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Menos mal que existe

Por séptima ocasión, la ciudad de Holguín acogió el Festival de Teatro Joven, que abriga la Asociación Hermanos Saíz

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Holguín se pinta sola para un evento como el Festival de Teatro Joven, que abriga la Asociación Hermanos Saíz (AHS) con el apoyo de la Dirección Provincial de Cultura, la Uneac y el Consejo Nacional de las Artes Escénicas. Es evidente que los habitantes de esa ciudad —fundamentalmente el público juvenil— adoran todo lo que tiene que ver con el arte y la literatura, con la cultura en general.

Así, como si no le hubiera bastado el II Festival del Humor Satiricón, que acababa de recibir una calurosa acogida, este encuentro, que ya anda pensando cómo desarrollará su octava edición, convocó a muchísima gente que aplaudió con entusiasmo las puestas programadas para las salas Raúl Camayd y Alberto Dávalos del teatro Eddy Suñol. Razón más que suficiente para demostrar la validez de una cita como esta, incluso si la calidad de las puestas en escena no alcanzara siempre la altura conceptual y estética que se anhela.

Sí, porque se faltaría a la verdad si no dijéramos que todavía necesitan darle no poco de «taller» a la mayoría de los espectáculos que subieron a las tablas, reunidos aquí a partir de que fueron escritos, defendidos en la escena y/o dirigidos por noveles creadores. Pero hasta a eso se le saca máximo provecho en esta cita, gracias a un espacio como el Encuentro itinerante de la crítica, en el que las voces autorizadas de Vivian Martínez Tabares, Norge Espinosa, Jaime Gómez Triana, Isabel Cristina Hamze y Yuris Nórido, se empeñan en aportar ideas que contribuyan a redondear dichas propuestas teatrales, algunas de las cuales constituyen óperas primas para sus directores.

Ese es el caso del actor Raúl Gómez Vázquez, el cual se encargó de la puesta de En menudos pedazos, de la autoría de Carmen Corella, para el grupo La guerrilla del Golem (Santiago de Cuba); y de la actriz y realizadora  Rosa María Rodríguez, quien no solo escribió Culpa, sino que también montó su pieza con Teatro Alasbuenas (Holguín).

Para Raúl Gómez (el Eduardo de En menudos...), esta pieza constituyó su carta de presentación como director y con ello intentar establecer hacia dónde se moverá estéticamente La guerrilla del Golem, tras la marca dejada por Marcial Escudero.

«Nuestro mayor interés, explicó, era restablecer, con una obra que nos resultara “cómoda”, el diálogo con un público que nos propusimos reconquistar por medio de un texto que se refiere a una situación muy peculiar que se dio en Santiago con el paso de Sandy, un trágico fenómeno que sirvió de pretexto para hablar de otro muy preocupante: la dura convivencia de tres generaciones bajo un mismo techo, todas tratando de salir adelante y de no estallar».

Culpa nació, por su parte, tras un doloroso hecho que jamás olvidará Rosa María: la violenta muerte de un cercano amigo. Entonces, el mejor antídoto que encontró fue no únicamente escribir una obra, sino además arriesgarse en el montaje de las escenas de una historia que, como si fuera poco, contaría de manera fragmentada.

«Nos tocó aprender una técnica que desconocíamos, pues en las escuelas no se nos enseña cómo llevar adelante ese proceso, y sin tener a mano la necesaria asesoría teatral que tanto se dificulta en provincia. Luego hallar el necesario financiamiento... Por eso fue tan importante la Beca Milanés, que nos otorgó la AHS», contó Rodríguez.

Con la gracia de haber conquistado otra beca de la Asociación (en este caso El reino de este mundo), se presentó también en Holguín el clásico de Jean Paul Sartre titulado A puerta cerrada, representado por Teatro Punto Azul, con dirección artística de Carlos Sarmiento, quien sintió la necesidad de trabajar con un texto que se centrara en el mundo interior de los seres humanos y en el modo en cómo pueden influir en ellos las miradas, los juicios de los otros.

«Para mí resultó muy difícil dar con los actores que interpretaran a estos tres personajes tan complejos, y luego dirigirlos, cuando tienen mayor experiencia teatral que yo», enfatizó Sarmiento. «Como no hemos pasado ninguna escuela de dirección, nos sometimos a un proceso en el que, con la asesoría invaluable de Eduardo Eimil, hemos estado aprendiendo todo el tiempo».

A un festival donde Teatro sobre el camino (Villa Clara) propuso Tutto el pan y Tragedia, y Fénix Teatro mostró Nevada, llegó, en una posición más ventajosa, la esperada pieza Pasaporte del holguinero Yunior García Aguilera, autor de obras como Asco, Semen (en proceso de montaje ahora por El Portazo de Matanzas), Baile sin máscaras y Cierra la boca.

«Graduarme como actor con La boda, de Virgilio Piñera, y Teatro de la Luna, bajo la dirección de Raúl Martín, me cambió para siempre. De repente, quería hacer algo más que actuar: concebir esos personajes que a mí me hubiera gustado encarnar, y comencé a escribir textos que luego tenía necesidad de trabajar, de escuchar en voz alta».

De ese mismo modo le ocurrió con Pasaporte, una comedia que no fue pensada en principio para los miembros de Trébol Teatro, pero que ajustó teniendo en cuenta las características de dicho colectivo. Y claro, el presupuesto con que contaba para llevarla a escena determinó luego las soluciones artísticas que se adoptaron.

Y justo de esto último se habló en el útil panel Gestión y producción teatral en la escena cubana de hoy. De hecho, Pedro Franco, quien conduce los pasos de El Portazo (Por gusto, Antígona), coincidió plenamente con García. «No caben dudas de que en la actualidad, dijo, es la capacidad de producción que se tenga la que condiciona el potencial estético de los creadores, el resultado final. Y no obstante, hay que lograr realizar un buen producto, bien pensado, que nos exprimamos el intelecto con tal de ofrecer una obra que aporte y que también venda».

Hubo también en esta séptima edición otro encuentro que les resultó superprovechoso a los noveles artistas: aquel protagonizado por Carlos Díaz, el más reciente Premio Nacional de Teatro de Cuba. Un eterno renovador que, sin embargo, nunca le dio la espalda a todo lo que le antecedió, sino que supo beber de la tradición, de los maestros.

Un ejemplo que, en mi opinión, deberán imitar quienes sueñen con seguir los pasos del fundador de la compañía Teatro El Público. Por ello también congratulo la decisión de los organizadores de poner en cartelera dos puestas surgidas en Camagüey de las que mucho se puede aprender, porque saben emocionar a partir de defender textos que, después de cerrado el telón, nos siguen inquietando; representados por sus actores, además, con absoluta veracidad: Jardín de estrellas (Teatro La Andariega), escrita por Blanca Felipe Rivero, y dirigida por Luis Orlando Antúnez (Bambino); y La panza del caimán (Teatro del Espacio Interior), con puesta de Mario Junquera.

Ojalá en las próximas ediciones de este necesario evento prevalezca esa diversidad que lo distinguió ahora. Esperemos que entonces ocupen la escena esas obras que quieren hablar del hombre cubano de estos tiempos, de sus problemáticas, de sus sueños y miedos, y que, además, se comprometan de principio a fin con el arte, con el buen teatro.

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