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Inocencia: una película por Cuba

En lo adelante serán más los cubanos que el 27 de noviembre recordarán la terrible historia a la que Yasmany, Luis Manuel, Carlos, Reinier, Justo César, Ángel Ramón, Omar, Amaury y Ricardo han dado cuerpo y alma. Ellos son los protagonistas de una obra que ha conmovido a un país

 

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Que Yasmany Guerrero se convirtiera en el Fermín Valdés Domínguez de Inocencia solo fue cuestión de tiempo. Alejandro Gil, el director de la película, ya lo había captado una vez para que participara en La pared, su ópera prima, mientras que la actriz Yaremis Pérez, al frente del casting, lo conocía sobre todo de esos talleres de entrenamiento que suele organizar la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños.

«Fue fuerte, pero superinteresante y apasionado el proceso de grabación de esta historia terrible sobre el fusilamiento de los ocho estudiantes de Medicina y sobre la obsesión de Fermín por encontrar los cuerpos, por limpiar sus memorias.

«Inocencia me permitió descubrir en Fermín a un hombre de una vehemencia increíble, que carga con una obsesión que lo ciega, en un sentido metafórico. Lo constaté en sus indagaciones para demostrar que la tumba de Gonzalo Castañón nunca había sido profanada, algo que hasta el pueblo había llegado a creer por eso de que una mentira tantas veces repetida...

«En su libro, El 27 de noviembre de 1871, explicaba incluso que si los muchachos hubieran sido culpables, les tocaba, como máximo, de cuatro o cinco años de privación de libertad, por ello no entendía la injusticia. Entonces, uno puede comprender que 16 años después siguiera con esa deuda moral. Justo ese compromiso, esa lealtad, esa perseverancia de Fermín me emocionaba del guion de Amílcar Salatti.

«Durante el rodaje hubo momentos en que era duro levantarse a las 5:00 a.m., pero había un impulso que me despertaba: esa misma obsesión de Fermín se apoderó de mí en el set. Llegué a aprenderme el guion de memoria, me lo estudié minuciosamente buscando las emociones en cada línea... Muchas tomas fueron únicas, porque todo fluía como el agua. Nos habíamos preparado tanto, todo estaba tan bien logrado: dirección de arte, ambientación, vestuario, maquillaje..., que podíamos viajar con facilidad hasta el siglo XIX».

En este, su tercer largometraje después de La pared y La emboscada, con el que obtuviera (ex aequo) el Premio Especial del Jurado del 40 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, Alejandro Gil, persiguiendo su «verdad» cinematográfica, quiso que sus actores no dejaran de estar «en situación», de modo que las secuencias de la cárcel estuvieron entre las más complejas.

«Se filmó en el Castillo del Príncipe, en medio de un ambiente muy hostil por la humedad, el polvo, los murciélagos... Alex (Alejandro Gil) había decidido mantenernos allí encerrados para que sintiéramos esa opresión, para influir en nuestro estado de ánimo, y nosotros aceptamos el juego. 

«Hubo un momento en que nos quedamos sin voz, cuando al día siguiente debíamos cantar La Bayamesa. No me quedó más remedio que tomar miel con limón y hacer muchas gárgaras para poder continuar», confiesa este actor quien debió enfrentar el reto de rodar esta parte de los acontecimientos cuando ya habían finalizado con la correspondiente a 1887, 16 años después, tiempo que demoró en encontrar los cuerpos enterrados en el cementerio San Antonio Chiquito, sin dejar que le fallara esa fuerza interior descomunal que lo guiaba.

«Inocencia ha logrado que esas imágenes impactantes se instalen con insistencia en la mente de muchas personas que ahora están más sensibilizadas con la historia de esos muchachos, y con la vida y obra de un hombre lleno de elevados valores humanos como Fermín. Al menos eso era muy importante para mí», enfatiza Guerrero, de esos actores que se han hecho a sí mismos a base de entrega. 

Por coincidencias de la vida, comenzó en el mundo de la actuación con la edad en que Valdés Domínguez buscaba los restos de sus compañeros. Fue en el preuniversitario Manolito Aguiar, en Marianao, donde la hoy directora teatral Irene Borges,  con sus talleres, lo ayudó a adentrarse en un universo que lo maravilló desde el cine.

Yasmany pertenece a esos soñadores que no se dan el lujo de abandonar sus sueños, aunque lo suspendieran en sus tres intentos de ingresar en el Instituto Superior de Arte (ISA). Entonces halló en el gran Adolfo Llauradó a un mentor, antes de que lo aceptaran, con 19 años, en la compañía Hubert de Blanck.

En esa época llegaron sus primeros trabajos profesionales: el cortometraje, Leo y Julieta, de Ana María Reyes, y La atenea está en San Miguel, que dirigió Miguel Sosa. Fue después que tocó las puertas de Argos Teatro.

«Fue un salto gigante. Celdrán me dijo: “Tendrás que venir todos los días, pero no te prometo que vayas a trabajar”, y me gané el derecho de entrar en el elenco de Vida y muerte de Pier Paolo Pasolini. Carlos se convirtió en mi maestro, aproveché cada segundo que me entregó. En total fueron cuatro obras que me ayudaron a crecer, pues se sumaron Stockman, un enemigo del pueblo; Chamaco y Derrota, con dirección artística de Edith Obregón y Yeandro Tamayo».

De lo que siempre estuvo convencido es de que «quería ser actor, ¡actor de cine!, a pesar de que sonaba muy pretencioso», y su persistencia ha sido premiada con filmes no solo como La pared, de Gil, sino además, como La noche de los inocentes, de Arturo Sotto, su primer protagónico; y Jirafas, de Enrique «Kiki» Álvarez; hasta llegar a Club de jazz, de Esteban Insausti; la aplaudida Inocencia y la ya rodada por Jorge Luis Sánchez, donde se ha transformado en Julián de Casal (Casal).

Un regalo para el alma

No se equivocan muchos en señalar a Yaremis Pérez, a quien identifican por sus destacados desempeños en Latidos compartidos, S.O.S Academia, De amores y esperanzas, Doble juego, Leontina..., y por su labor como presentadora (Pensando en 3D), como una de las principales artífices de este encanto que al lado de Yasmany Guerrero han desplegado frente a las cámaras: Luis Manuel Álvarez, Carlos A. Busto, Reinier Díaz, Justo César Valdés, Ángel Ramón Ruz, Omar González, Amaury Millán y Ricardo Saavedra.

Para la mayoría de estos muchachos, Inocencia significaba el debut en el séptimo arte. No era el caso, sin embargo, de Reinier Díaz (27 años), quien tras su Cristian de Mucho ruido, apareciera en cintas como La partida, Camionero y El viaje extraordinario de Celeste García, la más reciente, en tanto llega a nuestras salas El Mayor, de Rigoberto López.

«Estoy convencido de que a la hora de seleccionarnos, Yaremis no solo se basó en nuestra capacidad como actores, sino también en la calidad humana.  

«Reconozco que al principio tenía el temor de realizar una película de época, cubana, y que el resultado fuera “cheo”. Por otro lado, se trataba de un suceso trágico que si no se narraba bien podía ahuyentar a los espectadores; un tema complejo y emotivo, y no queríamos que terminara siendo un “dramón”, sin embargo, cuando el guion cayó en mis manos, las dudas comenzaron a desaparecer. Y ya hemos constatado cómo se ha conectado con la gente, ha sido un regalo».

Explica Díaz que uno de los complicados desafíos que enfrentaron fue ponerse de acuerdo en «cómo íbamos a trabajar la época. Pensamos que lo mejor era reforzar ese vínculo personal cercano que existía entre noso-tros, que en el 90 por ciento de los casos, venimos juntos desde la Primaria. El resto se integró al grupo de maravillas...

«Decidimos que nuestras relaciones no parecieran frías, distantes, sino explotar esa química poderosa: caminar juntos, tocarnos, sonreír... y creo que funcionó muy bien... Nos creímos en serio que éramos los ocho estudiantes de Medicina», asegura Reinier, graduado de la ENA en 2010, quien recuerda con cariño inmenso su enriquecedor paso por La Colmenita. Para él ha sido una bendición formar parte asimismo de una compañía como Teatro El Público y evidenciar su valía en piezas como Noche de reyes, Calígula... 

La huella de Tin Cremata y de Carlos Díaz también se percibe en la verdad que nos obsequia con su Anacleto Bermúdez, Luis Manuel Álvarez (27 años), «de entre los ocho, el de mayor liderazgo, el más rebelde, el que nunca flaqueaba, como estaba descrito en los libros de historia».

Luis Manuel clasificó en el reparto con la idea de vestir a José de Marcos y Medina, «pero 20 días antes del rodaje cambiaron las circunstancias. Me vi obligado a acelerar el proceso, pero ensayamos mucho, debido a que es una película muy coral.

«Imaginarás que me puse muy contento, a pesar de que me esperaba un reto enorme: mi primer personaje protagónico en este medio tras Viva, de Paddy Breathnach (coproducción con Irlanda) y Ernesto, de Junji Sakamoto (coproducción con Japón). Anacleto representaba una gran oportunidad para mi carrera, pero también una gran responsabilidad: les íbamos a poner rostro a los ocho estudiantes de Medicina.

«Fue muy interesante desarrollar una historia de amor casi imposible: Anacleto nunca más vuelve a ver a Lola. Eso ayudaba a desmitificar estas figuras históricas. El guion de Amílcar se planteó  hacerlas más humanas, que conectaran con los jóvenes de una manera más emocional. Y la reacción de la gente es impresionante.

«Más allá de mi trabajo actoral, mi objetivo fundamental era encontrar la verdad de Anacleto en la de Luis Manuel; darle fuerza y voz a su sentido de la justicia, de la verdad: lo que más nos une.

«Recuerdo la escena de la muerte y me emociono: todos mueren con los ojos vendados, pero Anacleto se quita la venda para mirar a los ojos de quienes lo iban a fusilar. Cada vez que se exhibe la película, el público aplaude con ardor. En esa escena dejé mi último aliento».

Luis Manuel espera poder tener la oportunidad de interpretar muchos otros personajes iguales de hermosos. «Este me ha marcado de un modo muy especial, porque es de los que les dice a mis contemporáneos: “no flaqueen nunca, no se dejen vencer”. Ellos podían haber salvado sus vidas si se unían a los españoles, pero no cedieron», manifiesta con orgullo a quien podremos aplaudir cuando la compañía de Carlos Díaz lleve a cartelera Las amargas lágrimas de Petra Von Kant y Teatro de La Luna, con Raúl Martín al frente, lo ponga a prueba en Ocurre los domingos.

Un proyecto necesario

Tampoco estar en el plató fue nuevo para Amaury Millán (28 años), quien cuenta en su haber con filmes con títulos como Antes de que llegue el ferry y Mujeres contra hombres. No obstante, Inocencia es su primera experiencia con el Icaic. 

«Disfruto el lenguaje del cine, que exige una manera distinta de actuar frente a la cámara. Uno aprende constantemente cuando está conducido por un magnífico director de actores como Alejandro y tienes el privilegio de compartir el set con un actor como Osvaldo Doimeadiós, que te apoya con su oficio, y no me refiero a mañas, sino a esa virtud de, con solo mirarte, ubicarte en el tono de la escena y en el sentimiento.  

«Ello resulta de una ayuda incalculable cuando interpretas un personaje como Carlos Verdugo, que ni siquiera se encontraba en La Habana cuando los sucesos.

«Porque no había mucha información, nos dieron libertad para crear. Así determinamos que se parecerían a los jóvenes cubanos de la actualidad, pero serían un poco más finos, como se dice popularmente, más pausados y sutiles.

«Sin dudas Inocencia logró que todos nos adueñáramos de la historia. Lo mismo ha pasado con el público, que ha hecho suya la película. Lo demuestra en la manera como la gente te abraza, te envía mensajes, ha sido una vivencia desconocida, muy bonita. Durante el rodaje se creó una magia, una energía, una vibra muy especial. Del grupo, solo conocía a dos o tres, pero no demoramos en sentirnos como una gran familia».

Aunque a estas alturas ha sido llamado por compañías como Jazz Vilá Project y Mefisto Teatro, el quehacer teatral de Millán ha estado más asociado a al grupo Teatro Alas, de Bayamo, su ciudad natal, donde radica la Academia de Actuación en la cual se graduó en 2009. Premio Adolfo Llauradó que otorga la AHS por su actuación en Lucha contra bandidos: la otra guerra, el David de Latidos compartidos no es el único del reparto que vio la luz fuera de La Habana.

Como él (también anda grabando la telenovela Entrega por estos días), Carlos A. Busto (Alonso Álvarez de la Campa), nació alejado de la capital, en Santa Clara.

Carlos A. Busto en primer plano; detrás Omar González y Yasmany Guerrero (extrema derecha)

Se enteró de Inocencia cuando Yaremis se lo comentó mientras avanzaba el rodaje de Latidos compartidos, antes de que coincidieran en Zoológico. «Desde el principio me llamaron para que asumiera el papel de Alonso Álvarez de la Campa, el menor de los ocho, cuando yo no lo era. Me preocupaba representar a alguien a quien superaba en años, pero me apasioné con este joven que solo pasó y tomó la flor.

«Me encantó llenar de ternura a “Aloncito”, un muchacho que logra una empatía inmediata con los espectadores, porque finalmente es asesinado por un acto de amor: regalarle una flor a su madre. Sentí que a él lo afectó mucho más que a los demás el proceso de encarcelamiento, el juicio..., debió haberlo pasado terriblemente mal, siendo un ser tan tierno, callado y sensible.

«Estoy muy feliz con que el público haya premiado Inocencia en el Festival de Cine: a la gente le ha gustado porque es una película por Cuba, se ha quedado con ella. Que algo así suceda con mi primera película me llena de orgullo...».

Si Busto terminó sus estudios en la Escuela Provincial de Arte Samuel Feijóo, en 2011 (fue el único de Santa Clara que consiguió clasificar para el ISA, donde recibió el título hace dos años), Justo César Valdés y Ángel Ramón Ruz provienen de San Antonio de los Baños y de Las Tunas, respectivamente.

Valdés, de 26 años, fue el último en entrar al elenco como uno de los ocho. Su idea era aparecer de extra, pero todo cambió cuando el rol de José de Marcos y Medina quedó vacante. «Así se materializó mi debut en el cine, que me era desconocido, a diferencia del teatro y la televisión. Una suerte inmensa porque hablamos de una de esas películas que cualquier actor estaría encantado de hacer».

Le tocó ensayar con total seriedad, dialogar mucho con el director, visitar locaciones, leer el libro de Fermín... «Trabajamos intensamente, nos recogían a las 4:00 a.m. y regresábamos a la casa a las 9:00 p.m. Las escenas se grabaron consecutivamente (sobre todo en la parte de 1871), de modo que cuando se llegó al clímax estábamos muy agotados; fue complicado, había que saber manejar la emoción, pero todos actuamos con la razón y con el alma», revela Justo, otro logro de la ENA, cuyo rostro se ha hecho muy familiar gracias a espacios como La neurona intranquila, Tras la huella o las telenovelas En tiempos de amar y Cuando el amor no alcanza.

Ángel Ramón, por su parte, andaba todavía por los pasillos de la ENA cuando, con 19 años, le tomaron unas fotos para el casting por su semejanza con Juan Pascual Rodríguez, «un bachiller en arte, que entró a la Academia de Medicina y apenas cursaba el primer año cuando todo pasó. Sin embargo, él sí estaba a favor de la Guerra de Independencia.

«A mi Juan Pascual lo defendí como un joven firme en sus ideas, capaz de asumir con madurez las consecuencias de sus actos, lo que no entraba en contradicción con su fe católica. Me impresionó que cuando le escribió a su familia solo le pidió que permaneciera tranquila: estaba seguro de que se encontraría con Dios porque era inocente», refiere Ruz, quien se halla entre los elegidos de Raquel González para la tercera temporada de De amores y esperanzas; de Mirtha González para su serie Promesa, y de Alberto Luberta para Entrega.

En primer plano, y de izquierda a derecha: Ricardo Saavedra, Amaury Milán y Justo César Valdés. Fotos: Léster Pérez

Ricardo Saavedra (22 años) también vino a parar en la ENA cuando andaba cursando tercer año, proveniente de Santa Clara, porque él nació en Caibarién. Cree que la Pérez lo fichó cuando lo vio desempeñarse en sus exámenes de teatro en verso. El alegrón fue inmenso cuando le informaron que sería Eladio González. «Me sentí genial siendo parte de esta película que requirió un compromiso muy fuerte desde el punto de vista emocional.

«Te cuento que el día que me correspondía la escena más compleja: la de la condena, debía ir hasta la reja y hacer unas acciones que no me salían de ninguna manera. Pero quiso el destino que ese día, 14 de diciembre, mi hermana se pusiera de parto. Entonces me aferré a la idea de que no podía irme de este mundo sin conocer a mi sobrina, y resultó.

«Inocencia es una película necesaria para el cine cubano, para los jóvenes cubanos», insiste quien todavía no ha llegado a la pequeña pantalla pero que ya ha acumulado un significativo aval por el rastro que va dejando en las tablas: Así que pasen cinco años, Harry Potter, se acabó la magia y El banquete infinito.

Sensibilidad y verdad

Como casi todos, Luis Manuel quedó deslumbrado con la actuación desde pequeño. Dice a JR que cada vez que iba a una fiesta de cumpleaños, la mejor manera de ubicarlo era  «sentado en el piso deslumbrado por los payasos».

De izquierda a derecha: Luis Manuel Álvarez, Justo César Valdés, Ángel Ramón Ruz y Reinier Díaz en una de esas escenas que muestran a sus personajes como desenfadados y alegres jóvenes cubanos de hoy

Así se hizo «especialista» en armar escenarios con las gavetas y un trapo este muchacho que tras finalizar en la ENA, egresó del ISA en 2017.

Un año mayor, Omar González, el Carlos de la Torre y Madrigal de Inocencia, fue alimentando su pasión por las tablas bajo la cobija de su ángel de la guarda, su abuela ya fallecida, Trinidad Rolando Portocarrero, «mi mundo, mi todo, ella me inculcó ese amor. Me llevaba al teatro, a sus ensayos, y ya con siete años aparecí en la obra Busca buscando».

Dueño de un currículo que incluye títulos al estilo de Cuentos del Decamerón, Calígula y Sueño de una noche de verano, que significó su graduación de la ENA al lado de Carlos Díaz; o como Rascacielos, Eclipse y Farándula, como representante de Jazz Vilá Project, con Inocencia, González se rencontró con Alejandro Gil y Yaremis Pérez luego de haber trabajado en un teleplay que en algún momento será exhibido como largometraje de ficción bajo el nombre de Línea roja.

Cuando aún Inocencia no había conseguido reunir todo el presupuesto, Omar tuvo el privilegio de recibir en una memoria flash el primer borrador de la futura película. Más tarde lo convocaron formalmente para que ayudara a darle vida a un proyecto que «retomaba un hecho histórico que habíamos estudiado muy por arribita en la escuela y hasta se nos olvidaba, para darnos una clase rotunda de Historia de Cuba, aportando detalles que desconocíamos, tras una exhaustiva investigación. Y sin embargo, se aprovechaba de la ficción para conmovernos y hacernos pensar. Inocencia es historia a pulso, contada con mucha sensibilidad y verdad.

«La labor de Amílcar, uno de nuestros más sobresalientes guionistas, ha sido excelente. La primera vez que leí lo que escribió tuve que detenerme varias veces porque me emocionaba mucho con lo que me contaba sobre este crimen abominable.

«Después de Inocencia, seremos más los cubanos que en lo adelante viviremos ese día de luto y andaremos con la cabeza gacha, en silencio, porque, como nos recalcó el Doctor Eusebio Leal, es un día luctuoso y triste de nuestra historia».

 

 

 

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