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Venta de garaje en la Uneac: Eduardo Abela enamorado de Cuba

Los Abela marcan la visualidad de nuestro país con un sello muy particular, confluyen en tópicos como el humor, en lenguajes como el dibujo y en motivaciones como el modo de ser cubano

Autor:

Magda Resik Aguirre

Por linaje se identifica con lo más ilustre del arte nacional. Los Abela marcan la visualidad de nuestro país con un sello muy particular. Las obras del abuelo, el padre y el hijo, confluyen en tópicos como el humor, lenguajes como el dibujo y motivaciones como el modo de ser cubano.

Eduardo Abela Torrás llegó predestinado. Exhibe una creatividad que no conoce fronteras formales ni se desentiende de técnica alguna. «Me diluyo», suele decir para explicar ese viaje inconstante de un universo visual a otro, ese trasiego permanente de una obra que no conoce fronteras formales.

En su más reciente exposición, abierta al público en la Sala Villena de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, Abela se nos presenta como un descubridor permanente: «Siempre quiero experimentar y como artista incursionar en los nuevos soportes. Después de esta muestra, me he impuesto descubrir las posibilidades del arte digital. Eso sin dejar de reconocer que me importa más crecer como persona y mejorarme a diario como ser humano que como artista».

Gracias a la Venta de garaje instalada por Abela en la Uneac, recorremos etapas significativas de su vida creativa, en una especie de revisionismo cronológico: «A veces tengo la sensación de que no he hecho nada. Detenerme y revisar me ayuda a pensar que sí, que algo he aportado con la coherencia del hilo conductor que es siempre el humor. Y al final, entiendo que he logrado una manera propia de hacer, tan difícil cuando trabajas con estéticas que pueden ir desde el Renacimiento, pasando por el pop hasta lo más contemporáneo.

«Esta exposición nace cuando me invitan a participar por donde empecé, que fue en la Bienal del Humor. Me dije: regreso a los orígenes, a la Bienal pero en la 23ra edición. Decidí buscar en la casa de amigos algunas piezas que siempre les pido me guarden para no deshacerme de ellas. Entonces las reuní y me pregunté qué título ponerles porque retrospectiva está demasiado usado. Como anda de moda por estos días revisar en casa y colocar a la venta lo que no está en uso…».

—Decidiste desempolvar el pasado…

—Sí, y sacar lo que lleva un buen tiempo guardado para armar un nuevo discurso. Hice dos selecciones y luego, cuando me enfrenté al espacio con el que contaba, logré hilvanar el discurso. Así nació de la vox populi el título Venta de garaje porque es como una tienda donde se recicla y se muestra de todo un poco.

«Me gusta mucho ir por la calle escuchando a los cubanos con su gran sentido del humor. Ponemos nombretes ingeniosos y llamamos a las cosas con términos que me dan mucha risa. Tomo mucho de ahí, de ese espíritu burlón, del choteo».

—La muestra es también una especie de collage de todos los estilos y modos de hacer que has empleado en tus obras… tan diversas.

—Estudié gráfica y me hice caricaturista. Por ahí empezó todo. Después me acerqué al grabado y el propio grabado me llevó a la pintura sin pasar por la academia. He ido encontrando maneras de hacer y me gusta mucho mezclar las técnicas, los soportes… cada uno de ellos tiene un lenguaje. Y al final estoy en tierra de nadie, como en un limbo, porque hago humorismo, pero no soy el clásico caricaturista; y hay gente que me dice: pero tampoco eres pintor del todo.

—Al visitar la exposición la primera pieza que nos asombra es El hombre que amó a un Caimán, inspirada en José Martí. El Apóstol aparece con un hermoso caimán en brazos —Cuba por supuesto— y conmueve la delicadeza de la imagen, el empleo en profusión del color y cierto toque gracioso, desacralizador. ¿Estás de acuerdo con que tu obra muestra un dominio y deslumbramiento por las escuelas pictóricas clásicas?

—Me gusta el arte contemporáneo, pero creo que la matriz está en un retablo de Caravaggio, en las pinturas del Renacimiento, del gótico, en las piezas inolvidables de Rembrandt. Aunque estés trabajando con los píxeles necesitas regresar, porque cuando ninguna de esas tecnologías existía estaban maestros como Velázquez resolviendo la visualidad a partir de las veladuras y el dibujo. Trato de acercarme al proceso de creación, a cómo concibió el artista una pieza. Eso te da muchos recursos y oficio para trabajar después. Renegar de los clásicos y de su maestría es muy poco inteligente.

—¿Qué importancia le concedes al dibujo?

—El dibujo es el tronco del árbol, eso me lo decía mi papá. Si no dibujas bien nunca vas a ser un buen pintor, grabador, escultor… Hoy la gente dice que no hace falta el dibujo porque están las computadoras y los softwares. Error total.

«De hecho, el dibujo fue mi talón de Aquiles porque había pasado por la escuela, pero mis profesores pueden dar fe de lo mal alumno que era. Me di cuenta de que tenía que comenzar a practicar y dibujar y dibujar… hasta lograrlo. El dibujo es la herramienta principal para el artista visual».

—Cuando falleció tu abuelo, el gran pintor y caricaturista Eduardo Abela, tenías apenas dos años. ¿Por qué decidiste «fajarte» con él si, en definitiva, es visible su gran influencia?

—Abela, el abuelo, produjo una obra de gran ingenuidad y fantasía que para un niño es como la ilustración de un cuento. Su mundo de pajaritos, animales… es una preciosidad que me atrajo siempre. A medida que iba creciendo reconocía esa atracción
y pintaba… pero después me preguntaba: ¿cómo voy a pintar si me llamo igual que Eduardo Abela? Era una especie de relación odio-amor, y me prometí que iba a ser otra cosa. Pero ahora, la pintura que más me gusta es la de mi abuelo…».

—Te pasa por el corazón…

—¡Claro! Termino algo y me digo, no, no, esto se parece mucho a mi abuelo. Porque voy hacia él. A estas alturas no sé si es una burla de mi abuelo ante tanta resistencia mía. Y ya llego a ver una pieza de mi abuelo y entiendo cómo fue el proceso de pintarla, paso a paso. Incluso, me han traído obras para que reconozca su autoría y termino explicando que no es de él con todos los argumentos porque lo conozco muy bien, su caligrafía, su trazo….

—A medida que pasa el tiempo lo valoras más…

—Y a medida que pasa el tiempo me doy más cuenta de lo grande que fue.

—¿El humor habrá llegado a ti también por ese guiño desde el pasado que te hace él, quizá gracias a su famoso personaje de caricatura que hizo época en el período republicano nombrado «El Bobo»?

—Suelo decir que las personas nacen con ese sentido del humor. Yo soy rápido y ocurrente. Tengo tormentas de ideas y mientras la gente va diciendo algo ya estoy hilvanando un chiste con eso que escucho. Incluso, cuando estoy tenso pienso en un chiste y me relajo. Es imposible calcular el alcance del humor, que puede cambiar una sociedad o un estado de ánimo.

—¿Cómo explicas esa presencia permanente de la cotidianidad en tu obra?

—Me alimento mucho de lo que escucho en la calle y pasa que algunas de mis obras pierden vigencia por la rapidez de lo cotidiano. Uso mucho el desmontaje, la desacralización de lo clásico llevándolo a lo popular. Desde niño he intentado quitarle la carga épica a una imagen y desmitificarla.

—Hablemos del tratamiento y la profusión del color en tus obras que puede transitar desde el negro intenso de una línea…

—Eso viene del grabado.

—Hasta el más vivo y subido de todo, asociado con lo caribeño, lo cubano…

—Con lo tropical… es que nosotros somos caribeños, aquí la luz es intensa. Si viviera en Alaska seguro pintaría un poco más gris. Ahora, por suerte, los jóvenes han vuelto al color. Es que tiene que estar muy triste el alma de un artista para pintar así. Hay gente que pinta con la paleta prima, los colores primarios… yo cojo de todo, amarillo, siena tostado, rojos… y voy metiendo mucho colorido en ella. El color se corresponde con mi alma activa y alegre.

—¿Es verdad que Cuba tiene un color diferente y desde el punto de vista pictórico posee una visualidad muy propia?

—He visto en otros sitios cielos azules, pero cuando ves esas ciudades desde la altura encuentras una bruma, un viso. Aquí el sol es muy fuerte, casi agresivo, destiñe las casas y da una luz a los cielos y los mares de esta región por la cual reconoces enseguida al Caribe. Donde pinto hay mucha luz; y luz natural porque no uso lámparas. Tengo ciertos vicios como pintar con espejos desde que un día pasé con uno de los lienzos frente a uno y me atrajo la descomposición de la figura… no sé si se trata de que tengo algún problema visual con la simetría. Lue-
go encontré gente que estudió en Rusia y me aseguraron que lo que descubrí por accidente, es algo que se utiliza en las aca-demias de ese país.

—En el camino de admiración por lo académico y lo clásico de la pintura, podemos identificar como una constante lo figurativo en torno a José Martí. ¿Es para ti el más atractivo ser humano entre los prohombres cubanos?

—Al ser humano no me gusta crearle un mito. Martí fue un hombre real, con una sensibilidad y una visión tan grandes, que van con él, por eso no hay que encaramarlo en un altar. Hay que verlo como el hombre de carne y hueso. Me enamoré del Martí de mi abuelo que está en Casa de las Américas. Cada vez que lo pinto, ese Martí aparece en mi mente porque creo que fue el primero que vi en mi vida. Y ese Martí de mi abuelo tiene una candidez, una nobleza en su expresión, es precioso. Es el hombre que le escribió a los impresionistas, a la naturaleza, a la patria… a todo. Martí fue bueno, lo veo hasta bonito y tan irrepetible que no hay que canonizarlo.

—Cuba es otro de los temas recurrentes de tu obra. A veces aparece su contorno, la hallamos en los colores, en los dichos populares que empleas… pero ¿qué es Cuba para Abela?

—Voy a otro sitio y tengo que regresar en menos de un mes. Cuba es mi novia, mi mamá, mi compañera. Siento un gusto grande cuando camino por las calles, voy mirando a la gente, escucho lo que se dicen y contemplo esa vida auténtica que no veo cuando voy a otros sitios. Estoy enamorado de mi país y de su gente.

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