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Entusiasta acogida al Festival de Teatro de Camagüey

En toda la ciudad se puede apreciar el trasiego de los participantes de los eventos teóricos a las presentaciones de libros y revistas, o las funciones que animan de la mañana a la noche una cita que se ha erigido como el certamen competitivo más importante del teatro cubano

Autor:

Osvaldo Cano

Como para darle la razón a la cábala, la decimotercera edición del Festival de Teatro de Camagüey tuvo que ser aplazada hasta este ardiente verano de 2010. No obstante, pese a la prolongada pausa, se puede palpar —como ya es costumbre— el cálido respaldo del público, el trasiego de los participantes de los eventos teóricos a las presentaciones de libros y revistas, o las funciones que animan de la mañana a la noche una cita que se ha erigido como el certamen competitivo más importante y frecuentado del teatro cubano. Resulta que a Camagüey acuden agrupaciones de varias provincias del país dedicadas al teatro dramático, de títeres o de calle. Dicho de otro modo: durante estos intensos días la ciudad de los tinajones se convierte en nuestra capital teatral.

Entre los colectivos seleccionados que representan al teatro cubano de los últimos cuatro años se encuentra la laboriosa La Colmenita que dirige Carlos Alberto Cremata. Ubicados justo en el umbral del evento, la compañía capitalina nos ofreció Y sin embargo se mueve. Es este un texto de Alexander Jmélik reescrito y adaptado a las características de la bisoña tropa por el mismo director. Y sin embargo... llama la atención por la adecuada utilización del espacio escénico, el hecho de que la música —a un tiempo poética y compleja— de Silvio Rodríguez es interpretada en vivo por los miembros de La Colmenita, así como por la labor del elenco que califico de coherente y acorde a la formación, edad y vivencias de los protagonistas del espectáculo. Uno de los puntos fuertes de esta propuesta lo constituye el conjunto de ideas que defiende un texto que arremete contra varios de los males que nos asedian a diario y entre los que se cuentan los métodos coercitivos empleados para con nuestros más jóvenes ciudadanos. Acudiendo a la célebre frase de Galileo frente a la amenaza de la Inquisición, Cremata y sus discípulos terminan apostando por la esperanza y la utopía como remedios ineludibles para muchas de las carencias que nos acosan.

Desde Sancti Spíritus, villa de intermitente presencia en el Festival, llegó Otra vez la Cucarachita. Tal y como lo explica el título, se trata de un nuevo acercamiento al conocido y muy versionado cuento clásico. Para Bajitos, joven agrupación de la mencionada ciudad, acude a la tradición juglaresca para conformar un montaje ameno y sencillo donde dos actores se encargan de hacer la música y manipular a todos los personajes involucrados en la trama. Sin demasiadas pretensiones, pero con la certeza de que el teatro debe preocuparse por entretener a su público al tiempo que le transmite costumbres y valores, la propuesta de Para Bajitos se agradece por su poder de síntesis, la simpatía de sus intérpretes (Magdenis López y Yoandri Naranjo), el ritmo dinámico con que encaran la puesta y la relación de complicidad que logran con los espectadores.

Una de las agrupaciones más representativas de la ciudad sede, Teatro del Viento, regresa al Festival con Mala cosecha, pieza escrita y dirigida por Freddys Núñez Estenoz. Los lugareños —quienes cuentan en su repertorio con títulos de real interés como, por ejemplo, Aceite + vinagre = Familia— no alcanzan esta vez las cotas de calidad esperadas. Mala cosecha resulta un título que se detiene en la exposición sin que la acción crezca de modo continuo y congruente. La llegada de un joven escritor a un pueblo anodino e inerte, provoca diversas expectativas entre los personajes. En honor a la verdad este intento de parábola con nuestra realidad no alcanza un desarrollo armónico debido a que la historia gira sobre su propio eje volviendo una y otra vez al punto de partida. Por otra parte, la intención poética, perceptible también en puestas anteriores del grupo, no cristaliza convirtiéndose en mero adorno sin verdadera funcionalidad dramática.

En el rubro de las actuaciones vale destacar la diferencia de lenguajes visible entre Larha Cruz y Ana Rodberz, Josvani González y Vladimir del Risco. Mientras que la primera está en una cuerda más natural, el resto sigue una pauta donde lo farsesco, apuntalado por el gesto ampuloso, las posturas acentuadas y la dicción amplificada, juegan un rol determinante; aspectos estos últimos que han devenido algo así como la marca de agua en cuanto al lenguaje interpretativo de Teatro del Viento.

Pese a lo acotado con anterioridad, debo apuntar que desde el punto de vista visual, el montaje resulta atractivo, gracias a una escenografía a la vez estática y sugerente y un vestuario que consigue uniformar, en el sentido más estricto del término, a los nativos, diferenciándolos del visitante, recurso que grafica la polaridad entre unos y otros.

Haciendo caso omiso a la supuesta fatalidad del número, ya van 13 veces que Camagüey acoge con hospitalidad y respeto a lo más selecto de la escena cubana. Sin acudir al falso argumento de una representatividad simétrica, la selección es una muestra fiel de la realidad escénica de nuestro país, de su alcance y limitaciones, de su disparidad y sus logros más notables. Este es uno de los mayores méritos de un evento que permite no solo apreciar sino también reflexionar sobre el teatro de estos tiempos. Precisamente esta vocación aglutinadora, junto al ávido público agramontino, los intercambios teóricos o el repaso de cuanto se ha hecho en materia de publicaciones, son algunas de las claves que hacen del Festival un punto de encuentro nutricio y necesario.

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