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La muerte súbita en el deporte

El sucesivo fallecimiento de cinco atletas en una semana reabrió el debate sobre un problema fatal que afecta al mundo deportivo

Autor:

Raiko Martín

  El futbolista camerunés Marc Vivien Foe colapsó en un partido de la Copa Confederaciones 2003. Era una típica noche de agosto cuando miles de espectadores enmudecieron en el estadio Ramón Sánchez Pizjuán, de Sevilla, y con ellos millones de televidentes en toda España, al ver desplomarse sobre el césped al futbolista Antonio Puerta.

En medio del pánico, les vino el alma al cuerpo cuando el sevillano pudo abandonar la cancha por sus propios pies, antes de que la muerte volviera a acecharle en los vestuarios, y se hiciera urgente su traslado a una unidad médica de cuidados intensivos. Entre un lugar y otro, sufrió cinco paros respiratorios.

Pocos imaginaron entonces que este sería el inicio de una semana negra para el mundo del deporte. Puerta luchó durante dos días, pero terminó perdiendo, a los 22 años, su partido más importante, el de la vida.

Mientras la imagen del jugador recorría el mundo entre homenajes y dedicatorias, en una ciudad israelí el delantero zambiano Chaswe Nsoftwa —27 años y jugador del club Hapoel Beer Sheva, inscrito en la segunda división de ese país—, se desvaneció durante un entrenamiento y no pudo ser reanimado.

Del otro lado del Atlántico, el ecuatoriano Jairo Andrés Nazareno moría a los 21 años por un paro cardiaco tras un partido de tercera categoría en su país, al tiempo que en la misma España, exactamente en la localidad de Huesca, Ángel Arenales perdía la vida a los 31 años por un paro cardiorrespiratorio tras disputar un partido amistoso con el equipo de veteranos del Atlético Sobrarbe.

A cientos de kilómetros de allí, al voleibolista francés de 25 años Cédric Schilenger le falló el corazón mientras entrenaba con sus compañeros del club Chaumont, y no pudo llegar vivo al hospital. Era la prueba de que La Parca no se había ensañado solamente con el fútbol, y de que la Muerte Súbita en el Deporte (MSD) es un problema grave.

Cuando el corazón protesta

Aunque resulta innegable la contribución que a la salud hace la práctica del deporte, la «mala racha» de la última semana veraniega ha levantado revuelo en la opinión pública, siempre ávida de explicaciones.

El alemán Wilfried Kindermann, jefe médico del más reciente Mundial de Fútbol, sostiene que la proximidad entre estos fatales sucesos es obra de la casualidad, y que son más frecuentes y alarmantes en el fútbol por ser este el deporte más practicado a nivel mundial, el más publicitado, y uno de de los más exigentes en cuanto al esfuerzo físico.

El fenómeno de las MSD, descrito científicamente como aquella muerte inesperada, no violenta ni traumática, que ocurre en coincidencia temporal con la actividad deportiva, y cuando no transcurre más de una hora entre el inicio de los síntomas y su desenlace, no es nada nuevo.

Si se asume la definición al pie de la letra, pudiera tomarse como el primer caso conocido el del soldado griego Pheidippides, quien murió en el año 490 A.C., tras correr más de 42 kilómetros entre las ciudades de Maratón y Atenas para anunciar una victoria.

Pero más frescas en la memoria están las imágenes del futbolista camerunés Marc Vivien Foe sobre el pasto, quien colapsó durante un partido de la Copa Confederaciones de 2003; las del húngaro de 24 años Mirlos Feher, fallecido en medio de un juego de la Liga portuguesa a principios de 2004; o las que meses más tarde acompañaron la noticia de que el brasileño Serginho dejaba de existir a los 30 años, cuando su equipo disputaba un partido del principal torneo carioca.

Todos los casos confirmaron un estudio del National Center for Catastrophic Sports Injury norteamericano, que identificó cerca de un centenar de posibles causas de MSD en atletas menores de 35 años. La inmensa mayoría estaba relacionada con el funcionamiento del corazón.

Según los expertos, los desencadenantes más frecuentes son cardiopatías congénitas estructurales como la miocardiopatía arritmogénica, o la hipertrófica ventricular, dolencia cardiaca caracterizada por una deformación del tejido muscular del ventrículo, y que presumiblemente acabó con la vida del sevillano Puerta.

A pesar de que en estos casos la «última palabra» la tiene el corazón, la mayoría de los especialistas alertan sobre cuánto repercute en el vital músculo la utilización de sustancias dopantes.

Esta práctica, extendida en el deporte moderno, tuvo su primera cuota probada de responsabilidad de MSD en el Tour de Francia de 1965, cuando el pedalista británico Tom Simpson falleció de forma fulminante durante el ascenso al Mont Ventoux, y luego se comprobara que sufrió un paro cardiaco provocado por anabolizantes consumidos horas antes de la carrera.

Métodos como el uso de EPO (eritropoyetina sintética) —que se hizo popular en el ciclismo durante la última década— pueden producir un aumento en la viscosidad de la sangre en los deportistas, y acrecentar el riesgo de sufrir letales trombosis.

Otros análisis, que inevitablemente se cruzan con el fenómeno del doping, enfocan la atención en las elevadas exigencias que actualmente rigen el deporte profesional.

En nuestros días, un futbolista de primer nivel tiene que asumir cerca de un centenar de partidos en una temporada para cumplir compromisos contractuales con sus clubes, además de sus deberes con las selecciones nacionales; y los ciclistas han de estar listos para encarar extenuantes carreras que casi rozan con lo sobrehumano.

En recientes declaraciones a la BBC, el doctor Marcos Antonio Flores, director del Instituto Mexicano de Medicina del Deporte, calificó esta tendencia como un grave problema para el deporte y una consecuencia de su desmedida comercialización: «En el afán de que haya campeones quizá se estén dando cargas excesivas de trabajo a los deportistas, y estos no tienen una suficiente capacidad de adaptación, lo que puede estar provocando riesgos de problemas cardiovasculares».

¿Suena la alarma a tiempo?

  Gracias a un desfibrilador, Antonio Puerta pudo abandonar la cancha por sus propios pies. La FIFA exigirá la disponibilidad de estos equipos médicos en todos los estudios. Si se aprecia el fenómeno de las MSD desde el plano estadístico, la incidencia pudiera parecer hasta despreciable. Aunque son escasos los estudios sistemáticos y cuantificadores, algunos estiman que en Estados Unidos ocurren hasta cinco casos anualmente entre un millón de deportistas amateurs y profesionales.

Investigadores españoles, en cambio, establecieron que cada año fallecen hasta 11 deportistas, en un país donde millones practican habitualmente deportes sumamente exigentes como el fútbol y el ciclismo.

Si bien es cierto que la frecuencia de estos sucesos representa un ínfimo por ciento en relación con los practicantes, también lo es que esta pequeñísima porción representa una tragedia que pudiera evitarse.

En la mayoría de los casos, el primer síntoma de la MSD es la propia muerte. Puerta, Vivien Foe y Feher nacieron con un defecto en su corazón, y quizá nunca lo supieron. El mundo se enteró solo después de la autopsia de que Serginho vivió y jugó al fútbol de máximo nivel con un corazón enfermo y con casi la mitad del peso normal. Pero quienes financiaron sus fintas y goles tuvieron, al menos en la práctica, la posibilidad de salvarlos.

Todos los expertos consultados a raíz de los fatídicos sucesos consideran que la gran mayoría de las dolencias cardiacas que sufren los deportistas pueden ser detectadas a tiempo a través de exámenes médicos, que vayan más allá de un cuestionario y un chequeo general.

De eso está consciente la Federación Internacional de Fútbol (FIFA, por sus siglas en inglés), que exigió un minucioso examen de corazón y circulación —incluía electrocardiogramas y ecografías— a todos los jugadores de los 32 equipos participantes en el Mundial de Alemania 2006, como parte de una investigación divulgada, coincidentemente, a fines de agosto.

Pero cuando el problema se trata a nivel de clubes, la realidad es muy diferente. ¿Por qué?

La respuesta del cardiólogo chileno Paul Mac-Nab, consultado sobre el tema, pudiera acercarse a la verdad: «Los clubes deportivos cumplen con chequeos generales, enfocados en rendimientos, y muchas veces son insuficientes para detectar anomalías graves del corazón. Se necesitaría una resonancia cardiaca para cada deportista, un análisis mucho más costoso. Entonces los dueños se preguntan si se justifica hacerles este examen a todos los futbolistas, o si la relación costo-beneficio lo vale. La posible relación de un positivo entre 200 000 pruebas les señala el camino de asumirlo como un gasto, y no como una inversión».

Nunca se podrá saber si estos atletas, muertos en la cúspide de sus carreras, supieron su condición y menospreciaron el peligro en pos de alcanzar la gloria, el estrellato, el sueño cumplido, o la conservación de jugosos contratos. Se han dado casos de atletas en algunas naciones que, con previo conocimiento de sus males, se niegan a abandonar el deporte.

«Representa un riesgo muy grande someter a un paciente a tal presión. En esos países la responsabilidad la salvan con el consentimiento escrito del atleta. Nuestro régimen de salud es distinto, siente un grado de responsabilidad mayor con el deportista. Es más importante la vida, la seguridad del paciente que cualquier medalla», fue el criterio dado a la revista Bohemia por el doctor Frank Dorticós, quien atendió el caso más relevante y reciente de una anomalía cardiaca en un deportista cubano de alto rendimiento: la nadadora Imaday Núñez.

A la joven ondina se le diagnosticó, luego de un profundo estudio, un Síndrome de QT largo (SQTL) que se caracteriza por una alteración del sistema de conducción del corazón que genera arritmias y puede provocar muerte súbita.

Por fortuna, y en medio de la tristeza, Imaday entendió que salir de la piscina no significaba el final, y que su intempestivo adiós del deporte siempre sabrá mejor que una súbita despedida.

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