta. La exploración en el lenguaje del cuerpo, la máscara facial o las manos constituyen puntos de apoyo esenciales de la puesta en escena. La utilización de los objetos, que adquieren diferentes connotaciones muy a tono con las peculiaridades del acontecer, es otro aspecto de real interés. Lo cierto es que el director logró armonía y coherencia en el discurso integral del espectáculo.

Orlando Goura y el propio líder de Teatro del Silencio se hicieron cargo de la escenografía, empleando escasos elementos. Una diminuta guillotina, la bandera francesa, una pequeña pizarra que —fiel a la vocación brechtiana del texto y el espectáculo— es utilizada para, mediante el uso de títulos, advertirnos de lo que acontecerá, un puñal y algún que otro objeto, conforman un decorado capaz de graficar el ambiente de pánico y muerte donde tienen lugar los acontecimientos narrados por la escena. La banda sonora de Andrés Mir y Sicilia echa mano tanto a La marsellesa como a una habanera de Camil Saínz, la antológica interpretación que hace Edith Piaf de Nada de nada, o música new age para crear un contexto errático y convulso muy a tono con las demandas de la ficción.

De la labor de Mirta Lilia Pedro Capó es justo decir que si bien el trabajo del director resulta sobrio y coherente, no es menos cierto que ella fue capaz de echarse el espectáculo a sus espaldas. Tal es así que su faena interpretativa deviene lo más destacado de la propuesta. Pedro Capó asume con sinceridad y vehemencia cinco personajes diferentes y los singulariza a partir de la utilización de una voz potente y bien timbrada, una muy buena dicción, el uso de las posturas, de un acertado trabajo con el cuerpo, la máscara facial y las manos. Sin dudas estamos ante una actriz con mucho temperamento y envidiable fuerza dramática, que sabe atemperar y dosificar con inteligencia y que, por si no bastara, transita por emociones diversas transparentando las reales contradicciones de las criaturas que encarna.

Teatro del Silencio alcanza un buen momento con este parco y estilizado montaje. Apoyándose en una comediante que entendió muy bien los presupuestos de dirección y que fue capaz de robustecer con su faena la propuesta espectacular, Rubén Sicilia y su equipo logran protagonizar un momento de interés en la actual cartelera teatral.

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