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Del XIX al XXI sin cambios sustanciales

Si bien A través del tiempo asume los casi obligatorios clichés del amor a primera vista, que sobrevive a las barreras sociales, e incluso a la muerte, el guion debió atenuar el maniqueísmo insufrible con que están concebidos los personajes, en las dos épocas, y justificar dramatúrgicamente algunas de sus reacciones

Autor:

Joel del Río

Aclaro, antes de que me insulten los foristas del sitio web de JR, que mi problema con la telenovela brasileña A través del tiempo tal vez sea personal, y se origine en prejuicios sembrados cuando se anunció su transmisión, porque en aquel momento me espantó la cantidad de capítulos, la duplicación de la trama en pasado y presente (es decir, la misma simpleza, en doble ración), el paso insoportablemente lento de la acción dramática o la casi inexistente química de la pareja protagónica. El caso es que nunca logró atraparme, y solía entrar y salir de sus infinitos episodios, motivado por la necesidad de reunir elementos suficientes para escribir, en algún momento, este comentario.

Confieso que nunca he podido vencer aquellos prejuicios iniciales, a pesar de que mis argumentos cuestionadores se tambaleaban cuando leía en internet testimonios del éxito clamoroso que la acompañó en Brasil, o veía en las redes sociales comentarios sorprendentemente encomiásticos de intelectuales cubanos cuyo discernimiento respeto muchísimo —aunque varios de ellos confesaban que la asumieron solo como un efecto colateral del confinamiento—. Luego, me regañé a mí mismo cuando me sorprendí pidiéndole novedad temática a una telenovela, y en el minuto siguiente razoné que tal vez mi inconformidad estaba justificada, porque si bien A través del tiempo asume los casi obligatorios clichés del amor a primera vista, que sobrevive a las barreras sociales, e incluso a la muerte, el guion debió atenuar el maniqueísmo insufrible con que están concebidos los personajes, en las dos épocas, y justificar dramatúrgicamente algunas de sus reacciones, de modo que se lograran dinamizar situaciones casi estáticas durante varias semanas.

Debe reconocerse, no obstante, cierta habilidad de los numerosos guionistas y directores (fue escrita por Elizabeth Jhin, con la colaboración de Eliane Garcia, Lílian Garcia, Duba Elia, Vinícius Vianna, Wagner de Assis y Renata Jhin, con la dirección general de Pedro Vasconcelos y núcleo de Rogério Gomes, además de la dirección por segmentos de Luciana Oliveira, Roberta Richard y Davi Lacerda) para presentar los mismos personajes, e incluso alterar el talante de algunos de ellos, en dos contextos completamente distintos. En cada época la historia reúne similar número de capítulos, y cada una de las dos fases contó con un principio, un medio y un fin, y todo ello conlleva un verdadero esfuerzo de talento e imaginación.

Los protagonistas de A través del tiempo: Paolla Oliveira, Rafael Cardoso y Alinne Moraes.

Porque en el sobrevalorado cambio de época a que recurre A través del tiempo consiste la principal virtud y el peor defecto. Me explico: en la segunda parte se intentó recrear dramáticamente los mismos personajes y similares situaciones desde la noción del karma, energía trascendente que se deriva de los actos de las personas a lo largo de sucesivas rencarnaciones. La complejidad de tal concepto se diluye en la polarización inherente al melodrama clásico sobre amor imposible, y entonces todo se adapta a la superficialidad rampante y la simplificación adocenada que suele predominar en las telenovelas brasileñas destinadas a la franja horaria de las seis de la tarde.

Puede ser que la desvalorización del tema mencionado sea justificada por algunos espectadores, cubanos o de cualquier otro país, en función de la sagrada divisa del entretenimiento, las leyes del dramatizado televisivo, etc., etc., pero la manipulación simplista, o el  excesivodidactismo, reinantes en el modo en que se muestran ideas concomitantes con el karma como el perdón y el arrepentimiento, primero me impacientó, y más tarde me abrumó por completo. Porque aparte de la novedad que pudiera representar la idea de resucitar un amor eterno y ambientarlo en el futuro, el relato en general resulta tan inerte que desmotiva, y aparecen evidentes problemas de ritmo narrativo, sobre todo en la segunda parte, que a pesar de su buena arrancada, muy pronto derivó en cansina acumulación de lo ya visto.

Entre las virtudes figuran, destacadamente, una fotografía beneficiada por el boato prolijamente recreado de los antiguos caserones, a lo cual se añaden los espléndidos paisajes naturales vinculados con las zonas del cultivo de la uva, y con la ciudad ficticia de Campobello, concebida con toda grandilocuencia a partir de locaciones reales en varios municipios de la provincia de Rio Grande do Sul.

Sin embargo, la magnificencia de la fotografía y dirección de arte, y la hermosa banda sonora cuajada de bellas canciones apenas consiguieron disimular la baja intensidad de una historia que languideció sobre todo en la segunda parte, en tanto los personajes se esforzaban por tratar de entender el origen de sus pasiones, fobias y filias, pero que el espectador sí conocía perfectamente la respuesta a todas las preguntas, a lo cual se sumó la introducción de interminables retrospectivas que explicaban exhaustivamente lo consabido.

Además, el truco de variar la caracterización de los mismos personajes apenas pudo esconder, en ambas temporadas, la falta de matices en el desempeño de algunos actores: Rafael Cardoso resulta gélido y extemporáneo en cualquier situación que coloquen a su conde Felipe

Castellinio y su Felipe Santarem, y tampoco se consiguió encubrir la flagrante sobreactuación de la eternamente mala Melissa,
interpretada por Paolla Oliveira con un despliegue de recursos faciales y gestuales casi siempre superfluos o redundantes. Mención aparte, a pesar de la rigidez del guion, para Irene Ravache, quien nos regaló un amplio abanico de matices en una de las mejores malvadas vistas recientemente en la telenovela brasileña, y especialmente en la segunda parte, cuando ajusta cuentas con su antigua enemiga Emilia, representada por la también eficaz Ana Beatriz Nogueira.

Críticos brasileños de prestigio aseguran que A través del tiempo propone una suerte de reconfiguración del maniqueísmo en tanto permite que el libre albedrío de los personajes (algo inexistente, puesto que sus actos dependen de la voluntad de un Dios creador llamado guionista) se incline a la expiaciónde los errores y a la posible redención. A mí me pareció imposible percibir alguna reconfiguración, mucho menos novedosa, cuando el triángulo amoroso central que constituyen Livia (Alinne Moraes), Felipe y Melissa, repitió prácticamente la misma trama y muy similares situaciones en ambas temporadas, cuando contaban con la posibilidad de ensanchar la historia de amor y aportarle mayor variedad de matices culturales, sociales, sicológicos, idiosincráticos, y es larga la relación de telenovelas que lo han logrado.

Varios politólogos y sociólogos intentan explicar ciertas circunstancias actuales de la sociedad brasileña a partir de interpretar un pretérito marcado por factores como la instauración del imperio luego de la independencia, la creciente inmigración europea y el establecimiento de la esclavitud en una economía de plantación vinícola, cafetalera, cañera. Tales temas se asoman tímidamente en la telenovela que estamos viendo, pero se desatienden como si no fueran argumentos factibles para reinterpretar el presente, porque en A través del tiempo prima el interés por postular, en ambos tiempos, la fuerza indestructible de un idilio atemporal, incólume, casi abstracto; entelequia que aspira a que el espectador ignore el paso del implacable y la consiguiente evolución de los pueblos y las naciones, incluidos Brasil y sus habitantes.

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