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Del pequeño formato a la gran producción

Espectáculos a gran escala, monólogos y unipersonales sobresalieron dentro de la programación del 15 Festival de Teatro de La Habana, que acaba de concluir

Autor:

Frank Padrón

La XV edición del Festival de Teatro, que acaba de finalizar, ofreció lo mismo monólogos y unipersonales que espectáculos a gran escala; los primeros, sin embargo, predominaron sobre todo entre los visitantes foráneos, habida cuenta de la facilidad de transportación y menor coste que significan.

De entre lo visto, sobresalió La otra voz, por La Saraghina de Stalker (España). La ruptura de pareja genera siempre dolor y angustia, de ahí que el protagonista crea (o finja, o ambas cosas) que su ex le telefonea, que discuten, conversan, mientras le tiene lista la maleta con sus pertenencias; la baja autoestima, el sentirse sucio y solo, le lleva a disfrazarse de cerdo (¿o también a imaginarlo?). Así, entre la imaginación y la realidad, desde sus tan delgadas líneas, transcurre este unipersonal donde las voces in off pueblan la escena extendiendo su alcance. Alguna proyección audiovisual y una elemental escenografía bastan para transmitir el mundo de soledad y desasosiego que implican, generalmente, las separaciones de dos, cualquiera que sea su tendencia erótica, y claro, el talento ya probado de Georbis Martínez —ex actor de Teatro El Público—, quien (de)muestra que sigue creciendo y madurando.

No bastan aditamentos en escena para que un monólogo dé en el clavo, como ocurrió con Qué importa saber quién soy, por Malena Espinosa (España); de corte estricta y literalmente autobiográfico, pese al teatro arena (que siempre implica mayor concentración dramática para ese tipo de puesta), lecturas, canciones, algunas proyecciones y fotos, la trivialidad del discurso impide su cristalización estética, a lo que se suma el bajo perfil histriónico de la actriz.

Algo semejante ocurrió con Diva (Estados Unidos/España), que dice tratar sobre «el glamour de los años 40 y el cabaret como alternativa del teatro… de la época»; pero ni lo uno ni lo otro aparecen por parte alguna en un espectáculo soso, arrítmico y ausente de gracia, tanto en el libreto como en el pobre desempeño de Ana Asencio.

De Finlandia llegó Sixfingers Theatre con Trafika, y otra pareja que se comunica solo… mediante señales de tráfico, lo cual no impide el tendido de «trapos sucios» y recuerdos incómodos. Se inserta dentro del «teatro del absurdo», poco importa el porqué del relato, lo cierto es que esta parábola de la (in)comunicación y el sinsentido a que esta puede llegar, incluyendo la muerte, se traduce en una eficaz y hermosa plasmación escénica. Bastan 45 minutos para transmitir de modo bien original un mundo afectivo, la e(in)volución de un conflicto, el desenlace inevitable e infeliz. Una discreta pero efectiva escenografía con sus peculiares elementos, y dos capaces actores lo llevan a cabo.

Mas, como decía, también estuvieron en el festival grandes compañías, como es el caso de Teatro de Arte del Pueblo de Fujián (China), con su pieza Thunderstorn. Melodrama típico —dos hermanos que se aman y solo al final descubren su verdadera identidad, criadas seducidas por ricachones cuyos frutos desconocen la realidad… siempre hasta el desenlace, madrastras-amantes y padres-tiranos, etc.— lo valioso, sin embargo, está en la puesta en sí, con los excelentes actores desdoblados no únicamente en narradores que, en el mejor estilo de distanciamiento brechtiano, salen momentáneamente de sus roles y explican sobre estos (cierto que a veces con reiteraciones y obviedades), sino que también literalmente abandonan sus papeles para fungir como músicos que van armando una perfecta ambientación con sus autóctonos instrumentos (toda una escuela para nuestros creadores de efectos, la manera, digamos, de reproducir sonidos como la lluvia).

De Italia recibimos a la Asociación Cultural Comteatro con un texto de Brecht: Cabezas redondas y cabezas puntiagudas; las apuestas terrenales de la iglesia, las parcialidades de una justicia que no es tal, los abismos sociales cada vez más profundos, en una farsa que admirablemente sortea las épocas para declararse plenamente vigente.

La perspectiva sarcástica de los personajes encuentra desempeños extraordinarios en esos actores y actrices que asumen varios roles, se cambian y transforman en una escena, a propósito, poblada de artefactos que también cumplen más de una función. Notable aprovechamiento del espacio, música que se erige en sustancioso paratexto y la aludida almendra de lo escrito, hicieron añicos la barrera idiomática y reafirmaron que el maestro alemán sigue dando fructíferas lecciones.

Argentina nos legó, entre otros, La mujer justa, de un colectivo homónimo aunque se basa en una novela del húngaro Sándor Márai. A través de él, el reencuentro con una vieja amiga, la actriz Graciela Dufau (Volver, Momentos…), quien junto a otro de los actores, su compañero Hugo Urquijo, adaptó la obra al teatro.

Triángulo amoroso en la Europa de pre y posguerra, el texto desarrolla con gran lucidez los enveses y reveses amorosos de los personajes, si bien se torna un tanto maniqueo a la hora de sumergirse en los conflictos de clase; de cualquier manera, y a pesar de una puesta correcta pero convencional, siempre es un placer toparse con la sólida escuela actoral argentina; además de la Dufau —en plena forma física e interpretativa, pese a sus años— Arturo Bonin y Victoria Onetto protagonizaron desempeños contundentes.

Se quedaron siempre puestas por ver, por comentar, en diez días tan intensos como felices para los amantes del teatro. La gratitud a los organizadores por propiciárnoslos, mas aquí van un par de sugerencias bien intencionadas, ahora que ya cayó el telón: hay que ser mucho más selectivo, sobre todo en lo que nos llega de otros lares; este año, junto a maravillas, vimos puestas que no clasificarían ni en el más endeble festival de aficionados: el mismo rigor que parece regir lo nacional debe extenderse a los visitantes. El Festival ha alcanzado un prestigio y una calidad que no deben tambalearse.

Otra, relacionada con lo anterior y con la programación: mejor más con menos. Si piezas valiosas en fugaces presentaciones se extienden un poco más, teniendo en cuenta lo exiguo de la mayoría de las salas, lo hará también su radio de acción y participación. Luego: ¿por qué no emplear mejor las noches? Durante la semana hay una saturación vespertina (casi todo coincide a las 5:00 p.m. y las 6:00 p.m.) mientras las jornadas nocturnas están prácticamente vacías, excepto los fines de semana.

Hagamos realidad —también en la selección y la programación— el apotegma martiano que presidió el evento: En teatro, como en todo, podemos crear en Cuba.

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