Caio La Selva (Cauã Reymond) y Daniel La Selva (Johnny Massaro), dos hermanos enfrentados en la telenovela, no solo por la herencia del padre, sino también por el amor de Aline Machado (Bárbara Reis). Autor: Mega.CL Publicado: 27/09/2025 | 10:04 pm
Defraudado puede quedar aquel espectador que busque variaciones significativas en el esquema tradicional del folletín en Tierra de deseos, telenovela brasileña actualmente en horario estelar en Cuba, pero salida al aire en su país, entre mayo de 2023 y enero de 2024, y que vuelve a insistir en triángulos amorosos, dramas familiares generados por la diferencia de valores entre padres e hijos, secretos ignominiosos, buenos candorosos y malvados hasta el tuétano de sus huesos… Con un guion del consagrado Walcyr Carrasco, aunque participaron otros seis guionistas en la creación de una trama a veces monótona, el autor de telenovelas exitosas como Dulce ambición y El otro lado del paraíso se apoyó en el motivo bíblico de Caín y Abel, los dos hermanos Caio y Daniel, enfrentados aquí no solo por la herencia del padre, sino por el amor de Aline, una hermosa viuda que desafía al más poderoso terrateniente de la zona, Antônio La Selva, responsable de la muerte de su esposo y, además, padre de Caio y de Daniel.
Fiel a la tipología melodramática, Carrasco diseñó a una protagonista que es al mismo tiempo heroína y víctima, trata de elegir al hermano correcto como su pareja e intenta mantener sus tierras activas y fuera de las garras del ambicioso terrateniente; pero Aline es un personaje monocorde, como si los guionistas no supieran diseñar a una mujer empoderada que también fuera simpática, seductora; ella está siempre tensa, dando gritos, crispada, y la actuación de Bárbara Reis apenas consigue proveer al personaje de la suficiente flexibilidad y gracia, como para protagonizar una telenovela de este calibre. Además, las sucesivas historias de amor con dos hermanos, Daniel y Caio, afectan en alguna medida el perfil ético de un personaje que debió ser enérgica e independiente, pero sobre todo creíble, encantadora y, en algún sentido, fascinante.
Dadas las deficiencias de guion y actuación en los personajes de Aline (problemas que también abarcan al impreciso Johnny Massaro que interpreta a Daniel, demasiado indeciso, inexpresivo, y de fluctuante emotividad como para ser galán de telenovela) el Caio de Cauã Reymond se lleva las palmas, y esta vez vuelve a dar pruebas de su talento. Hace muy poco pasó por nuestras pantallas Vidas ajenas, y entonces reconocíamos en estas mismas páginas que el famoso intérprete «nunca se conformó con la fotogenia del actor joven de moda y se ha transformado en un actor convincente y expresivo. Nótese que Reymond prescinde del tradicional egocentrismo y jactancia de los galanes telenoveleros para mostrarse, la mayor parte del tiempo, frustrado y vencido, y esas no son características que la mayor parte del público adore en un protagonista masculino».
Aunque Caio se parece muy poco al protagonista de Vidas ajenas, porque está menos sujeto a crisis de conciencia, y es más el héroe típico, resuelto y valeroso, sus miedos y dudas aparecen solo cuando debe enfrentar a su familia de sangre para proteger no solo a la pobre viuda, sino para defender lo que le parece justo, a él y, por supuesto, al espectador. Porque el padre y la madrastra de Caio, Antônio La Selva e Irene Pinheiro La Selva, están interpretados por dos actores que sí le «calentaron» la platea a Reymond y, en ocasiones, barrieron sin piedad a otros actores y actrices con los que compartían escena.
El caso de Ramos y Pires es uno de los escasos ejemplos en que la actuación se vuelve un arte consumado que sobrepasa las intenciones del guion, él mediante la más soberbia de las sobreactuaciones, siempre gesticulante, muequero, gritón (sin que nada de ello signifique que su actuación es mala, sino simplemente desmelenada, descontrolada), mientras que ella recurrió al método contrario, la contención hasta el límite con el hieratismo. Irene es tan hipócrita, fría, aparentemente educada y decente, que la actriz decidió asumirlo desde la complejidad, y desde la experiencia de varias décadas de notables desempeños, dentro y fuera de la telenovela.
El contraste entre la dulzura venenosa de Irene y la maldad inescrupulosa de Antonio convierte la telenovela —habida cuenta de la poca fuerza del triángulo entre la viuda y los dos hermanos— en un espectáculo de histrionismos desbordados y, a ratos, apasionante, de manera que a veces el espectador se olvida de la aparente intención de denunciar los males casi endémicos del agro brasileño: desigualdades atroces en la posesión de la tierra, violencia y corrupción institucional para sostener el poder de los terratenientes, entre otros. Y en este sentido, Tierra de deseos se añade a una larga tradición de telenovelas latinoamericanas relacionadas con un reparto menos injusto en la posesión de la tierra, como la también brasileña El rey del ganado, la venezolana Doña Bárbara, la cubana Tierra brava o la colombiana Café con aroma de mujer.
Y si bien el histrionismo, los crímenes y los romances diluyen a veces la intención de denuncia social, casi siempre presente en mayor o menor medida dentro del ámbito de la telenovela brasileña de tema contemporáneo, esta vez los guionistas reforzaron la intención de hablar de otras lacras, estigmas y contrariedades de índole social mediante, por ejemplo, la subtrama de Lucinda do Carmo (interpretada por Débora Falabella, quien descendió sin mucho aspaviento del rango de estrella al papel secundario), que enfrenta violencia doméstica en su hogar, por un cónyuge alcohólico y, además, tiene a un hijo con albinismo que es víctima de acoso escolar y discriminación. En este caso, se percibe, demasiado claramente, la presencia de una subtrama y de tres personajes que actúan como tesis sociales más que como personajes orgánicos, con vida propia.
Y si algunas subtramas secundarias evidencian la instrumentación de los guionistas para tratar temas graves, que el público solicita y agradece, en otros rumbos triunfó el esquematismo pintoresquista y carnavalesco. Valen como ejemplo la presencia casi ornamental de los descendientes de indígenas o la imagen festiva y hasta graciosa del burdel y de las trabajadoras sexuales. Particularmente, el romance entre Kelvin y Ramiro (Diego Martins y Amaury Lorenzo) oscila entre la caricatura socarrona y el intento timorato por presentar la improbable atracción entre dos varones de mundos completamente distintos. Es que a veces es dificil comprender qué función dramática poseen estos personajes o hacia dónde apuntan sus conflictos.
En general, hay que decirlo: el mayor problema de la telenovela radica en la total incongruencia de la mayoría de los personajes, puesto que sus acciones y reacciones ocurren solo en función de prorrogar artificialmente un conflicto entre buenos, malos y regulares, y lograr que la obra alcance las decenas y decenas de capítulos, acorde con las necesidades de la producción, a través de giros que buscan a ultranza el impacto emocional pero sacrifican, de manera constante, la coherencia de los personajes. De modo que cuando no alcanzan los malos para torturar al pequeño grupito de los buenos, pues aparecen otros u otras, absolutamente malvados, salidos del sombrero del guionista-mago dispuesto a estirar la trama más allá de todo comedimiento. Y así, entre golpes de efecto y reapariciones inesperadas, se tejió esta telenovela que en cada capítulo destroza todo atisbo de verosimilitud.
Entre los aspectos encomiables también está la fotografía que insiste en hermosas panorámicas, filmadas exactamente en la región de Mato Grosso do Sul, donde se ambienta, de manera bastante creíble, el pueblo imaginario llamado Nova Primavera. Por lo demás, nadie debe sorprenderse de que un producto altamente comercial diluya los problemas reales y la denuncia de graves problemas, entre romances obligatorios y malvados de folletín.
En 2012, Walcyr Carrasco fue acusado de romantizar en exceso su adaptación televisiva de Gabriela, la novela de Jorge Amado que acentúa la posición política contra el coronelismo y la opresión de la mujer. Casi tres lustros después, Carrasco parece repetirnos que la telenovela admite temas sociales, pero con mucha, muchísima discreción para que jamás perturbe a los poderes instituidos.