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Ivette, Ivette, Ivette...

En el espacio que dirige Renecito de la Cruz, en el Centro Cultural Bertolt Brecht, Ivette Cepeda sorprende al público con una de las voces más sugestivas y fascinantes de la canción cubana actual

Autor:

Ahmed Piñero Fernández

Valió la pena la espera de más de dos horas (desde las 9:30 p.m., cuando llegué al Café Brecht, hasta un poco más de la medianoche, cuando empezó el espectáculo). Todo valió la pena por poder escuchar, en el espacio que dirige Renecito de la Cruz, en el Centro Cultural Bertolt Brecht, a Ivette Cepeda, una de las voces más sugestivas y fascinantes de la canción cubana actual.

Confieso que ignoraba la existencia de esta artista. (¡Pobre de mí!). La escuché por primera vez, por casualidad. Fue gracias al amigo Luis Ernesto Doñas, en medio de una de las muy agotadoras jornadas de trabajo del DVD La bella durmiente del bosque, de Alicia Alonso, por el Ballet Nacional de Cuba, cuya versión fílmica Doñas ha dirigido para el ICAIC.

Para «suavizar tensiones», y asombrado ante el hecho de que aún yo no conociera a Ivette Cepeda, de pronto Ernesto interrumpió el trabajo y me «obligó» a escuchar. Hastiado ya de tantas falsas luminarias, acepté, más por educación que por deseo. Y entonces, se produjo el milagro. Lo primero que me sorprendió en Ivette fue la calidez de su voz y la manera diáfana y sincera de «decir» el texto. Era, (¡cómo podría olvidarlo!) Sin ir tan lejos, de Martha Valdés.

A ese hermoso tema, siguieron otros, que me dejaron impresionado, además, por el amplio y variado repertorio de esta mujer criollísima, y sobre todo por la notabilidad que alcanza como intérprete de versiones muy personales de clásicos cubanos, que para nada demeritan las originales y que, al mismo tiempo, le permiten proyectar su temperamento y carisma dramático-musicales.

Para mí fue una revelación. Entonces me prometí que asistiría a una de sus actuaciones cuanto antes. Pasaron los meses, y aquel ansiado encuentro «en vivo» con la cantante, seguía pendiente. El milagro volvió a producirse aquella madrugada, con creces.

Ivette Cepeda es una artista completa, en plena madurez vocal y artística. Emocionante, femenina, vibrante, a la vez frágil y fuerte, desde que sale a escena establece una comunicación muy especial con el público. Se adueña de él. Lo hace suyo con la misma naturalidad de su canto. Y el público, seducido por esa honestidad artística que emana de ella, sucumbe. Y es entonces cuando Ivette se enseñorea de la escena, y en diálogo franco y desenfadado, a la manera de las grandes de antaño (¡y de siempre!), hace tabula rasa de un programa preconcebido, para lanzarse a una «batalla» (permítaseme el término) implacable con el público, que impone el repertorio de la noche. Y empieza a interpretar (valga el subrayado) canciones muy conocidas con un espíritu y un talento que las renuevan.

Armonía de colores vocales, el timbre requerido para cada obra, que deviene más bien la expresión de una ósmosis total con la música: Perdóname conciencia, Regrésamelo todo; Aquí, de pie; Se va, se va, se fue; El sol no da de beber o Contigo, en la que estremece y conmueve particularmente la manera en que ataca la frase «los amores que matan nunca mueren», que en su voz alcanza una total y definitiva trascendencia. Con una «simple» oración, la Cepeda logra robar un instante de eternidad.

Y aunque escribí antes la palabra «batalla», es justo hacer resaltar que aquí no hay vencidos, todos somos vencedores: el público, extasiado y eufórico; e Ivette, que logra una rotunda victoria con su arma más poderosa: su voz privilegiada, de sonoridades de soprano dramático, dúctil, cálida, bellísima, de perfecta dicción, línea de canto de emisión refinada y una incisiva manera de decir, en la que cada nota y cada frase pareciera que salieran directamente del corazón, y en las que nuestra artista se juega la vida, entregándose toda. Porque Ivette Cepeda, no lo duden, pertenece a la prosapia de los grandes músicos cubanos y, más concretamente, al extraordinario linaje de sus mejores cantantes.

Por derecho propio, la artista Ivette Cepeda, la gran Ivette, ocupa un lugar prominente entre los mayores logros de la historia de la cancionística de esta Isla nuestra.

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