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En busca del alma

Jorge Aragón, hijo, a sus 29 años ya se ha dado el gustazo de trabajar o colaborar con figuras relevantes de la cultura cubana como Silvio Rodríguez, Omara Portuondo, Pablo Milanés, Beatriz Márquez, Polito Ibáñez, Raúl Paz, Descemer Bueno, Haydée, Lynn y Suilén Milanés

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Jorge Aragón, hijo, a sus 29 años ya se ha dado el gustazo de trabajar o colaborar con figuras relevantes de la cultura cubana como Omara Portuondo, Pablo Milanés, Juan Formell, Beatriz Márquez, Polito Ibáñez, Raúl Paz, Descemer Bueno, Haydée, Lynn y Suilén Milanés, Carlos Varela, Kelvis Ochoa, Luna Manzanares, Augusto Enríquez... hasta llegar a un nombre como el de Silvio Rodríguez, cuya banda integra desde hace un lustro en función de pianista.

Tan lujoso currículo puede elevar hacia las nubes a cualquiera, pero este joven bien plantado en la tierra, que heredó de su ilustre padre mucho más que el nombre, solo piensa en continuar dándose el placer de ir realizando de a poco los muchos proyectos que dominan su mente, al estilo del concierto que lo tendrá como centro el venidero 14 de junio, a las 7:00 p.m., en el Oratorio San Felipe Neri (calle Aguiar esq. a Obrapía, La Habana Vieja).

La motivación la encontró, en complicidad con José Antonio Méndez Padrón, el director de la Orquesta del Lyceum Mozartiano de La Habana, tras el cierre de otro desafío: haberse hecho el «dueño» del disco Libre de pecado, que la Musicalísima ha dedicado a la obra del gran Adolfo Guzmán. Fue Pepito quien le metió el entusiasmo en el cuerpo al pedirle que le entregara algunas obras y pusieran manos al concierto: «Oye, ¿por qué no te embullas?», le preguntó. ¡Y Jorgito se embulló!

«Es una oportunidad increíble encontrar un director que quiera interpretar mis creaciones. Todos los días no hallas tampoco una orquesta dispuesta a tocar tus obras. Pero si se trata de Pepito, con quien he tenido mucha afinidad a la hora de trabajar, una persona con la cual comparto muchos puntos de vista, entonces no hay otro camino que aceptar encantadísimo la propuesta.

«Será un concierto en el que haremos, por ejemplo, Lloviendo, una versión instrumental de esa pieza de Guzmán, pero también le rendiremos homenaje al séptimo arte. Sin proponérmelo a muchos, cuando escuchan mis arreglos, les suena como para cine. Por tal motivo en el programa aparecen mis arreglos de La lista de Schindler, de John Williams; Obliviate (perteneciente a la séptima parte de la saga de Harry Potter), de Alexandre Desplat; Pie Jesu, del Réquiem de Andrew Lloyd Webber; y E più ti pensó, de Ennio Morricone (Érase una vez en América).

«Estarán como solistas invitados: Javier Cantillo Laffita, primer violín de la orquesta (La lista de Schindler); Abraham Castillo Moreno, quien defenderá el Concierto para fagot y orquesta, de Wolfgang Amadeus Mozart; y Helen Fabelo, soprano del coro Entrevoces, que dirige la maestra Digna Guerra, que cantará E più ti pensó y Pie Jesu, en este caso junto al niño de siete años Liu Yam Fong».

—¿Y en cuántas aristas podremos descubrir a Jorge Aragón en este concierto?

—En la de pianista (E più ti pensó, Pie Jesu y Schindler’s List) y en la de arreglista y orquestador; pero, también en la de compositor con Expecto, que estrenaré justo ese 14 y que significa algo así como yo busco, yo espero... Ese día completará el programa la Sinfonía no. 7 op. 92, de Ludwig van Beethoven. Vivimos necesitando mucho de esta música, por eso le dedicamos tanto amor y respeto. Algunas obras, después de haber sido escritas hace ya 500 años, aún son aplaudidas y continúan enriqueciendo el alma de cualquier ser humano... ¡por algo será!».

—No hay que ser adivino para concluir que la influencia de tu padre, quien fuera por muchos años director musical de la agrupación de Pablo Milanés, resultó determinante en tu vocación...

—Mi papá, como bien dices, fue pianista, orquestador, arreglista, y había un piano en la casa, donde mi mamá me ponía a jugar. En uno de sus viajes a México se enteró de que me había puesto a estudiar música en un taller con Miriam Valdés. Luego empecé el nivel elemental en la Escuela Manuel Saumell, con Mayra Torres, quien me formó. A ella se lo debo, a mi familia y los otros maestros, pero especialmente a la maestra, que me «soportó» los siete años.Yo no era buen estudiante, quería jugar como cualquier niño, pero Mayra Torres creyó mucho en mí y luchó conmigo. Sus hijos, Harold López-Nussa y Ruy Adrián López- Nussa, no les dieron ninguna «guerra», porque son unos genios, pero su hijo postizo (de ese modo me sentía)...

«Desde pequeño escuchaba las grabaciones que tenía mi papá y que en la actualidad estudio con marcado interés. Recuerdo también que él llegaba de sus giras y me recalcaba que el piano debía estudiarse una hora en primer año; dos en segundo, tres en tercero..., y aquello me daba tremenda gracia, imaginando mi vida en séptimo. No olvidaré tampoco que exactamente fue en ese año cuando me dijo: “Contrá, ya estás tocando el piano”».

—¿Qué te hizo «cambiar» para esa fecha?

—Descubrí, sobre todo, que quería dedicar mi vida al piano. Tanto fue así que en mis tres opciones de carrera escribí: piano, piano y piano. Ya para ese momento había comprendido que para tocarlo relativamente bien debía entregarle ocho, diez horas diarias, pero lo hacía con un gusto enorme.

«Coincidió con que mis amigos también se habían “pegado” a sus instrumentos y todos nuestros temas de conversación giraban alrededor de la música. El interés creció buscando información, viendo videos, leyendo partituras y componiendo, una pasión que apareció ya a esa edad.

«En noveno, décimo grado, empecé a escribir para cuerdas en la computadora que mi padre me había regalado, una Macintosh. Mis amigos se burlaban: “Pero ahí tú no puedes jugar, Windows es mejor”. Cuando crecimos tuvieron que reconocer que era yo el que estaba en lo claro (sonríe). Grababa con sistema MIDI (Musical Instrument Digital Interface) que me permitía trabajar con varios instrumentos de la orquesta a través del piano. Hoy en día, gracias a esa posibilidad, puedo componer obras orquestales». 

—¿Qué tal la experiencia del Conservatorio Amadeo Roldán?

—El pase de nivel fue duro pero aprobé. Había estudiado como un trastornado. En el Conservatorio me ocurrió algo curioso: cuando entré estaba conectado con el jazz y la música popular cubana, pero eso terminó en segundo año. No toqué un acorde más de jazz, ni una balada; me enamoré de la música clásica. Aprendí mucho, mucho, esencialmente cómo estudiar este instrumento por mí mismo, y a respetarlo. Obtuve en cuarto año el primer premio en el Concurso Amadeo Roldán, para el que me preparé con mis maestros: la magnífica Patricia Melis y Aldo López Gavilán, a quien admiro profundamente, uno de los más grandes de Cuba.

—¿Por qué abandonaste el ISA?

—No me aprobaron en primer año cuando me presenté. Un mes después me otorgaron el primer lugar del Concurso Amadeo Roldán, un poco contradictorio, pero, bueno... Lo intenté nuevamente al año siguiente y entré, pero, lamentablemente no lo pude terminar: en segundo falleció mi papá y fue un golpe durísimo, me alejó de todo, me encerré en mi casa, por suerte ya había aprendido a estudiar por mí mismo. Creo que a la vez que sabes cómo encontrar la información que en verdad necesitas, que te enfocas en metas fijas, el estudio, la superación fluyen.

—¿Cómo inició tu vida profesional?

—Con mis amigos tocando en un hotel después que me gradué del Amadeo Roldán, conformábamos un trío de jazz y tocábamos como hobby. Luego me uní a un grupo de salsa y de ahí pasé muchos años trabajando con todos esos musicazos que ya conoces. He tenido experiencias extraordinarias como grabar el dúo de Juan Formell y Beatriz Márquez acompañándolos en el piano, o como realizar orquestaciones y encontrar quién las grabe como Augusto Enríquez, Silvio Rodríguez, la misma Beatriz...

—Silvio Rodríguez debe haber sido una escuela. ¿Cómo se conectaron?

—Esta es mi historia: hace diez años (tenía 19) estaba con un amigo en casa haciéndole el arreglo de una canción. Cuando terminamos fuimos a mostrárselo a su padre, Augusto Enríquez, quien tras escucharlo me dijo: «Mira, Jorgito, te voy a dar una canción de Silvio para que la trabajes, En mi calle, pero si no me convences no te puedes poner bravo, ni empezar a llorar aquí». En ese proyecto participaban arreglistas como Demetrio Muñiz, Pucho López, Miguel Núñez, Alfred Thomson..., paradigmas para mí. «Bueno, está bien, voy a intentarlo», y a él le encantó. Se lo envió a Silvio, quien me escribió un correo muy gentil agradeciéndome. Transcurrieron dos o tres años y Silvio me llamó para grabar el piano de la banda sonora que había concebido para una película, lo cual fue un gran regalo. Dos años después me invitó a que viera unas canciones que había escrito a guitarra en los años 69 y 70, y deseaba llevarlas al piano. De ahí salió el disco Amoríos y una relación de trabajo de cinco fructíferos años.

«Silvio Rodríguez ha sido una de las personas que más me ha respetado como músico, jamás me ha impuesto nada, siempre ha contado con mi criterio, siempre con respeto, siempre hay un “buenos días”, un “por favor”, mientras he aprendido día a día de su manera inagotable de trabajar, de su perfeccionismo. Me ha demostrado confianza desde el primer minuto».

—¿No te ves con un proyecto propio?

—Mi proyecto es ambicioso, grande. He trabajado con muchos cantantes, como pianista, arreglista y productor, y eso me complace, pero mi sueño es componer música para cine, para teatro musical y además preparar conciertos como este del 14 de junio. Mi proyecto no quiero resumirlo en un trío de jazz; no lo minimizo en lo absoluto, de hecho lo hago con Yissy García, como productor de su disco Última noticia; con Eme Alfonso..., experiencias que me han enseñado un mundo, pero me toman mucho tiempo.

«Ahora que estuve tan cerca de la obra de Adolfo Guzmán resultó fabuloso descubrir el extraordinario compositor que fue. Entonces uno entiende perfectamente por qué en aquellos tiempos venían renombrados instrumentistas a tocar a Cuba, ¡porque era importante estar en Cuba! ¡Por nuestra música poderosa, maravillosa! Con los adelantos tecnológicos pareciera como si la música hubiera perdido el alma, pero yo sé que el alma está ahí, que la música salva».

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