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La cantora que todos nos merecemos

A pocos días de viajar a La Habana, Juventud Rebelde conversa en Buenos Aires con Liliana, hoy, una de las voces que conforman la identidad de nuestra música latinoamericana

Autor:

Kaloian Santos Cabrera

BUENOS AIRES.— La vida de la argentina Liliana Herrero (Entre Ríos, 1948) está indisolublemente ligada a la coherencia y la actitud militante de un canto que rescata, provoca y revoluciona sin medir las fronteras ni los géneros.

Licenciada en Filosofía y profesora de la Universidad de Rosario por muchos años, conoció a Fito Páez y este la convenció para cantar profesionalmente.

En 1987 grabó su ópera prima (titulada Liliana Herrero) donde el autor de Yo vengo a ofrecer mi corazón debutó, a su vez, como productor discográfico.

Lo anterior podría ser el punto de partida de una historia que continúa su narración por un camino de decenas de fonogramas, películas y documentales que no quisieron perderse la voz de Liliana en sus bandas sonoras. También llegaron importantes premios y reconocimientos por parte de la crítica. Pero ninguno comparado con la dicha de acompañar por buen tiempo a diosas de la interpretación como Mercedes Sosa o Teresa Parodi. También la suerte de grabar junto al guitarrista Juan Falú y rescatar a compositores como Gustavo «Cuchi» Leguizamón, Manuel Castilla o Jaime Dávalos.

Esto es solo una presentación fugaz para anunciar que, en medio del inmenso programa de la Feria Internacional del Libro, Liliana Herrero será una de las invitadas de lujo que tendremos los cubanos.

Llega por primera vez a escenarios cubanos. De la mano del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau y con el apoyo de la Embajada de la República Argentina en Cuba, Casa de las Américas, la Asociación Hermanos Saíz y el Instituto Cubano de la Música, la cantora ofrecerá varias presentaciones donde compartirá el escenario con músicos criollos. Sin dudas, una oportunidad única.

A pocos días de viajar a La Habana, Juventud Rebelde conversa en Buenos Aires con Liliana, hoy, una de las voces que conforman la identidad de nuestra música latinoamericana.

—¿Cómo fueron sus primeros acercamientos con la música cubana?

—Fundamentalmente por Fito Páez y por los extraordinarios debates sobre los orígenes del tango y otras músicas argentinas. También hubo músicos cubanos que me llegaron de alguna manera y me marcaron mucho, como Sindo Garay y Bola de Nieve. Luego vino toda la Nueva Trova cubana.

—Sin embargo, el año pasado fue la primera vez que llegó a la Isla...

—Exacto. Y no a cantar, porque fui como turista. Pero gracias a María Santucho y a Víctor Casaus, que dirigen el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, conocí muchos lugares culturales y gente preciosa, entrañable. Así se fue armando un tejido, un tramado, que hace indestructible lo que finalmente se gesta.

«María siempre me dice que tardé muchos años en ir a Cuba. Y es verdad. Fui tarde. Por eso cuando en enero pasado volví a Argentina le dije a Fito: ¿y vos por qué nunca me llevaste?».

—Ahora regresa a cantar. ¿Cuál es el programa?

—Me acompaña Pedro Rossi, un gran guitarrista argentino. Solo guitarra y voz. Pero estaremos acompañados de autores argentinos que son una antorcha iluminadora de la memoria musical de este sur del mundo.

«También compartiré escenario con jóvenes trovadores como los chicos del dúo Karma, a quienes me les uní en su concierto en Buenos Aires, el pasado año».

—Tal parece que usted respira por medio del alma de aquellas canciones que se resisten a morir.

—Estoy convencida de que las viejas canciones que constituyen nuestra memoria musical, tienen algo que decirnos en este presente, radicalmente diferente al momento en el que fueron compuestas; un presente altamente tecnificado, convulso y complejo. Las obras valiosas de los pueblos no pierden vigencia nunca pero hay que ver cómo las interrogamos, es decir, qué hacemos con ellas. Eso es lo decisivo para mí: qué hacemos con ese legado.

—La han querido encasillar con los temas que interpreta, pero no lo logran. ¿No existen fronteras para usted?

—Existen los géneros que están dispuestos a dialogar horizontalmente con los demás y establecer préstamos valiosos entre uno y otros. Por eso los encasillamientos siempre se quedan cortos a la hora de definir lo que cualquier músico hace.

«No se trata de una fusión entre géneros sino más bien en las tensiones formidables que se oyen cuando aparece ese choque de lenguajes. Y eso inevitablemente se produce cuando uno toma prestado experiencias sonoras de músicas inscritas en otras tradiciones o pertenecientes a otros géneros. De ese choque de lenguaje puede salir una obra artística. Puede. Esto no quiere decir que necesariamente salga de ahí una obra artística».

—¿Qué debe tener una canción para mover sus sentimientos y que la interprete?

—Depende. A veces es el texto, a veces el diseño estrictamente musical. Yo soy una cantora, por tanto el texto que diga debe tener un peso especial. O al menos frases o palabras que yo pueda decir con emoción y hondura. Muchas veces es simplemente una frase, una pequeña línea, pero tan poderosa que permite realizar un arreglo musical en el cual todo gire alrededor de esa idea.

—Leí que se niega a hacer música que propicie «la estandarización del oído»...

—La estandarización homogeneiza los múltiples pliegues y rugosidades que tienen las músicas, los géneros, e incluso la memoria musical de cada uno de nosotros. Porque también se simplifican las melodías y por lo tanto las armonías y los ritmos.

«Ese es un problema más del mercado y de los medios que de los músicos y la música. Los músicos debemos combatir esa idea. Es una gran tarea que tenemos; una extraordinaria responsabilidad.

«El mercado necesita simplicidad, exige de los públicos una comprensión rápida, fácil y transparente. No creo que la música consista en eso. Más bien creo lo contrario. No quiero hacer con esto una apología de la oscuridad y la complejidad, pero las músicas bellas, aun las más simples, tienen una lógica interna extraordinaria que las hace eternas. Es el caso de Yupanqui, por ejemplo, en Argentina».

—¿Cuán difícil ha resultado ser coherente con su carrera en medio de un mundo donde las transnacionales imponen los gustos, los éxitos, la música...?

—Muy difícil. Hay papeles de colores en todos lados. Te ofrecen el oro y el moro, como dice el dicho popular. Pero a la hora de sentarse a negociar con ellos lo que yo pretendo no tiene arreglo: Quiero que los discos que grabo sean míos. Es la única herencia que le voy a dejar a mi hija Delfina y a mi nieta Rita.

«Todo lo que viene después es difícil de sostener, pero de lo que estoy segura es de que se puede. Me he ganado así el derecho de no estar en determinados lugares. Yo y muchos. No solo yo. Al menos en Argentina.

«Voy poco a la televisión, no asisto a lugares en los que me siento incómoda, no acepto invitaciones de periodistas vinculados a la dictadura militar en mi país y varios etcéteras más. No soy víctima ni heroína, simplemente los combato y sigo mi camino que se ha hecho así».

—¿Qué sentía cuando Mercedes Sosa declaraba (más de una vez) que usted era su sucesora?

—Mercedes dijo muchas cosas sobre mí. Todas muy halagadoras. Esta que vos mencionás me pone particularmente incómoda. Ella amaba a muchos cantores y cantoras del mundo, por eso creo que todos somos sus herederos. Ella inventó un modo de cantar. Cantó de un modo tan propio y particular que yo diría al revés: todos nos hemos dedicado a copiarla durante mucho tiempo y en esa copia hemos ido amasando nuestro propio canto. Ese es su legado fundamental.

Mercedes te invitó a participar en Cantora, su último disco en vida, junto a Fito Páez, otra persona importante en tu vida. ¿Cómo recuerdas ese momento?

—Esa grabación tuvo un alto voltaje emotivo. Cantamos un tema de Fito, que es alguien de mi familia, con quien nos amamos desde siempre y para siempre. Nos reímos, lloramos... ¿qué más pedir?

«Nadie podía prever que ese sería el último de los cantos de La Negra. Sin embargo, y para hacer honor a un sentimiento que muchos tuvimos en esa grabación, había algo en el aire que nos sonaba como si fuera la última vez. Claro, esto lo digo ahora. Es muy difícil pensar en ese momento. Ella estaba cansada. Eso se notaba. Cuando fuimos con Fito a grabar ella se sonreía, estaba contenta. En un momento lloramos los tres y yo pregunté: ¿por qué estamos llorando si esto que está ocurriendo es magnífico? Ella dijo: “porque con ustedes es como estar conversando”. Y yo pienso que la música es exactamente eso».

—¿Expectativas con este nuevo viaje a Cuba?

—Te confieso que estoy más que contenta y también más que asustada. Ustedes tienen una música exquisita con ritmos complejos y preciosos. La nuestra es más melancólica tal vez. Pero confío que ese contraste, esa tensión para usar una palabra que defiendo en el universo creativo, sea alentadora para el encuentro.

 

Conciertos de Liliana Herrero en Cuba

Viernes 11, 6:00 p.m., Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, Muralla 63, La Habana Vieja.

Domingo 13, 6:00 p.m., Pabellón Cuba. Presentación única junto a La Trovuntivitis, de Santa Clara. 23 y N, Vedado.

Lunes 14, 6:00 p.m., Sala Che Guevara de Casa de las Américas, 3ra. y G, Vedado.

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