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Una feliz reposición

Carmen, en su aniversario 50, tuvo una temporada en la sala García Lorca, antes de sumarse a la cartelera del Festival Internacional de Teatro de La Habana

Autor:

Ahmed Piñeiro Fernández

Del 6 al 22 de octubre, en su sede habitual, la Sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, el Ballet Nacional de Cuba ofreció una temporada de nueve funciones con un programa concierto que incluía la reposición de Carmen, con el doble propósito de conmemorar los 50 años del estreno de esa obra y el centenario del coreógrafo Alberto Alonso, uno de los patriarcas del ballet cubano y uno de los fundadores principales de la compañía danzaria insignia de la Isla.

El espectáculo, en cartelera también durante el XVII Festival Internacional de Teatro de La Habana, se iniciaba con Umbral (música de Johann Christian Bach). Con esta coreografía, su autora Alicia Alonso quiso homenajear a George Balanchine, uno de sus maestros, evocando algunos aspectos del estilo composicional de ese creador. Umbral tuvo como intérpretes a las debutantes Ginette Moncho y Claudia García, siempre acompañadas por Raúl Abreu, al que, teniendo en cuenta sus anteriores desempeños escénicos, deseé haber visto como Don José en Carmen. En las siete primeras funciones, Umbral contó con el atinado acompañamiento de la Orquesta Sinfónica del teatro, dirigida por la maestra Idalgel Marquetti.

A la luz de tus canciones, que también lleva la firma de Alicia Alonso, se creó para festejar el centenario de Esther Borja. Desde su estreno se ha mantenido con bastante frecuencia en los programas de la compañía y, generalmente, ha sido bien recibido por una parte del público, tal vez seducido por la nostalgia y el placer que produce escuchar las interpretaciones de la legendaria cantante cubana en obras de Ernesto Lecuona, Orlando de la Rosa y Adolfo Guzmán. Dignos de destacar en esta pieza los desempeños de Roberto González, Brian González y, muy especialmente, de Daniela Gómez. Son los más auténticos de todo el reparto.

Para finalizar, y también con la Orquesta del teatro (las primeras dos semanas), pero ahora bajo la batuta de su director titular, el maestro Giovanni Duarte, vino la reposición de Carmen. Sin dudas, el ballet más célebre de Alberto Alonso. Una obra maestra. Un título esencial de la danza escénica iberoamericana.

Inspirada en la noveleta homónima de Prosper Mérimée y en el libreto que Henri Meilhac y Ludovic Halévy escribieron para la ópera de George Bizet, esta versión se encuentra en el repertorio de muchas compañías de ballet y ha sido interpretada por algunas de las más sobresalientes bailarinas de nuestra época.

Uno de los principales atractivos de estos espectáculos fue el debut de jóvenes bailarines en los papeles protagonistas. Grettel Morejón, en el papel titular (12 de octubre), ofreció una Carmen más arrogante que sensual. Más altiva y autosuficiente que rebelde. Viengsay Valdés, con notables progresos en el personaje, concibe una criatura fuerte, dominante, que se mueve con jactancia entre el descaro y la pasión.

Anette Delgado, en su mejor interpretación de ese papel que yo le haya visto hasta el momento (sobre todo en la función del domingo 15 de octubre), entrega un personaje más delicado y menos agresivo, de una sensualidad, digamos, algo más lírica, sin dejar de ser por ello, menos atrayente.

Sadaise Arencibia supo muy bien aprehender el estilo y las intenciones del gran coreógrafo cubano. Nos ofrece una mujer sensual, muy segura de sí misma, jamás vulgar, capaz de enfrentarse a todo y a todos para defender lo que más aprecia y valora: su propia libertad. Ella seduce desde la primera y emblemática pose. Técnicamente irreprochable, a lo que contribuyen su hermosa línea y sus altas extensiones, virtudes que posibilitan un mayor lucimiento en esta versión coreográfica. En cuanto a proyección del personaje, la Arencibia es la más cercana a la línea interpretativa de Alicia Alonso, que es y será siempre modelo y punto de referencia. De las actuales intérpretes de Carmen en el Ballet Nacional de Cuba, Sadaise Arencibia es, desde todos los puntos de vista (estilístico, dramatúrgico, interpretativo y técnico) la más convincente e interesante.

Rafael Quenedit, uno de los mejores bailarines con que cuenta el Ballet Nacional de Cuba en la actualidad, y Carlos Patricio Revé interpretaron por vez primera a Don José. Tal vez este haya sido el mayor reto que ambos bailarines han tenido que enfrentar en sus cortas pero «meteóricas» carreras. Don José es el drama de un hombre vehemente, que ama con pasión desbordante, renuncia a todo por la mujer que adora, pero ella ya no le corresponde. Al igual que el resto de los protagonistas de esta coreografía, Don José no es el tipo de personaje que se logra por medio del virtuosismo técnico. Exige un gran bailarín-actor. Tanto Quenedit como Revé, muy jóvenes y talentosos, lograrán sin dudas en un futuro mejores caracterizaciones. 

La revelación de la temporada fue el bailarín Adrián Sánchez. De hermosa presencia escénica, impactó en su debut como Don José. Técnica e interpretativamente el joven, de apenas 19 años, supo convencer como el amante despechado, con un personaje humanamente creíble hasta en el más mínimo detalle. Ojalá que a partir de este éxito sea tenido más en cuenta en las futuras presentaciones de la compañía.

Otro descubrimiento para mí fue el del también muy joven Adniel Reyes. ¡Qué Zúñiga tan cabal el suyo! Reyes evidenció en estas funciones que es un artista de gran sensibilidad. Captó la esencia del personaje: un hombre muy severo, despectivo, que no admite el más mínimo contratiempo con lo que está prestablecido. Como Zúñiga, Adniel intimida. Si trabaja con inteligencia (y le permiten demostrarlo) logrará convertirse en un notable intérprete de personajes demicaractére y de carácter.

Ariel Martínez concibió su Zúñiga sobre la base —válida, desde luego— de sus condiciones técnicas, sobre todo para los saltos potentes. Fue acertada la desfachatez con que caracterizó un personaje que «sintetiza la escala de valores más rígida, la ideología y la moral más retrógradas y reaccionarias». No obstante, debe cuidar y trabajar para futuros desempeños escénicos, sus músculos faciales, la colocación y los movimientos de su boca. Su baile con Don José, tanto con Adrián Sánchez como con Rafael Quenedit, en el que ambos deben comportarse como autómatas, se encuentra entre lo más logrado desde el punto de vista danzario en estas representaciones.

Luis Fernández, de líneas alargadas y hermosa figura de bailarín clásico, fue otro destacado Zúñiga. Despótico y despreciable, no faltaron en su caracterización ni la arrogancia, ni la fuerza, ni esas líneas «angulares», «geométricas», «incisivas» —fue precisamente este intérprete el que más tuvo en cuenta y enfatizó este aspecto de la coreografía—, tan características de este papel, en el que, por cierto, me llamó la atención la ausencia de un bailarín con la figura y la personalidad de Yansiel Pujada.

Como Carmen es una gitana, y cree, por tanto, en la posibilidad de conocer el futuro por medio de la adivinación, Alberto Alonso ideó uno de los personajes más ingeniosos y simbólicos de todo su catálogo coreográfico: El Destino, que es a la vez el Toro de lidia y La muerte. El siniestro personaje (en algunas funciones con un maquillaje incomprensible y dudoso) tuvo a cuatro intérpretes: Ginette Moncho, y las debutantes Glenda García, Claudia García y Daniela Bárbara Fabelo. Las cuatro, según su personalidad y experiencia escénica, ofrecieron caracterizaciones encomiables.

Escamillo contó con los debutantes Carlos Patricio Revé, Ariel Martínez y Daniel Rittoles. En la concepción de Alberto Alonso, este personaje —contrapartida sexual de la protagonista, una suerte de Carmen-macho—, debe impactar desde su salida a escena. Requiere, por tanto, de bailarines dueños de una personalidad escénica apabullante. Se trata, además, de un papel de gran prosapia, y de muy fuertes referencias en la historia de la compañía. En Ariel Martínez, que asumió siete de las nueve representaciones, se notó hacia el final de la temporada cierta mejoría en su caracterización; no obstante, los tres nuevos intérpretes deben profundizar más en el sentido y en las peculiaridades de este personaje, en la manera inteligente en que está concebido y, sobre todo, en la esencia de la coreografía que Alberto Alonso ideó para este papel. Escamillo fue el menos logrado de todos en esta reposición de Carmen, esa coreografía ejemplar que 50 años después se mantiene vigente, lozana, asombrando y sorprendiendo.

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