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William Ospina: su asombro americano

El poeta, novelista y ensayista colombiano William Ospina, a quien la Casa de la Américas acaba de dedicar su Semana de Autor, conversa con JR sobre sus concepciones sobre la literatura y confiesa «Europa me ayudó a sentir más curiosidad por América, por mis orígenes»

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Le pedí un sublime canto que endulzara/ mi rudo, monótono y áspero vivir./ Él me dio una alondra de rima encantada. ¡Yo quería mil!/ Le pedí un ejemplo del ritmo seguro/ con que yo pudiera gobernar mi afán./ Me dio un arroyuelo, murmullo nocturno. ¡Yo quería un mar!/ Le pedí una hoguera de ardor nunca extinto,/ para que a mis sueños prestase calor./ Me dio una luciérnaga de menguado brillo. ¡Yo quería un sol!/ Qué vana es la vida, qué inútil mi impulso,/ y el verdor edénico, y el azul Abril. ¡Oh sórdido guía del viaje nocturno!/ ¡Yo quiero morir!

Difícilmente Porfirio Barba Jacob hubiese podido titular este poema de un modo más acertado que nombrándolo Soberbia, como difícilmente el renombrado poeta, ensayista y novelista William Ospina, a quien Casa de las Américas acaba de dedicar su Semana de Autor, hubiese podido encontrar, al recordárnoslo, una manera más magistral de resumir lo que representa la trilogía que cerrará con La serpiente sin ojos y que además conforman Ursúa y El país de la canela. Justo esta última, premio Rómulo Gallegos 2009, fue la escogida por el ganador del Ezequiel Martínez —que le otorgara la cincuentenaria institución por Los nuevos centros de la esfera— para ser presentada este viernes a los lectores cubanos.

«Soberbia, decía, describe muy bien el espíritu de los conquistadores de entonces y los de ahora, como los que llenan a Colombia, mi país, siguiendo un modelo que repite casi minuciosamente los procederes de cinco siglos atrás. A lo mejor es también por eso que me pongo a escribir sobre el pasado, respondiéndome las preguntas del presente».

William Ospina se extraña de que hasta que él decidiera escribir su segunda novela, a nadie se le ocurriera utilizar un título tan literario: El país de la canela. «Así se denominaba en todas las crónicas de la época a esa región del Ecuador, ubicada detrás de los montes nevados de Quito, en las orillas del Río Coca y del Río Napo, por donde entraron Gonzalo Pizarro y Francisco de Orellana, cuando emprendieron, en 1541, el primer viaje que los llevó a descubrir el Amazonas. Esa expedición es el centro de El país de la canela, el segundo momento de una misma historia».

Algunos piensan que la literatura se regodea en la violencia y la guerra, pero yo creo que ella lo que hace es interrogar la violencia y la guerra

Confieso que tuve el temor de que, al presentarme en la sala Manuel Galich con la intención de entrevistar sin previo aviso al autor de ensayos como ¿Dónde está la franja amarilla? y Las auroras de sangre, me encontraría con la misma inaccesible selva amazónica que respira con fuerza en El país de la canela. Pero Ospina, como los indígenas hospitalarios que recibieron a los extraños «dioses» que llegaron a las Indias Orientales en busca del porvenir, me convidó sin resquemor y gustoso a viajar por esa literatura suya tan grande como el río interminable que desemboca en el mar.

—Es evidente que si con esta trilogía cuenta parte de la historia de la Conquista, entonces estas novelas están pobladas de seres muy violentos...

—Bueno, la literatura desde hace mucho tiempo gira alrededor de muchísimos seres violentos. Algunos piensan que la literatura se regodea en la violencia y la guerra, pero yo creo que ella lo que hace es interrogar la violencia y la guerra; las considera parte de la memoria humana y trata de encontrar razones para entenderlas.

«Quizá también sea verdad lo que decía el poeta Milton: que la tragedia obra en los hombres como la vacuna, es decir, nos inocula contra la desdicha y nos fortalece contra la fatalidad. Si la violencia de los humanos abunda en la literatura es porque la literatura necesita fortalecernos frente a las crueldades y los horrores que abundan en la historia de la humanidad».

—Una y otra vez la crítica alaba la poesía que engrandece su narrativa...

—Existe una dicotomía un poco falsa sobre la cual se suele hablar mucho: la diferencia entre prosa y poesía. Sin embargo, no existe una oposición. Sé que hay diferencias entre verso y prosa, pero ambas requieren de la poesía. Así como existen poemas en prosa —como los que hacían Charles Baudelaire y otros tantos—, también están las prosas poéticas. De igual manera hay versos que tienen poesía y otros que no. Novalis llevaba la argumentación más al extremo. Él decía: una novela debe estar hecha exclusivamente de poesía. Eso no suena muy bien hoy, pero, para mí, sin la poesía es imposible escribir novelas. Es más: pienso que es deseable que haya poesía en todo. Por supuesto, también en la ingeniería y en la política.

—¿Cómo se podría definir su poética?

—Es muy difícil para un escritor postular una poética. Mi experiencia personal me hace sentir que uno nunca sabe cómo se escribe un poema ni cuáles son las claves de una poesía. Mal me vería si dijera: mi poética es tal o cual. Eso significaría que ya aprendí el oficio, cuando con cada poema uno vuelve a aprender. Cada vez que escribo un poema sé que no sé cómo se hace; sé que tengo que lanzarme al vacío e intentar unir las palabras que le den forma a una emoción, a un sentimiento, a una imagen, a un recuerdo.

—¿Le preocupa como ensayista que ese género, a diferencia de la narrativa o la poesía, no tenga tantos seguidores?

—Sería muy deseable que hubieran muchos lectores; no tanto para cada escritor, sino para la cultura en su conjunto. Como hay tantos libros, basta con que unas cuantas personas lean, cada una, esos libros y ya tendremos mucha gente leyendo. No creo que cada novela deba tener millones de lectores. ¡Ojalá!, pero no es lo indispensable. Yo estaría contento si mucha gente estuviera leyendo a Dickens, a Tolstoi, a Thomas Mann, a Dante, y no sé si sería justo que yo le quite tiempo a Dante y a Tolstoi, poniendo a la gente a leerme a mí, pues tengo muchas menos cosas que decir y que enseñar que ellos. Agradezco que algunos me lean, pero si alguien me dice: me voy a leer a Shakespeare, aplaudiré esa decisión, pues me parece la más sabia. Se trata de que los libros tengan los lectores que están verdaderamente dispuestos a dejarse llevar por esa aventura. Mientras haya alguien leyendo La divina comedia, a Ray Bradbury, Kafka, bueno, el mundo se estará salvando.

... sin la poesía es imposible escribir novelas. Es más: pienso que es deseable que haya poesía en todo.Por supuesto, también en la ingenieríay en la política.

—Sin embargo, usted fue elegido por los lectores de su país el escritor más leído entre 2005 y 2006...

—Bueno, en Colombia se hace un concurso donde los lectores votan. No son muchos, pero, claro, son muy valiosos porque no solo están atentos a esas convocatorias, sino porque son voceros de una comunidad. Y para mí ese es un reconocimiento muy honroso. Es casi más honroso que lectores anónimos voten por un libro a que unos cuantos grandes conocedores de la literatura lo hagan. Por lo menos son dos  honores distintos.

—De cualquier manera, ese premio indica que ha logrado conseguir una manera de atrapar a los lectores. ¿Cómo debe narrarse una historia para que suceda el «milagro»?

—Como se han contado siempre: con pasión, con sinceridad, tratando de hacerlo con belleza, con fuerza, con vividez; creyendo en lo que se cuenta y en los personajes; dejándose sorprender por ellos y buscando conservar la salud del lenguaje.

«El mundo ha contado con excelentes narradores a lo largo del tiempo. Los primeros eran anónimos, es decir, los autores de la Chanson de Roland, de la Biblia, sabían contar muy bien e inventaban recursos para hacerlo. Hay un extraordinario libro de un autor alemán: Erich Auerbach, titulado Mímesis, que es un interesante rastreo de cómo se ha contado la realidad en la literatura, desde Homero, Petronio, Dante, Cervantes..., y qué ha aportado cada una de esas grandes voces en la técnica de atrapar la realidad y convertirla en relato.

«Es un libro fabuloso, donde comprobamos que hemos ido acumulando una serie de destrezas, de recursos a los que no debemos renunciar, sino, por el contrario, insistir en su aprovechamiento y refinarlos cada vez más. El arte de hacer reminiscencias es aquí ejemplificada por Auerbach a través de Homero. Explica que este narra que Ulises regresa a Ítaca disfrazado de mendigo, donde nadie lo identifica, y lo llevan a la cocina de su palacio, en la cual su vieja esclava le lava lo pies. Cuando ella nota la cicatriz de la pierna y lo reconoce, entonces Homero detiene el relato y se dedica a describir cómo Ulises se hizo la herida. Auerbach dice: en ese momento la literatura descubrió la posibilidad de hacer un paréntesis y volver al pasado a reconstruir un hecho antes de seguir con la narración. Eso que en el cine se llama flashback, fue inventado por Homero. Desde entonces nadie ha renunciado a ese ni a otros recursos que están ahí esperando porque los utilicemos».

—Vivió en Europa durante tres años, como intentando descubrir al viejo mundo. ¿Qué le aportó esa experiencia?

—Me ayudó a ver a América Latina. Por primera vez tuve una sensación de América Latina viviendo en Francia, porque por primera vez tuve contacto con mexicanos, argentinos, chilenos, venezolanos...., lo que antes no había sido posible en Colombia. Nuestros países permanecían como compartimentados y muy encerrados en sí mismos, 30 años atrás. Ahora nos hemos abierto un poco más, pero entonces el contacto era ínfimo. De ahí que París cumplía con esa labor de condensar, de unir, de convocar.

«Eso despertó en mí un interés nuevo en relación con nuestro continente y cuando volví a Colombia viví mi descubrimiento de América, lo que no había sucedido durante mi adolescencia, cuando soñaba con esas tierras lejanas y exóticas, con esas fuentes remotas de nuestra cultura. Ir a encontrarme con Europa me ayudó a sentir más curiosidad por América, por mis orígenes. Desde entonces no he dejado de vivir cada día mi asombro americano; mi descubrimiento de América».

Mientras haya alguien leyendo La divina comedia, a Ray Bradbury, Kafka, bueno, el mundo se estará salvando.

—¿Cómo recibió la noticia de que en el aniversario 50 de Casa de las Américas, le dedicarían la Semana de Autor?

—Muy agradecido y feliz. La Semana de Autor fue una ocasión estupenda para reencontrarme con Cuba y los lectores cubanos. Solo cuando ocurre este tipo de eventos uno como autor logra arrojar una mirada de conjunto a su obra. Al menos yo casi nunca lo hago sobre las cosas que he escrito. Sé que escribo poemas y que he publicado libros de poesía; sé que escribo ensayos y que he publicado varios libros de compilaciones de ensayos; y que ahora escribo novelas. Pero no suelo ponerme a pensar sobre las relaciones que existen entre unos y otros, de qué manera hay una continuidad o si todos esos libros forman un mosaico de determinado tipo. De modo que para mí han sido muy interesantes esas reflexiones, así como tener la posibilidad de alimentar de ellas el trabajo literario que aún estoy por hacer.

«Mi vínculo con Casa de las Américas comenzó hace nueve años cuando se publicó aquí El país del viento. Después recibí el premio Ezequiel Martínez por Los nuevos centros de la esfera. Por ello he estado muy complacido de haber podido presentar El país de la canela y mantener este diálogo, que espero no se detenga, lo cual me permitirá regresar muchas otras veces a esta Isla que quiero tanto».

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